miércoles, 28 de febrero de 2018

Roberto Monstruo / Profundas y Oscuras Noches De Punta Alta




Infierno Grande

Roberto Monstruo acaba de editar Las Voces.

25 de febrero de 2018
Por Juan Manuel Strassburger

Como abrir las catacumbas a plena luz del sol. Y dejarlas así, quebrantadas, hasta que llegue la noche con sus fantasmas. “Verán rodar mi cabeza junto a otras”, canta cansino y gruñón; arrastrando las vocales y acentuando las consonantes guturales como quien sabe que perderá la batalla e igual no se inmuta: “Ahora se mofan de mí: separado de mi cuerpo. Ahora brindan por mí: no soy esclavo de los vivos muertos”. Cuando Roberto Monstruo compuso “Guillotina”, el tema que abre Las voces –su mejor disco a la fecha, el que lo volvió un rumor creciente con su tranco rutero y postpunk–, no había pasado mucho tiempo desde que una parejita adolescente lo había asaltado por la espalda para robarle la mochila y clavarle tres puntazos que lo dejaron sangrando en la noche gélida de Bahía Blanca. “No soy de hablar de los significados de las canciones porque me gusta que cada uno haga su propia interpretación. Pero es cierto que con ‘Guillotina’ un poco saqué afuera esos fantasmas”, reconoce quien entonces y con seis tendones cortados en su mano derecha perdió su trabajo de playero en una estación de servicio –no hubo indemnización ni cobertura médica ni tampoco el sindicato se hizo cargo– pero no sus ganas de seguir tocando. Al menos bajo el techo de su pieza.

“Me tiraba en la cama con la guitarra encima y aprovechando que la mano lastimada no era la que formaba los acordes sino la otra, la que agarraba la púa, y que justo el índice y el pulgar los tenía sanos, me pasé esos meses haciendo temas”. El resultado –publicado antes de Las voces– fue Nueve, un disco acústico y de registro cavernoso –como de Mark Lanegan confinado a talar árboles en la zona y a cantar a la luz de las velas en una cabaña– que contribuyó a acrecentar su fama under con temas como “Dieciséis”, escrita desde la óptica de un adolescente, y líneas como “perdido en el planeta, te preocupa que no te guste nada” y “no soy sabio, tengo dieciséis, la guitarra es mi mejor amigo”. Retratos de cómo era tener esa edad y crecer en Punta Alta, localidad surgida alrededor de una Base Militar a pocos kilómetros de Bahía Blanca. “Una ciudad muy particular”, señala Roberto. “Porque por un lado está la Base y gran parte de la población está relacionada con eso. Pero por el otro es un lindo lugar y, además de tenerle cariño por haberme criado ahí, cuenta con toda una escena rockera como respuesta a ese contexto que le da mucha identidad”.

Al terminar entonces el secundario y con la posibilidad vedada de tener un futuro venturoso (“O elegís entrar a la base y recibir los préstamos que automáticamente te resuelven la vida; o rechazás todo eso y te metés en un call-center, cosa que hice, pero años más tarde”) emigró al principio a Ushuaia para vivir con su hermana mayor y trabajar dos años de maletero en un hotel (“Ahí bajé varios cambios, tuve que adaptarme sí o sí a que no pasara nada”); y luego a Buenos Aires, donde afianzó una relación musical con su amigo de toda la vida Fabián Tripi, hoy líder de los también destacados Medalla Milagrosa, con quien sacó una serie de discos compartidos que por primera vez llevaron la firma de Roberto Monstruo. “Siempre me entendí al instante con Fabián. Aún hoy nos pasa que podemos intercambiar canciones y que nos queden bien”, sostiene. “El tema es que apenas me instalaba en su departamento de Almagro dedicaba poco tiempo a buscar trabajo y más trabajo a buscar cerveza. Y entonces, bueno, al tiempo me tenía que volver”, puntualiza con una sonrisa sobre sus invariables retornos –con cada vez menos resistencia de su parte– a Punta Alta y Bahía Blanca, las ciudades de las que parece no poder alejarse por mucho tiempo.

“Era de la época del Pure Volume y del Myspace. Grababa mis primeros temas con ese microfonito blanco de las computadoras y los compartía a mis amigos por Messenger. Y todos me remarcaban que estaban muy buenos, lo cual me animaba a seguir”, relata el cantante y guitarrista que hasta ese momento no había tocado nunca sus canciones en vivo ni sabía cómo sonarían con acompañamiento eléctrico, aunque ya andaba con ganas de enterarse. “Un día me tocan el timbre en casa y aparecen dos pibes que no conocía, Leandro e Iván. Me cuentan que habían averiguado me dirección porque escucharon mis temas y que querían ser mi banda. Así, de una”. Nace entonces Roberto Monstruo y Los Chicos Momia, su primer trío post-punk, la banda con la que empezó a tocar por la zona, sacó sus primeros discos oficiales y –tras varios cambios de formación hasta quedar como “Roberto Monstruo” a secas– empezó a madurar un estilo a media marcha que se le reconoce hoy y torna adictivo si se le presta oportunidad.

En Las voces hay rocanroles oscuros, como de Iggy Pop cruzando la provincia de punta a punta en un Torino destartalado, y también baladas de corte grunge; un arremolinarse en la propia densidad que no se disipa y hasta en días soleados pide más. “Hay historias que invento. Y otra que no: que me contaron o que escuché y transformo un poco. También sueños que me inspiran”, dice Roberto sobre las génesis de sus letras que pese a alimentarse en cierta imaginería de horror (las portadas de Misfits; ciertas lecturas desordenadas de Lovecraft o Stephen King; esas escenas de terror en pueblo chico) no escatima en algunos momentos de humor negro y sarcasmos autoinflingidos. Extractos de una vida que se lleva con lo que se tiene o se puede. “Uno a veces se pone a pensar qué está haciendo y por qué. Y el año pasado, por unos cambios obligados que me tocó vivir con la banda, ese pensamiento se acrecentó: ¿por qué sigo tocando? ¿para qué? ‘Capaz si dejo esto y hago otra cosa, me engancho con esa otra cosa’. Pero no. No me imagino dejando la música. No podría”.

Con siete presencias de diez en el Festival Lado B que todos los años se hace en Bahía Blanca (importante para saber de qué va el rock independiente hoy), Roberto Monstruo se fue convirtiendo sin pretenderlo en un referente de la zona, el mascarón de proa de una escena que también incluye bandas como Mariscal de Campo, Todos Son Culpables y Los Galgos, entre otras; y que lo tiene a este hijo descarriado y noble, talento puro sin contaminar, como ejemplo vivo de cómo es caer a tocar en Capital sin demasiada manija previa y que el público termine haciendo mosh. O coreando a viva voz sus canciones. Real. “Siento que encontré algo. Y con esa voy”, dice al respecto Roberto, más atento a mantener el rumbo, la vista puesta al frente, que a tomar nota de cualquier repercusión. Allá va.

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Roberto Monstruo - Guillotina - Las Voces (2016)