lunes, 27 de junio de 2016

Lionel Messi / El Superhéroe Argentino




Perdón, Leo. Gracias, Crack!


Lunes, 27 de Junio de 2016.

Por Furio Urso

A mediados de la década del 90, un escritor al que entonces admiraba, Alejandro Dolina, declaraba luego de la desafectación de Diego Maradona por dopping positivo de la Copa del Mundo de 1994; que se hubiese sentido feliz por el logro máximo de la Selección Argentina de Fútbol en aquel Mundial, pero decía que lo más importante para él, era que hubiese ganado la Copa del Mundo, Diego Maradona. 

Recuerdo que hubo algo en esa declaración, que no comprendí del todo, al menos en ese momento; como podía tener para alguien, mayor importancia, y hacerle más feliz el logro de un solo jugador (aunque fuese el mejor del mundo), que el de todo el equipo nacional?

Varios años tuvieron que pasar para que pudiese cabalmente comprender ese pensamiento, pero hizo falta que Leo Messi vistiese la gloriosa casaca albiceleste, para que me ocurriese exactamente lo mismo que le ocurrió entonces a aquel escritor. 

Casi sin darme cuenta lo fui notando, en principio porque solo festejaba desaforadamente sus goles, no esperaba tanto que la Selección ganara, aunque lo prefería, claro; pero no tanto como esperaba que Messi ganara. Esa era mi verdadera satisfacción, lo confieso. El resultado del equipo en todo momento fue secundario para mi, el futbolístico triunfo colectivo, era secundario. Algo extraño, teniendo en cuenta que soy poco individualista. Tengo otros defectos y no ese, justamente.

Para los muchos, quienes el triunfo es lo fundamental en el fútbol, la imagen de Messi tenía valor dependiendo de sus títulos ganados, no de su fútbol. Ser el jugador más importante del mundo y probablemente de la historia (méritos no le faltan), y además ser nuestro compatriota, no alcanzaba.

Probablemente eso ocurría, porque los destinos de nuestro país han sido históricamente regidos por el triunfo. Triunfo del individualismo, la persecución, el latrocinio, la venganza, la falsedad, el narcotráfico, la dirigencia deshonesta, el desmedro sistemático de las Instituciones republicanas y democráticas de la Nación, la violación permanente de la leyes, y tantos otros "triunfos" derivados de la falta de educación.

Ayer, Argentina perdió la Final de la Copa América Centenario, llevada a cabo en los Estados Unidos frente a un rival históricamente menor y todos los que esperaban que, a ese "edén" de victorias nacionales, se sumara alguna de Messi con su merecida cinta de Capitán en el brazo, se han quedado con las ganas. Es que ya no tengo dudas, un Superhéroe como el, no podía darle el gusto a los malos. Si Messi ayer salía Campeón de América, fundamentalmente y antes que los buenos, ganaban los malos, créanme. Y no es que no quiso llevarnos a todos con el a la gloria. Es que, no pudo. El jamás se hubiese puesto a pensar, si con quien compartiría el triunfo, fuésemos buenos o malos. Sencillamente intentó, y no pudo lograrlo. De eso se trata el deporte a veces.

Hubo algo, no se que fue, que no lo permitió, y no ha sido justamente el equipo rival. Jamás fue para el, un obstáculo el equipo rival. El verdadero pecado de Messi es haber elegido jugar para su país. Nunca se lo perdonaron. Hubiese recibido mucho menos críticas y maltrato, si hubiese vestido desde el comienzo la Roja camiseta de España. Pero en cambio, el crack respondió al llamado de los suyos, y ese fue el error. Ayer decidió no vestir más la casaca de nuestro país. No puede, vaya si lo comprendo. Y ese hecho, es injusto y muy doloroso, pero sano a la vez. Y también es un hecho poco comprensible para aquellas personas que no tengan mi misma nacionalidad  y la de Monzer al-Kassar.

Ya lejos de toda ironía, necesito agradecerte Leo, por cada segundo de fútbol que me regalaste, vistiendo la camiseta argentina. Es tanto mi orgullo, admiración y tanto mi agradecimiento que no me entran en el pecho. Me apena saber que no hayas logrado tu sueño, que también era, un poco el mío. Pero me alegra que puedas seguir triunfando donde te aman, que es en el resto del planeta. 

Me alegra amargamente que esta vez, hayan perdido los malos y que el, se vaya llevándose consigo todo el fútbol. Y lloro,  porque con el, se lleva una parte del pibe que fui alguna vez.


Gol de Messi - Argentina Vs. Estados Unidos (2-0) - Copa América 2016


Gol Récord Número 55 de Leo Messi  
Máximo Goleador Histórico de la Selección Argentina de Fútbol (2016)

martes, 7 de junio de 2016

Muhammad Ali / The Greatest of All Time




Ali: El Rey del Mundo

El boxeador era una especie de magia, una esquizofrenia consciente, una energía tan ambigua como potente y arolladoramente seductora.

Por John Carlin - 

4 JUN 2016 - 13:53

El boxeo no me interesó antes de Muhammad Ali ni me interesó después pero fue —es— el ídolo de mi vida. Recuerdo la primera vez que me enteré de su existencia como si fuera ayer. Fue en 1964, cuando yo tenía siete años, al leer un artículo de un diario argentino, el Buenos Aires Herald, publicado a dos columnas al lado derecho de la última página. Lo veo ahora. Veo la foto, con él mirando a la cámara, sudoroso y extasiado; veo el titular, anunciando que era el nuevo campeón mundial de los pesos pesados tras derrotar al aparentemente invencible Sonny Liston; y veo el texto, citando sus primeras palabras en el ring después de que Liston se negase a salir a pelear al comienzo del séptimo round tras la paliza que le había dado Ali en el sexto. “I shook up the world!”. Sacudí al mundo. “I am the prettiest!”. Soy el más guapo. “I am the greatest!”. Soy el más grande.

Se lo creí entonces y lo sigo creyendo hoy.

Desde aquel día vi todas sus peleas, deseando que ganase como jamás he deseado que nadie nunca ganara nada, pero no fue hasta que cumplí 13 años cuando descifré lo que me había pasado con este hombre de un país que no era el mío, de una raza con la que no había tenido ningún contacto personal. Mi padre había intentado convencerme que la gente más admirable era la más inteligente y erudita. Él era muy fan de Harold Wilson, el entonces primer ministro británico y gran cerebro que había sacado brillantes notas en la Universidad de Oxford.

Tuve mi momento de revelación y de rebeldía a aquellos 13 años cuando vi una larga entrevista con Ali en la BBC y entendí que Wilson era un enano junto a él. Era de noche y me quedé hipnotizado de principio a fin. Tenía un tremendo sentido del humor y tanto yo como el público que juntó la BBC para presenciar la entrevista en directo nos partíamos de la risa. Rápido e ingenioso en sus respuestas, de repente soltaba un poema que él había compuesto proclamando su propia gloria. Pero con sus ojos, con su sonrisa, con sus muecas nos hacía cómplices de su fanfarronería. Como que nos estaba diciendo: no me tomen en serio, pero tómenme en serio. Estoy interpretando el papel de Muhammad Ali, pero este es el auténtico Muhammad Ali. Me río de mí mismo pero cuando digo que soy “the greatest” también me lo creo, y más vale que os lo creáis vosotros. Era una especie de magia, una esquizofrenia consciente, una energía tan ambigua como potente, y arolladoramente seductora.

Ali era la definición del carisma; era el carisma hecho carne —equiparable a una figura de leyenda como el Aquiles de Homero, o histórica como Napoleón, o Bolívar, o Garibaldi—. Su único rival contemporáneo, para mí, ha sido Nelson Mandela, pero lo conocí cuando yo era ya adulto y mi visión de él pasó por un filtro cerebral. Ali me llegó a las vísceras, directo como un golpe al estómago.

¿Qué es el carisma? El carisma es una luz que se transmite a partir de una colosal confianza en uno mismo, de saber, sin la más remota duda y mucho, mucho más allá de mezquindades como la altanería o su hermana gemela, la inseguridad, que uno es grande y especial. Ali creó un grandioso personaje y, con enorme generosidad, se lo regaló al mundo.

Soy un fanático del deporte y he presenciado grandísimos partidos y extraordinarias hazañas pero nada, nada que compare con la pelea entre Ali y George Foreman el 30 de octubre de 1974 en Kinshasa, Zaire. Yo tenía 18 años. En Londres, donde vivía, solo se podia ver la pelea en vivo yendo a las dos de la mañana a un cine en Brixton, un barrio que en aquel entonces era una especie de gueto poblado mayoritariemente por negros y que, quizá injustamente, tenía fama de ser peligroso. La entrada me costó todo el dinero que tenía ahorrado tras trabajar durante las vacaciones de verano en una fábrica. Nunca hice una mejor inversión.

Foreman, un monstruo, entró al ring primero. Daba miedo verle. Había aniquilado en un round a rivales que Ali había sufrido en 15 para derrotar. Sus bíceps eran más anchos que los muslos de Ali. Empezó la pelea y durante los cuatro primeros rounds Ali se atrincheró contra las cuerdas, cubriéndose la cabeza con los guantes, recibiendo un golpe brutal tras otro en el abdomen sin devolver ninguno. Todos en el cine, parecía que todos negros menos yo, estabamos desolados. Esto era una masacre. El quinto round empezó igual pero de repente, cuando todo parecía perdido, emergió el fénix de las cenizas. Ali empezó a boxear como solo él sabía, bailando. Flotando como una mariposa, picando como una abeja. Un golpe con la izquierda le retorció la cabeza a Foreman y una gota gruesa de sudor saltó de su rostro, salpicando el suelo. En el cine nos pusimos todos de pie. Cuando cayó Foreman a la lona en el octavo y el árbitro contó a diez, con Foreman incapaz de levantarse, el rugido en Brixton se habría oído en el Congo. No conocía a nadie a mi alrededor pero nos abrazamos todos como hermanos.

He visto jugar a Pelé y a Maradona, a Tiger Woods, a Federer y a Nadal, a Cristiano Ronaldo y a Leo Messi. Ellos pertenecen al deporte. Ali pertenece a todos. “¡Soy el rey del mundo!”, clamaba, y era verdad. No solo nadie redefinió el deporte como Ali sino que nadie lo trascendio como él. Fue un gigante, una fuerza elemental de la naturaleza, un huracán humano. Falleció tras batallar en la penumbra durante tres décadas contra su enemigo más implacable, la enfermedad de Parkinson. Pero para mí, y para muchísimos más de todas las razas y todas las creencias en todos los rincones de la tierra que tuvimos la fortuna de vivir en sus años de gloria, es inmortal.




Muhammad Ali - Tribute (Boxing Legends TV)



Muhammad Ali - Career Highlights (Ostrogonac Productions)