Giuseppi Logan: “Terminaré mi vida tocando música”
Algunos lo creían muerto, pero el saxofonista de jazz Giuseppi Logan subsistía gracias a la mendicidad hasta que alguien lo descubrió tocando en un parque.
20/06/12
Por John Leland
Una mañana de primavera en el parque Tompkins Square, el viejo del saxo toca “Over the rainbow”. Después exhibe un cd con su nombre y su cara. “Soy famoso”, le dice a una madre joven que observa. “Búsqueme en Google.” La mujer mira el nombre del cd y al hombre de barba blanca. Recoge a su hija y sigue su camino. El viejo se llama Giuseppi Logan. A mediados de la década del 60, recién llegado a Nueva York del Conservatorio de New England, Boston, hizo un par de discos importantes de free jazz para el sello pionero ESP-Disk. Después desapareció durante 30 años. Ahora, a los 76, ha vuelto ayudado por un círculo pequeño de personas que cree en él y algunas herramientas del siglo XXI: un cd grabado recientemente, un proyecto en Kickstarter – website que recauda fondos para pagar el lanzamiento– y un par de docenas de videos en YouTube que cuentan la historia de su recuperación. “Mi mujer me puso en un asilo mental”, dice. “Decía que era un adicto.” Logan hace sonar un par de compases de “Summertime” y se detiene, como pensando en silencio. Dice que tomó drogas, pero nunca delante de su mujer. “Perdí todo lo que tenía”, dice.Los detalles de las décadas de Logan desaparecido se pierden en la confusión de su memoria. Su hijo Jaee, ahora de 50, recuerda que su padre volvió una noche a casa como una persona cambiada, fuera de control y con mirada salvaje. “Mi madre era una mujer de Dios y no iba a aceptar eso. Nos subimos a un ómnibus de larga distancia y huimos.” Para llegar desde el parque Tompkins Square hasta su cuarto en la calle 4 Este, Logan camina con dificultad hacia el Oeste, hasta un ómnibus de la Avenida A que se dirige al Norte, después sube a otro ómnibus en la calle 14, que va hacia el este hasta la Avenida D y dobla después hacia el Sur. Puede llevarle media hora. La mayor parte de los días, ésa es la extensión del universo de Logan. Una mañana de marzo repentinamente fría, estaba más animado que lo normal: inquieto, contradiciéndose a sí mismo de una frase a la siguiente. Su forma de tocar, lo mismo, había sido variable y abstracta, carente del sentimentalismo cálido de los días anteriores. Logan tenía puestos una campera de cuero raída y pantalones blancos sucios. “Lo que estuve tocando, ¿sonaba bien?”, preguntó, como si los sonidos de la mañana lo hubiesen sorprendido. “Anoche me quedé levantado toda la noche, riéndome. Si me hubieran visto, la gente me hubiera metido en un asilo mental. Algo me sacudió así y me hizo pensar.” Extendió los brazos como si estuviera sacudiendo a alguien por los hombros.
El edificio donde vive Logan desde marzo de 2009 lo administra una asociación sin fines de lucro llamada BRC y es para personas anteriormente sin techo mayores de 55, muchos con enfermedades mentales. Los desórdenes de él han sido identificados como esquizofrenia paranoide y dependencia de sustancias múltiples, si bien ya no consume ninguna sustancia regularmente: “Eso es porque no tengo fondos”, dice una nota en su ficha. Después de caerse y quebrarse la cadera el año pasado aceptó a una asistente de salud en su domicilio, pero lo que hizo fue llevarla al parque para que lo escuchara tocar.
Después de su primer período en un hospital psiquiátrico de Virginia, que dice que duró tres o cuatro años, vivió en las calles de Norfolk, Virginia, sin un instrumento, hasta que volvieron a internarlo. Hacia 2008, mientras vivía con su hermana en Norfolk y juntando beneficios por discapacidad, consiguió un saxo y algunos cientos de dólares y decidió regresar a Nueva York: de vuelta a la música, a la carrera que había perdido.
Suzannah B. Troy, artista y activista política, fue una de las primeras personas que reparó en él después de su llegada: una tarde de 2008, tocando en el parque Tompkins Square bajo una campera con capucha que sólo dejaba ver su barba blanca. Otra vez era un homeless , que dormía en los subterráneos o en el refugio para hombres Kingboro, en Brooklyn. Troy lo grabó en video y lo subió a YouTube. “Tocaba muy apasionadamente, y no tenía público”, dice Troy. “Sentí que yo había captado algo fascinante.” Le consiguió un abrigo gratis de Goodwill y le dio hojas pentagramadas para que pudiera componer. “Lo triste era que siempre estaba tocando con saxos destartalados, instrumentos rotos: medio como él”, dijo Troy.
Matt Lavelle, trompetista que trabaja en el negocio, dijo que conocía los discos viejos de Logan pero que lo suponía muerto. “El tipo éste entró, pidió una lengüeta y dijo que no tenía plata para pagarla”, dice Lavelle quien dijo que trata a menudo con músicos de la calle. “Al fin le dije, medio en broma, ‘¿Usted es Giuseppi Logan?’ El dijo: ‘Soy Giuseppi Logan, y voy a terminar mi vida tocando música, por eso estoy aquí.’” Lavelle contactó a otros músicos para que tocaran con Logan y empezó a buscarle trabajos. Nada resultó fácil. Logan no tenía domicilio estable y no lograba usar un celular, llevarlo a cualquier parte era un proyecto extenuante. “De lo único que hablaba Giuseppi era de que quería hacer un disco del retorno a su carrera”, dice Lavelle. “Yo no podía conseguir que ningún sello mostrara interés, ni siquiera ESP. A nadie parecía importarle siquiera.” Pero a alguien le importó. En la Fundación de Jazz de los Estados Unidos, una asociación sin fines de lucro que ayuda a músicos, Logan era una cara bienvenida. “No pueden imaginarse la cantidad de veces que encontramos gente así”, dice Wendy Oxenhorn, directora ejecutiva de la fundación. El asistente social de la organización ayudó a Logan para que entrara en el edificio BRC y le dio sábanas y toallas, junto con dinero para arreglar el saxo.
Josh Rosenthal, que dirige un sello llamado Tompkins Square, había visto un cortometraje de Logan, pero no lo relacionó con el anciano que veía tocar en el parque. Un día de 2009 inició una conversación con él. Le propuso un trato para grabar, con un adelanto de us$ 1.000. En febrero de 2010 el sello lanzó el primer álbum de Logan en 43 años. En Oakland, California, los videos de Suzannah Troy llegaron hasta Jaee Logan, que no había visto ni oído nada de su padre durante 40 años. En abril de 2010 Jaee Logan fue a Nueva York para pasar unos días con el padre.
En el parque, Logan habla de las drogas y el rol que jugaron en su vida. “Fui adicto a todo lo que te estimula la manera de pensar. vodka, gin, todo lo que estimula la mente, lo tomaba cuando podía. Necesitaba algo que me estimulara para estudiar a fondo.” Principalmente, tomaba drogas para mejorar su música. “Prefiero la marihuana”, dice. “Si fumo yerba la música se me mete en la cabeza. Cualquiera sea la música que tenés en la cabeza podés enfocarte en ella. Te amplía la mente, porque tenés una concentración profunda.” En octubre pasado, Logan fue a un estudio con un grupo de músicos experimentales. Por entonces Logan estaba recuperándose de una quebradura de cadera y necesitaba un andador para desplazarse. Para Ed Pettersen, que tocó la guitarra y organizó aquella grabación, fue un trabajo de amor. Dice que había encontrado los álbumes de Logan en una batea de saldos a mediados de los 70 y que le habían “volado la cabeza”. Ahora está tratando de recaudar us$ 6.000 en Kickstarter para lanzar la grabación nueva. Para Logan, un nuevo cd significaría otro producto para vender en el parque, otra tarjeta de presentación para entregar en los clubs . “Si hoy la gente apreciara las sinfonías yo podría ganar algún dinero, porque sé componerlas”. “He pasado por cosas embromadas, pero con la actitud que tengo ahora podría hacer algo bueno con la música. “Logan mira los cd de su maletín y luego hacia la multitud que pasa. “Venga alguien”, dice, “venga alguna buena persona, haga una pequeña donación.” © New York Times
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