John Fante
Descubierto al gran público por Charles Bukowski, John Fante compuso una obra autobiográfica centrada en la historia de un hijo de inmigrantes que trata de hacerse escritor en un mundo adverso. La publicación –en un solo tomo– de las cuatro novelas de su álter ego (Bandini) permite atesorar a un animal narrativo de talento sobrenatural.
25|09|16
Juan Arabia
Es probable que muchos lectores todavía no conozcan a John Fante (Denver, Colorado, 1909- LA, California 1983), el chico malo ítalo-americano, el chico católico de Mencken, que terminó escribiendo para Hollywood como un bulldog encadenado. Sin embargo, es posible que reconozcan el nombre del poeta y novelista Charles Bukowski. Lo cierto es que Bukowski, una vez que encontró el reconocimiento masivo, no quiso otorgarle crédito alguno a ninguna escuela ni formación literaria: “Fante fue para mí como un dios”, escribió en el prólogo de la reedición de Pregúntale al polvo, de 1979; y en Mujeres, su novela más conocida, dijo que Fante era su escritor favorito. Esto alcanzó para que muchos pusieran los ojos sobre la obra del escritor descendiente de inmigrantes pobres de Italia.
Si bien Fante había publicado un buen número de novelas en vida, sobrevivió en el anonimato escribiendo guiones de cine para Hollywood. La fama, para el autor, llegó de manera póstuma: la experiencia real lo dejó ciego, primero; más tarde le amputó las dos piernas. Solo y con los suyos, Fante –uno de los talentos más extraordinarios y radicales de la narrativa estadounidense– se retiró del mundo como un escritor casi desconocido.
La obra de John Fante podría ser diferenciada en dos períodos: la primera, su obra de juventud, donde Fante se identificó con su álter ego Arturo Bandini, y la inauguración de su universo literario; la segunda, el período maduro del escritor, en el que trabajaba para Paramount Pictures y en el que ya había perdido gran parte de sus sueños literarios.
El nuevo Compendium de Anagrama incluye, en su integridad, las cuatro novelas de la saga de Bandini: Camino de Los Angeles, Espera a la primavera, Bandini, Pregúntale al polvo y Sueños de Bunker Hill. Aunque este recorrido es sólo cronológico, nunca experiencial: el primer título, escrito en 1936, fue rechazado por Knopf (según el mismo autor era “capaz de poner de punta los pelos del culo de un lobo”) y publicado luego de su muerte; el segundo y el tercero (1938-1939) no captaron la atención del público en el momento en el que fueron publicados. El último de ellos, Sueños de Bunker Hill (1982), se lo dictó a su esposa, ya anciano y ciego, un año antes de su muerte.
Presentadas en esta edición por Billy Childish y Kiko Amat, todas estas novelas están protagonizadas por una suerte de álter ego de John Fante: “Arturo Bandini podía luchar contra todo, contra todos”, decía su hijo Dan Fante; de la misma forma que Billy Childish señala en el prólogo de esta nueva edición “El joven artístico, intenso, en combate contra el mundo”.
El joven Bandini –un Holden Caufield más enojado y, por cierto, más divertido–, inserto en las más sórdidas de las pobrezas, insistió con su carrera literaria por más que la realidad lo había condenado a las más desafortunadas labores y profesiones: cavar zanjas, lavar platos o incluso trabajar en una empresa de conservas. Bandini era un artista, un indudable creador de belleza, un “outsider muerto de hambre, angry young man desencajado por el deseo y el ansia de triunfar como escritor”, como especifica Kiko Amat. Sólo que por haber nacido pobre debía dejar sus sueños para convertirse en otro eslabón obrero de la burguesía, clase de la que odiaba sus ropas, su modo de comportarse, la manera en la que hablaban, los estúpidos libros que leían. El talentoso chico que pasaba sus tardes enteras en la biblioteca, inmerso en lo mejor de la literatura y de la filosofía (Schopenhauer, Nietzsche, Spengler), debía, entretanto, ganarse la vida con los trabajos más insufribles y marginales: “Esa es la grandeza y el encanto de Fante. Su personaje es completamente tridimensional, tiene todas esas contradicciones y daños. Bandini es así. Y huelga decir que así es como somos la mayoría de los seres humanos”, concluye Billy Childish tras presentar este Compendium.
Retrato autobiográfico y experiencial del autor, todas estas novelas tienen algo en común: están planteadas a partir de un momento crítico de la existencia, momento en el que el Bandini no sabe, verdaderamente no sabe, qué es lo que va a suceder.
Sobreviviendo con naranjas en un altillo de Long Beach, sin trabajo y lejos de su familia, un joven muchacho tramó la historia de un escritor inmortal. Se encontró solo y sin destino, pero sin saber aún que aquello sería el argumento de una de las sagas más hermosas de la narrativa universal, ahora reunidas en un solo volumen.
Fante habló con voz propia, con su verdad, con su eminente pobreza y con los gusanos debajo del puño en un momento en el que pocos lo hacían. Siempre utilizó la literatura como una forma de representar su verdad, sin mediaciones o consideraciones previas: “Los he visto salir haciendo eses de sus palacios de cine, entornar sus ojos vacíos ante la realidad de todos los días, volver a casa tambaleándose por leer el Times, para saber qué pasa en el mundo. He vomitado al leer su prensa, he leído sus libros, observado sus costumbres, deseado a sus mujeres, abierto la boca ante el arte que producen. Pero soy pobre, mi apellido termina en vocal, me odian a mí y a mi padre, y si por ellos fuera, me sacarían la sangre, me sacrificarían, pero ya son viejos, agonizan al sol (…), y yo soy joven y estoy lleno de esperanzas”.
Uno de sus gestos más valiosos fue dejar hablar por medio de su literatura a su origen obrero ítalo-americano, posiblemente una de las causales que no ayudaron a divulgar su trabajo en el momento mismo de su emisión. “Su origen ítalo-americano y de clase condicionó el entendimiento de su obra”, señala Allen Berlinski, editor de Sun Dog Press (Northville, Michigan) y que publicó trabajos de Billy Childish, Dan Fante y Charles Bukowski; opinión que comparte con otros editores de la obra de John Fante, como Francisco Durante, y escritores como Alessandro Baricco. Incluso el poeta y novelista Dan Fante, célebre hijo del autor, decía al respecto: “Mi padre es estadounidense, pero al ser descendiente directo de un italiano también puede ser considerado ítalo-americano. Su origen étnico es por lo menos una de las claves para comprender su punto de vista (…) El escribió siempre sobre lo que conocía. El escribió desde su experiencia de vida”.
Pese a esta restricción o conjetura, sin embargo, en cada una de estas novelas centellea cada nivel del hombre y de la sociedad norteamericana. “Mi padre escribió ficción moderna. Hoy en día nosotros escribimos ficción posmoderna. Pero la ficción moderna tenía limitaciones: un escritor podía aludir sólo a algunas situaciones y circunstancias. En la ficción posmoderna, en cambio, un escritor puede decir lo que quiera cada vez que se le ocurra”, decía su hijo Dan. Y es que John Fante no temió enfrentarse con la promesa del norte, destruir el sueño típicamente digerido y divulgado por los norteamericanos: el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad; búsquedas idealizadas y proclamadas por Jefferson desde 1776, y más tarde enaltecidas por críticos y poetas como Ralph W. Emerson y Walt Whitman.
“Los escritores como mi padre hablan desde su corazón y no desde sus máquinas de escribir”, me había confesado Dan Fante hace apenas unos años. Aunque nunca hay que olvidar que un corazón sólo vive por la sangre que pasa por él. Fante escribió desde el corazón mismo del sistema, desde sus contradicciones, desde el inevitable cruel desenlace de la Gran Depresión de los años 30. Sus páginas, cargadas de polvo y niebla, anticipan el decaimiento del sueño norteamericano: “¡Son borregos, ay de mí! Víctimas de la santa inquisición americana y del sistema americano, hijos de puta esclavos de los especuladores capitalistas (…). Trabaja en ese sistema y perderás el alma. ¿Y de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”. Ultimo fragmento extraído de Camino de Los Angeles –la primera de las novelas que reúne este Compendium– en la que Arturo Bandini trabajaba en una fábrica de conservas obstruida por empleados filipinos y mexicanos: “Eres un idiota. Perteneces a la dinastía de esclavos. Con la bota de la clase dominante en la entrepierna (…). ¡Idiota librecambista! ¿Por qué no destrozas la fábrica y exiges tus derechos? (…) ¡Exige leche! ¡Imagínatelos muriendo de hambre mientras los niños de los ricos nadan en litros de leche! (…). No me dirijas la palabra, burgués proletario capitalista”.
Premiado póstumamente con el PEN Lifetime Achievement Award, entre otros reconocimientos, fue bautizado años más tarde por el Times como el nuevo tesoro nacional de la literatura. Aunque ya era demasiado tarde.
Dan Fante cuenta que John se rindió ciego, en una sala de hospital espantosa donde los chicos de mantenimiento le robaban la radio. Una pésima manera de morir, sin dudas, para un hombre que una vez tuvo tanto poder, cuyas palabras celebraron tanta belleza que el mismo cielo se incrementó con un billón de estrellas.
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