Retrato de un músico curioso e inconformista
YO-YO MA ACTUARA ESTA NOCHE EN EL COLON, EN EL INICIO DEL ABONO BICENTENARIO DEL TEATRO
Viernes, 11 de junio de 2010
Por Diego Fischerman
El cellista francés ofrecerá un repertorio ecléctico, que irá de Morricone a Rachmaninov y de Brahms a Camargo Mariano. “En este mundo y en esta época nadie crece escuchando una sola clase de música”, dice Ma, que tendrá como partenaire de lujo a la pianista Kathryn Stott.
De Bach al Camino de la Seda, el nombre del extraordinario grupo de músicos asiáticos del que participa. De Piazzolla y Grappelli a Shostakovich, al folklore de los Apalaches, a Dvorak o a Tan Dun. O, tal como sucederá esta noche, de Morricone a Rachmaninov y de Brahms a Camargo Mariano. Esos son los recorridos que definen la carrera de uno de los violoncellistas más importantes de la historia. Yo-Yo Ma, nacido en París y formado con Leonard Rose en la Julliard neoyorquina es, por supuesto, un intérprete de virtuosismo inusual, de sonido exquisito y fraseo siempre perfecto pero es, sobre todo, un músico curioso e inconformista. Alguien que, antes de grabar su segunda –y extraordinaria– versión de las “Suites para cello solo” de Bach (que acaba de ser editada localmente) se fue, siendo ya una estrella, a estudiar a Holanda con Jaap Ter Linden, un cellista especializado en la interpretación del barroco. Y que, según cuenta Gerardo Gandini, cuando se grabó el disco que Ma dedicó a Piazzolla, no se cansaba de preguntar, a los músicos que habían tocado con el bandoneonista, cuál era la manera correcta de frasear esa música.
Ma actuará esta noche en el Colón, dando comienzo al Abono Bicentenario del teatro, que contará, a lo largo del año, con varios intérpretes de primer nivel, entre ellos Daniel Barenboim y el notable pianista húngaro Andras Schiff cuya integral de las Sonatas de Beethoven, grabada en vivo por el sello ECM, está entre las mejores de toda la discografía. El concierto, a las 20.30, contará con una partenaire de lujo, la pianista británica Kathryn Stott, responsable, por ejemplo, de la fantástica grabación de la obra pianística de Gabriel Fauré para el sello Hypérion. Y el programa, que incluirá un arreglo de la “Pieza de Gabriel”, la recordada cantilena para oboe de la música escrita por Ennio Morricone para el film La misión, de Roland Joffé, y la pieza “Cristal”, de César Camargo Mariano (quien fue el arreglador de Elis Regina, además de su marido), se completará con “L”, compuesta para el cellista por Graham Fitkin y estrenada en Liverpool hace dos años, el “Preludio No. 2” de George Gershwin (una transcripción de una transcripción, la realizada para violín y piano por Jascha Heifetz), la “Sonata No. 1 para violoncello y piano en Mi Menor Op. 38”, de Johannes Brahms, y la “Sonata para violoncello y piano en Sol Menor Op. 19”, de Sergei Rachmaninov.
A Yo-Yo Ma posiblemente le quepa con precisión la idea de multiculturalismo. El crítico musical Alex Ross, autor de The Rest is Noise y columnista especializado del New Yorker, lo entrevistó y preguntó, por supuesto, acerca de qué era la música clásica para el cellista. “No tengo la menor idea”, contestó él. “Creo que recuerdo a Bernstein diciendo algo como ‘es exactamente música’. Y creo que tengo un punto de vista un poco diferente. En este mundo y en esta época nadie crece escuchando una sola clase de música. Si uno escucha a Stravinsky, por ejemplo, se tiene la sensación inmediata de que él trabajó con una multitud de fuentes: música religiosa, música profana, música escrita, música folklórica. Siempre estuve interesado en la cuestión de qué es lo que una persona necesita saber para relacionarse con la música. Como escritor, como compositor, como intérprete o como oyente, ¿cuáles son los valores centrales? Cuando empecé con el Silk Road Project, comencé a entender las conexiones geográficas y musicales entre todas esas culturas increíbles, toda esa otra ‘música clásica’ de Persia, de la India; el mugam de Afganistán. Tuve la sensación de que, por un lado, todas esas conexiones eran muy cercanas y que, además, se trataba, en muchos casos, de lenguajes que se habían separado de un tronco original y habían tenido desarrollos independientes, de la misma manera que el francés que se habla en Louisiana o en Quebec se separó del francés metropolitano. Lo mismo sucede, por ejemplo, con la música persa y la música griega. Y en las fronteras de las tradiciones siempre se encuentra gente buscando cruzar hacia lo que se percibe como otras culturas. Franghiz Ali-Zadeh, cuando Rostropovich nació, creció en Baku, donde nació Rostropovich, y fue educada como pianista clásica y conoció la vanguardia soviética. Y después comenzó a escuchar el mugam y empezó a crear obras que eran, esencialmente, mugam escrito aunque atravesado por su educación y por la música del siglo XX. Y después esa obra es tocada por el Kronos Quartet. ¿Es clásica o no lo es?”
Más que sobre los géneros, a Yo-Yo Ma le interesa reflexionar acerca de las diferentes idiosincrasias musicales. Y lo sintetiza en la cuestión de las afinaciones. “Trabajando con Pablo Casals y Alexander Schneider, junto al Cuarteto Budapest, aprendí que cada nota tiene una afinación central y que las pequeñas desviaciones que se hacen deben ser tan pequeñas como se pueda. Esa es la afinación correcta para la música llamada clásica y para las cuerdas. Pero ya no es lo mismo cuando hay un piano, que no puede desviarse de la ‘afinación central’. Allí deben hacerse ajustes, entonces. Cuando empecé a trabajar con Mark O’Connor (junto a quien grabó Appalachian Journey), todo lo que él hacía era increíblemente consistente pero no tenía nada que ver con mi manera de afinar. Y cuando toqué música barroca con el clavecinista Ton Koopman, nada de lo que yo hacía estaba afinado. Todo eso abrió mi mente.” Y es que Yo-Yo Ma es quien es, y hasta podría pensarse que toca el cello como lo toca, aun en el repertorio más tradicional, precisamente por eso. Porque tiene la mente abierta.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-18262-2010-06-11.html
El cellista francés ofrecerá un repertorio ecléctico, que irá de Morricone a Rachmaninov y de Brahms a Camargo Mariano. “En este mundo y en esta época nadie crece escuchando una sola clase de música”, dice Ma, que tendrá como partenaire de lujo a la pianista Kathryn Stott.
De Bach al Camino de la Seda, el nombre del extraordinario grupo de músicos asiáticos del que participa. De Piazzolla y Grappelli a Shostakovich, al folklore de los Apalaches, a Dvorak o a Tan Dun. O, tal como sucederá esta noche, de Morricone a Rachmaninov y de Brahms a Camargo Mariano. Esos son los recorridos que definen la carrera de uno de los violoncellistas más importantes de la historia. Yo-Yo Ma, nacido en París y formado con Leonard Rose en la Julliard neoyorquina es, por supuesto, un intérprete de virtuosismo inusual, de sonido exquisito y fraseo siempre perfecto pero es, sobre todo, un músico curioso e inconformista. Alguien que, antes de grabar su segunda –y extraordinaria– versión de las “Suites para cello solo” de Bach (que acaba de ser editada localmente) se fue, siendo ya una estrella, a estudiar a Holanda con Jaap Ter Linden, un cellista especializado en la interpretación del barroco. Y que, según cuenta Gerardo Gandini, cuando se grabó el disco que Ma dedicó a Piazzolla, no se cansaba de preguntar, a los músicos que habían tocado con el bandoneonista, cuál era la manera correcta de frasear esa música.
Ma actuará esta noche en el Colón, dando comienzo al Abono Bicentenario del teatro, que contará, a lo largo del año, con varios intérpretes de primer nivel, entre ellos Daniel Barenboim y el notable pianista húngaro Andras Schiff cuya integral de las Sonatas de Beethoven, grabada en vivo por el sello ECM, está entre las mejores de toda la discografía. El concierto, a las 20.30, contará con una partenaire de lujo, la pianista británica Kathryn Stott, responsable, por ejemplo, de la fantástica grabación de la obra pianística de Gabriel Fauré para el sello Hypérion. Y el programa, que incluirá un arreglo de la “Pieza de Gabriel”, la recordada cantilena para oboe de la música escrita por Ennio Morricone para el film La misión, de Roland Joffé, y la pieza “Cristal”, de César Camargo Mariano (quien fue el arreglador de Elis Regina, además de su marido), se completará con “L”, compuesta para el cellista por Graham Fitkin y estrenada en Liverpool hace dos años, el “Preludio No. 2” de George Gershwin (una transcripción de una transcripción, la realizada para violín y piano por Jascha Heifetz), la “Sonata No. 1 para violoncello y piano en Mi Menor Op. 38”, de Johannes Brahms, y la “Sonata para violoncello y piano en Sol Menor Op. 19”, de Sergei Rachmaninov.
A Yo-Yo Ma posiblemente le quepa con precisión la idea de multiculturalismo. El crítico musical Alex Ross, autor de The Rest is Noise y columnista especializado del New Yorker, lo entrevistó y preguntó, por supuesto, acerca de qué era la música clásica para el cellista. “No tengo la menor idea”, contestó él. “Creo que recuerdo a Bernstein diciendo algo como ‘es exactamente música’. Y creo que tengo un punto de vista un poco diferente. En este mundo y en esta época nadie crece escuchando una sola clase de música. Si uno escucha a Stravinsky, por ejemplo, se tiene la sensación inmediata de que él trabajó con una multitud de fuentes: música religiosa, música profana, música escrita, música folklórica. Siempre estuve interesado en la cuestión de qué es lo que una persona necesita saber para relacionarse con la música. Como escritor, como compositor, como intérprete o como oyente, ¿cuáles son los valores centrales? Cuando empecé con el Silk Road Project, comencé a entender las conexiones geográficas y musicales entre todas esas culturas increíbles, toda esa otra ‘música clásica’ de Persia, de la India; el mugam de Afganistán. Tuve la sensación de que, por un lado, todas esas conexiones eran muy cercanas y que, además, se trataba, en muchos casos, de lenguajes que se habían separado de un tronco original y habían tenido desarrollos independientes, de la misma manera que el francés que se habla en Louisiana o en Quebec se separó del francés metropolitano. Lo mismo sucede, por ejemplo, con la música persa y la música griega. Y en las fronteras de las tradiciones siempre se encuentra gente buscando cruzar hacia lo que se percibe como otras culturas. Franghiz Ali-Zadeh, cuando Rostropovich nació, creció en Baku, donde nació Rostropovich, y fue educada como pianista clásica y conoció la vanguardia soviética. Y después comenzó a escuchar el mugam y empezó a crear obras que eran, esencialmente, mugam escrito aunque atravesado por su educación y por la música del siglo XX. Y después esa obra es tocada por el Kronos Quartet. ¿Es clásica o no lo es?”
Más que sobre los géneros, a Yo-Yo Ma le interesa reflexionar acerca de las diferentes idiosincrasias musicales. Y lo sintetiza en la cuestión de las afinaciones. “Trabajando con Pablo Casals y Alexander Schneider, junto al Cuarteto Budapest, aprendí que cada nota tiene una afinación central y que las pequeñas desviaciones que se hacen deben ser tan pequeñas como se pueda. Esa es la afinación correcta para la música llamada clásica y para las cuerdas. Pero ya no es lo mismo cuando hay un piano, que no puede desviarse de la ‘afinación central’. Allí deben hacerse ajustes, entonces. Cuando empecé a trabajar con Mark O’Connor (junto a quien grabó Appalachian Journey), todo lo que él hacía era increíblemente consistente pero no tenía nada que ver con mi manera de afinar. Y cuando toqué música barroca con el clavecinista Ton Koopman, nada de lo que yo hacía estaba afinado. Todo eso abrió mi mente.” Y es que Yo-Yo Ma es quien es, y hasta podría pensarse que toca el cello como lo toca, aun en el repertorio más tradicional, precisamente por eso. Porque tiene la mente abierta.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-18262-2010-06-11.html
Ecstasy of Gold-Yo Yo Ma Play´s Ennio Morricone
Al encuentro de tradiciones varias
PRESENTACION DE YO-YO MA EN EL TEATRO COLON
Lunes, 14 de junio de 2010
En el notable concierto de apertura del Abono Bicentenario, el cellista francés eludió explícitamente la categorización de géneros. Junto a la gran pianista Kathryn Stott interpretó obras de Morricone, Brahms, Gershwin y Camargo Mariano, entre otros.
Por Diego Fischerman
“En este mundo y en esta época nadie crece escuchando una sola clase de música”, decía Yo-Yo Ma en la nota publicada por este diario el viernes pasado. La frase difícilmente podría ser discutida. Y aun si se pensara en particular en las músicas de concierto, en aquellas que demandan una escucha atenta y juegan con esa idea, es claro que el panorama, después del jazz, de cierto tango, de la bossa nova, de los “nuevos folklores” surgidos en varias partes del mundo a partir de la década de 1950, de King Crimson o de los mismos Beatles, es totalmente otro que en los finales del siglo XIX, cuando la única música capaz de perdurar y de viajar de un lado a otro –y de circular y ser discutida como arte– era la que estaba escrita.
Nadie menor de 60 años, en todo caso, utilizaría hoy, como se hacía otrora, los conceptos de “música popular” y “música ligera” de manera indistinta. Está claro que “A day in the life”, de los Beatles, o “Starless and Bible Black”, de King Crimson, son mucho menos ligeras que “Don Pasquale”, de Donizetti. Y está claro, también, que en todos los repertorios hay piezas más livianas o menos comprometidas –o con una relación menos densa entre duración e información– que otras. Yo-Yo Ma, en el extraordinario concierto con el que abrió el Abono Centenario del Colón, no se manejó con una categorización de géneros. Fiel a sí mismo, fue y vino entre piezas de distintas tradiciones. Pero manejó con maestría la posibilidad de ir de lo leve a lo compacto como una manera de establecer un relato. Una pequeña suite, en la que entrelazó, casi sin pausa, el tema “El oboe de Gabriel”, de la película La Misión, compuesto por Ennio Morricone, el Preludio No. 2, de George Gershwin (arreglo para cello y piano de la transcripción realizada para violín y piano por Jascha Heifetz) y “Cristal”, de César Camargo Mariano, dio lugar, en la primera parte, a la Sonata No. 1, de Johannes Brahms. En la segunda, la juvenil Sonata, de Sergei Rachmaninov, llegó después de L (50, en numeración romana), una obra con un potente ritmo motor del británico Graham Fitkin. La obra, escrita para el 50º cumpleaños del cellista, abreva en Bartók pero, podría decirse, es un Bartók pasado por Chick Corea o por la rítmica de Emerson, Lake & Palmer. Rachmaninov en el final, en todo caso, cerró un círculo de manera casi perfecta. Allí pudo escucharse mucho del hiperromanticismo con el que se construyó la música de cine durante los mediados del siglo XX y del que la pieza inicial de Morricone es una clara heredera.
Más allá de la desafortunada decisión de que el concierto se realizara delante del telón del escenario, lo que perjudicó notablemente la proyección del sonido del cello (la tapa abierta del piano ayudó para que el sonido de ese instrumento no fuera igualmente chupado por el pesado cortinado) fue notable el trabajo de Yo-Yo Ma con las cualidades tímbricas, sus posibilidades de ir casi desde lo brutal a lo etéreo y de sumergirse en un magma junto al piano o despegarse de él con un vuelo cristalino. Kathryn Stott, una intérprete extraordinaria –bastaría la manera en que el tema del fugato del último movimiento de la obra de Brahms, al ser tomado en los graves, adquirió peso y presencia– fue mucho más una deuteragonista que una acompañante y fue capaz de ir, con naturalidad, del balanceo juguetón de “Cristal” –una suerte de samba– al espeso tejido de la escritura brahmsiana. Este compositor, con su característico juego entre expansión y contracción y ese fluir entre la expresión más romántica y el énfasis en lo formal (el hermoso tema inicial, una melodía absolutamente genial armada sobre una relación casi matemática de intervalos, es un ejemplo inmejorable) encontró en Ma y Stott dos intérpretes privilegiados, capaces de lograr que la excepcional demanda técnica que la sonata exige se integrara con naturalidad a lo expresivo. El dúo, generosamente, tocó, como bis, una obra de aliento mayor que la clásica pieza breve y virtuosa reservada para tales ocasiones, “Le Grand Tango”, que Astor Piazzolla había escrito para Mstislav Rostropovich. Y con esa pieza llegó, de manera tal vez paradójica, la demostración de aquello que, finalmente, sí diferencia a las músicas artísticas de tradición popular de las de tradición europea y escrita: el valor de la interpretación. Y es que, a diferencia de Rostropovich, quien nunca logró tocar de manera convincente “Le Grand Tango” –finalmente una obra popular, una gran condensación de todos los gestos del piazzollismo, con un cierto grado de estilización, algo más virtuosa pero en nada diferente de sus piezas para el quinteto–, Ma y Stott lo interpretaron con el tono exacto que hubiera tenido en manos de dos integrantes de su quinteto: sin ampulosidad y, sobre todo, con swing. En el final, y ante la ovación admirada de un Teatro Colón lleno, llegó, literal, el canto del cisne: la bellísima –y cinematográfica– pieza que Saint-Saëns dedicó a esa ave en el Carnaval de los animales.
Yo-Yo Ma: cello
Kathryn Stott: piano
Obras de Morricone, Gershwin, Camargo Mariano, Brahms, Fitkin y Rachmaninov.
Fuera de programa: Piazzolla y Saint-Säens
Concierto de apertura del Abono Bicentenario
Teatro Colón. Viernes 11.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-18293-2010-06-14.html
PRESENTACION DE YO-YO MA EN EL TEATRO COLON
Lunes, 14 de junio de 2010
En el notable concierto de apertura del Abono Bicentenario, el cellista francés eludió explícitamente la categorización de géneros. Junto a la gran pianista Kathryn Stott interpretó obras de Morricone, Brahms, Gershwin y Camargo Mariano, entre otros.
Por Diego Fischerman
“En este mundo y en esta época nadie crece escuchando una sola clase de música”, decía Yo-Yo Ma en la nota publicada por este diario el viernes pasado. La frase difícilmente podría ser discutida. Y aun si se pensara en particular en las músicas de concierto, en aquellas que demandan una escucha atenta y juegan con esa idea, es claro que el panorama, después del jazz, de cierto tango, de la bossa nova, de los “nuevos folklores” surgidos en varias partes del mundo a partir de la década de 1950, de King Crimson o de los mismos Beatles, es totalmente otro que en los finales del siglo XIX, cuando la única música capaz de perdurar y de viajar de un lado a otro –y de circular y ser discutida como arte– era la que estaba escrita.
Nadie menor de 60 años, en todo caso, utilizaría hoy, como se hacía otrora, los conceptos de “música popular” y “música ligera” de manera indistinta. Está claro que “A day in the life”, de los Beatles, o “Starless and Bible Black”, de King Crimson, son mucho menos ligeras que “Don Pasquale”, de Donizetti. Y está claro, también, que en todos los repertorios hay piezas más livianas o menos comprometidas –o con una relación menos densa entre duración e información– que otras. Yo-Yo Ma, en el extraordinario concierto con el que abrió el Abono Centenario del Colón, no se manejó con una categorización de géneros. Fiel a sí mismo, fue y vino entre piezas de distintas tradiciones. Pero manejó con maestría la posibilidad de ir de lo leve a lo compacto como una manera de establecer un relato. Una pequeña suite, en la que entrelazó, casi sin pausa, el tema “El oboe de Gabriel”, de la película La Misión, compuesto por Ennio Morricone, el Preludio No. 2, de George Gershwin (arreglo para cello y piano de la transcripción realizada para violín y piano por Jascha Heifetz) y “Cristal”, de César Camargo Mariano, dio lugar, en la primera parte, a la Sonata No. 1, de Johannes Brahms. En la segunda, la juvenil Sonata, de Sergei Rachmaninov, llegó después de L (50, en numeración romana), una obra con un potente ritmo motor del británico Graham Fitkin. La obra, escrita para el 50º cumpleaños del cellista, abreva en Bartók pero, podría decirse, es un Bartók pasado por Chick Corea o por la rítmica de Emerson, Lake & Palmer. Rachmaninov en el final, en todo caso, cerró un círculo de manera casi perfecta. Allí pudo escucharse mucho del hiperromanticismo con el que se construyó la música de cine durante los mediados del siglo XX y del que la pieza inicial de Morricone es una clara heredera.
Más allá de la desafortunada decisión de que el concierto se realizara delante del telón del escenario, lo que perjudicó notablemente la proyección del sonido del cello (la tapa abierta del piano ayudó para que el sonido de ese instrumento no fuera igualmente chupado por el pesado cortinado) fue notable el trabajo de Yo-Yo Ma con las cualidades tímbricas, sus posibilidades de ir casi desde lo brutal a lo etéreo y de sumergirse en un magma junto al piano o despegarse de él con un vuelo cristalino. Kathryn Stott, una intérprete extraordinaria –bastaría la manera en que el tema del fugato del último movimiento de la obra de Brahms, al ser tomado en los graves, adquirió peso y presencia– fue mucho más una deuteragonista que una acompañante y fue capaz de ir, con naturalidad, del balanceo juguetón de “Cristal” –una suerte de samba– al espeso tejido de la escritura brahmsiana. Este compositor, con su característico juego entre expansión y contracción y ese fluir entre la expresión más romántica y el énfasis en lo formal (el hermoso tema inicial, una melodía absolutamente genial armada sobre una relación casi matemática de intervalos, es un ejemplo inmejorable) encontró en Ma y Stott dos intérpretes privilegiados, capaces de lograr que la excepcional demanda técnica que la sonata exige se integrara con naturalidad a lo expresivo. El dúo, generosamente, tocó, como bis, una obra de aliento mayor que la clásica pieza breve y virtuosa reservada para tales ocasiones, “Le Grand Tango”, que Astor Piazzolla había escrito para Mstislav Rostropovich. Y con esa pieza llegó, de manera tal vez paradójica, la demostración de aquello que, finalmente, sí diferencia a las músicas artísticas de tradición popular de las de tradición europea y escrita: el valor de la interpretación. Y es que, a diferencia de Rostropovich, quien nunca logró tocar de manera convincente “Le Grand Tango” –finalmente una obra popular, una gran condensación de todos los gestos del piazzollismo, con un cierto grado de estilización, algo más virtuosa pero en nada diferente de sus piezas para el quinteto–, Ma y Stott lo interpretaron con el tono exacto que hubiera tenido en manos de dos integrantes de su quinteto: sin ampulosidad y, sobre todo, con swing. En el final, y ante la ovación admirada de un Teatro Colón lleno, llegó, literal, el canto del cisne: la bellísima –y cinematográfica– pieza que Saint-Saëns dedicó a esa ave en el Carnaval de los animales.
Yo-Yo Ma: cello
Kathryn Stott: piano
Obras de Morricone, Gershwin, Camargo Mariano, Brahms, Fitkin y Rachmaninov.
Fuera de programa: Piazzolla y Saint-Säens
Concierto de apertura del Abono Bicentenario
Teatro Colón. Viernes 11.
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