Los ojos del poeta y el jazz
Carlos Olivares Baró
Primer piso del Hotel Cecil. Número 210 de la calle 118. Oeste de Harlem. Años cuarenta. Se escucha una algarabía de sonidos que acarician el crepúsculo. En la marquesina aparece el nombre de Thelonious Monk. Un racimo de notas: el instante se convierte en un caracol que insiste en la ronda. Kenny Clarke toca el tambor como un niño. Charlie Christian puntea las cuerdas que estiran el eco. Charlie Parker pronuncia un lamento de fiesta inusitada. Dizzy Gilliespie ríe y el agudo desafía las claraboyas del cielo. El bebop es un gesto y una mirada frente al mundo; el Minton’s, un desarraigo que aquilata los nombres de la sombra.
Quien suda es la noche. En el Minton’s Playhouse los silbidos son aguijones, cada suspiro dibuja pretensiones que el humo del cigarro se traga. La sordidez especula en el vientre de la soledad. Hay un diálogo que es un mapa de desamparo múltiple. Nadie se escapa del aluvión del sax. En el Minton’s cada parroquiano escribe su testamento en las brozas del retumbo. El estallido del sax es un aguacero. Los acordes de la trompeta claman y el instante se alarga como un dolor perenne. Cuando resuena la batería un muchacho baila los crecientes siseos de un tabaleo que puntualiza la supervivencia. Un pájaro es una balada de cruces y tonos enfundados en la racha.
Pocos libros han sabido recrear con tanta eficacia los murmullos del jazz. Crónicas del Minton’s Playhouse (Conaculta, Colección de Poesía Práctica Mortal, 2010) de Jesús Ramón Ibarra (Culiacán, Sinaloa, México, 1965) transpira armonías y reverberaciones rítmicas por todos sus folios. “Cuando ensambla el saxofón piensa en la muchacha de Filadelfia. Se asoma por la ventana: en el cielo dos nubes dibujan coágulos de gloria sombría. ¿Kind of Blues será otra forma de gloria?”, nos dice Ibarra: relator de los pespuntes de Coltrane, Evans, Davis, Adderley, Alice Coltrane, Parker…
Los ojos del poeta deletrean los acordes: una crónica comienza con el portarretrato definitivo de Trane: fijeza es temporal; errancia, una muchacha ausente. Coltrane abre la cerradura y un cuajo de relámpagos tararea el insomnio. “En un rincón del estudio, Coltrane toca Round Midnight: imposible augurar la aparición de Naima, el destilado aire de sus axilas, su corazón cachorro en el pecho, su vientre donde unos dedos juegan a ser los niños perdidos del bosque.” La llovizna lleva dentro la tormenta: cuando el novio de Alice armoniza todo es posible. A Love Supreme es un salmo recitado por un adolescente que se baña en la borrasca del ansia.
Jesús Ramón Ibarra es un jazzista de la palabra. Narrador de la violencia festiva del bebop y conocedor del dolor profundo del más grande poeta del sax alto: ese animal volador enfermo de melancolía que tomó las espirales de sus solos como madriguera. Parker revolotea en este libro con un ardor de punzas atiesadas: el Camarillo State Hospital de California no soporta sus delirios, y se derrumba ante el suplicio de “Lover Man”. Este es un libro de jazz. Este es un manual de tristezas en abundancias melódicas; el jazz, una costura de palabras en fronda sincopada. Las pupilas del poeta tararean los armónicos.
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Charlie Parker-Lover Man