Dos siglos con Horacio SalgánLa fiesta nacional lo sacó de muchos años de negarse a tocar en vivo, aunque seguía componiendo y arreglando. Mañana vuelve a escena renovando su dúo legendario con De Lío.
Por Karina Micheletto
Su slogan de presentación podría ser “93 años y la pinta de siempre”. Es un hombre habitualmente reservado, encantador una vez que la charla se ha encendido, cargada de anécdotas alrededor de la música. Horacio Salgán conserva la pinta de las fotos de los discos que grabó hace rato: su porte distinguido, su bigote que es marca, su saco crema con mocasines al tono. Conserva, sobre todo, la capacidad de hacer del piano un vehículo para dotar al tango de una exquisita distinción, y de sus arreglos orquestales –en los que continúa trabajando para dotar de repertorio al Quinteto Real, institución que continúa su hijo César– una marca de identidad. Horacio Salgán anunció hace años su retiro de los escenarios, y no hubo nada, ni el pretexto del cumpleaños número 90, que lo hiciera cambiar de opinión. Hasta ahora. Porque Horacio Salgán será uno de los participantes del segmento tanguero programado para mañana en el marco de los festejos del Bicentenario, en un regreso que sus seguidores ya no soñaban, de lo mejor de la programación del escenario instalado en la 9 de Julio.
Sentado en su departamento de Villa Crespo, en un living dominado por el piano, charlando animadamente de Francini y Pontier, de Gardel y la ingratitud, del misterio del tango, de lo que es verdad en música, podría pasar por un simple mortal. Pregúntese a cualquier tanguero quién es Horacio Salgán: seguramente, no un simple mortal. Pero aquí está, contando que acaba de ver por televisión lo que está pasando en la 9 de Julio, que le encantó el despliegue de los desfiles, las delegaciones provinciales, las locomotoras. Allí estará él en pocas horas, protagonizando no sólo su regreso artístico con su histórico Quinteto Real, también el regreso de un dúo que marcó un hito en el tango: Salgán-De Lío. “En realidad vuelvo a lo mío, a lo de toda mi vida. Estoy en mi propia salsa, digamos. ¡En mi propio jugo!”, sonríe al imaginar lo que vendrá, en un repertorio que prefiere no develar todavía, “para no restar sorpresa al asunto”.
A su lado su hijo César, continuador del arte del piano de Salgán, y también de su lugar en el Quinteto Real, sintetiza con humor: “Mi padre se ha retirado y yo ocupé su lugar. El lunes me voy a retirar yo, y él va a ocupar mi lugar”. “Yo siempre he tocado el piano acá en casa, no dejé de tocar –aclara Salgán–. Lo que pasó fue que después de 75 años de trabajo, y de casi 94 de vida (porque me faltan unos minutos, ya están ahí) dije: me voy a tomar un descansito, me corresponde. Pero ahora nuevamente voy a estar tocando algunas cositas, y el marco será extraordinario. Me pone feliz pensarlo.”
–Los tangueros ya no esperaban volver a escucharlo en vivo, fue muy tajante al decir que se retiraba.
–Es que los motivos eran válidos, créame. No son solamente 75 años de trabajo, son 75 años de trabajo intenso. La vida mía he estado siempre marcada por el exceso de trabajo, los compromisos, los viajes, las giras, escribir los arreglos, cumplir con los plazos, que siempre eran tiranos... Llegó a ser casi un estado enfermizo para mí. Y no fueron unos años, toda la vida fue así. Por eso llegó un momento en que necesariamente me quise tomar un descanso, ya era demasiado.
–Y en este tiempo que no trabajó, ¿qué hizo?
–No toqué en el escenario, me dediqué a escribir instrumentaciones para el Quinteto Real, hice unas cuantas para un disco que van a estar grabando este año. Hice también unas cosas para orquesta sinfónica, para este querido amigo que es Daniel Barenboim, una zamba, un malambo. No me quedé quieto. Para mí hay un hecho físico evidente, y eso es trabajo, pero todo lo que signifique música no es trabajo. Yo siento la necesidad de seguir escribiendo como cuando era joven. Es decir, la semana pasada.
–¿Y qué siente hoy que es el tango, después de 75 años de trabajo?
–El tango es un misterio, una música tan rica que no se acaba nunca. Es sorprendente que una música popular tenga esa repercusión y esa jerarquía. Le puedo dar un ejemplo que sintetiza la evolución que tuvo el tango: cuando era chico yo recuerdo que la gente hablaba del tango “El entrerriano” y decía “es un tango de Rosendo”. Con el pasar de lo años me enteré de que el autor era Rosendo Mendizábal. ¿Y por qué no daba a conocer su apellido este señor? Porque era profesor de algunas niñas de familia, que si se hubieran enterado de que componía tango urgentemente lo hubieran despedido. Fíjese lo que ha transcurrido desde eso hasta hoy. Han tocado tango los más grandes músicos del mundo, Artur Rubinstein, por ejemplo. La sinfónica de Berlín hace “A fuego lento” y me lo dedica en el día de mi cumpleaños. Lalo Schiffrin me cuenta que cuando iba a la casa de Stravinski él le pedía que tocara música mía. Le cuento esto no para hacer un autoelogio, sino para explicar adónde llegó el tango, habiendo surgido como una cuestión non sancta. Otro ejemplo de lo que era el tango hace unos años: cuando el padre de Julio y Francisco De Caro, que era un italiano que tenía un conservatorio, se enteró de que sus hijos tocaban tango, los echó de la casa. ¡No sé cuánto tiempo estuvieron por ahí! No era ninguna pavada, era grave la cosa.
–Y en su caso, ¿cómo tomó su familia que usted tocara tango?
–Yo tuve la suerte de que mis padres eran muy allegados a la música. Mi papá tocaba el piano de oído, y un poquito la guitarra. En mi casa se escuchaba ópera, me llevaban a los conciertos, tuve también la suerte de escuchar en el Colón grandes cantantes y pianistas. Y también, por ejemplo, recuerdo que una vez me llevaron a escuchar a un hombre que recién llegaba a traer el folklore a Buenos Aires, Andrés Chazarreta. Actuaba en La Rural, con su conjunto, y acá en Buenos Aires casi nadie conocía la música del interior. Y fíjese qué hombre de suerte he sido, tuve otra suerte: mis padres me inscribieron en el Conservatorio Municipal, donde tuve una gran maestra no de técnica pianística sino de interpretación.
–¿Cuál sería la diferencia?–La técnica no es más que un adiestramiento manual: ponga la mano así, haga esto, haga lo otro. Ahora, cuando eso se pone al servicio de la interpretación, de la belleza, de lo que el autor quiso decir, es otra cosa. Pero hasta que no se llegue a eso, el resto es un mero adiestramiento manual. Yo tuve la suerte de tener grandes maestros de interpretación y de armonía. Y como no tuve un maestro de técnica, busqué de muchas maneras. La mayor parte de ellas equivocadas. Yo pensaba: ¡ah, sí ahora encontré cómo se toca el piano! Y a los dos años me daba cuenta de que estaba equivocado. Y creo haber llegado a la gran técnica pianística a los ochenta años. Porque la vocación y la pasión mía por la música es tan grande, que nunca dejé de estudiar. ..
–Así que según usted lleva unos trece años de buen pianista.–Más o menos (risas). El resto, de organista.
–¿Cómo es eso?
–Trabajé muchos años de organista de iglesia. Era organista de la iglesia de San Antonio de Devoto, después fui organista en el Gran Cine Florida. A veces a los muchachos les hago un chiste: yo era un gran organista, pero tuve que dejar de tocar porque se me murió el mono.
–¿Cuál es el tango favorito, dentro de su obra?–No puedo decirlo, ni siquiera puedo decir que sea un tango. Tuve la suerte de poder tocar los distintos géneros, he escrito mucha música brasilera, folklore, jazz, valses peruanos, de todo. Y me ocurre una cosa curiosa, también para mi suerte: cada vez que estoy trabajando en un género determinado, estoy escribiendo y tengo la sensación de que toda mi vida no he hecho más que eso, de tan cómodo que me siento dentro de ese género. En esos días o semanas en que trabajo sobre eso, es como si nunca hubiera tocado otra cosa.
–¿Usted mismo no se define como tanguero?
–Sí, puedo decirlo así: yo no soy un tanguero. Tengo la suerte de poder ser en un momento dado un tanguero. Y claro, me he manifestado ante el público con el tango, más que con cualquier otra expresión. Le dije que para mí el tango es un género misterioso, ¿no?
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-146227-2010-05-23.html Horacio Salgán se define una y otra vez como un hombre afortunado. Otra de sus suertes, dice, fue haberlos descubierto a Edmundo Rivero y a Roberto Goyeneche, los dos cantores más famosos de su orquesta. “Rivero no respondía a lo que en la época se esperaba de un cantor”, describe Salgán. “Por un lado porque parecía que su voz era muy grave. Pero además lo común era buscar un cantor con una imagen... favorable. ¡Y no era el caso de Rivero! (risas). Por eso nos echaron de Radio El Mundo, porque decían que los dos éramos muy feos, y él cantaba mal y yo tocaba peor. ¡Eramos feos hasta por radio! (risas).”
–¿Cuán resistido fue en un comienzo Rivero?–Si le digo que por no tener dónde cantar se dedicó a acompañar a otros cantores, porque él tocaba bien la guitarra, se va a dar una idea de cuán resistido fue. Yo lo escuché una mañana en radio La Voz del Aire, y me di cuenta de que allí había alguien que tenía un gran valor. Lo cité en Radio El Mundo. Cuando lo vi dije: no, evidentemente no es el galán que se espera que esté al frente de una orquesta. Pero cuando lo escuché cantar me convencí: yo por este tipo me juego. No era que yo no supiera que había que poner un galán, claro. Pero soy un enamorado de la verdad dentro de la música, de lo cierto, lo demás es secundario. ¡A mí qué me importaba si era lindo o feo, si no lo quería para casarme!
–Y a Goyeneche, ¿cómo llegó?
–Cuando Horacio Deval se retira de mi orquesta, empiezo a probar cantores para sustituirlo. Y un día aparece Goyeneche, que era colectivero. Al principio Goyeneche venía, cantaba dos o tres vueltas con la orquesta, y después salía dos o tres vueltas con el colectivo. ¡Era un cantor de muchas vueltas!
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/146227-46940-2010-05-23.html