Un romántico maldito
Una vida ejemplar. Memorias de Art Pepper por Art y Laurie Pepper
Art Pepper fue protagonista de una de las grandes historias de redención del jazz. Su extraordinaria autobiografía profundiza en sus miserias y revela que su rehabilitación no fue completa
DIEGO A. MANRIQUE 18/06/2011
En una encuesta de Internet, preguntaban cuál era la mejor autobiografía del jazz. Art Pepper (1925-1982) hubiera estado encantado de saber que la suya quedó la tercera, solo superada en votos por las de Miles Davis y Charlie Mingus. Una de las preocupaciones subyacentes en Una vida ejemplar es su incierto lugar en la jerarquía de una música dominada por creadores afroamericanos.
Arthur Pepper creció en un medio jazzístico -Central Avenue, en Los Ángeles-, abierto a músicos de todos los colores. Sus modelos fueron saxofonistas negros: Charlie Parker, Lester Young, John Coltrane. Sin embargo, las experiencias carcelarias le convirtieron en un racista: detestaba la arrogancia de los presos negros; esencialmente apolítico, no podía entender la estrategia del black power. Tras abandonar San Quintín, pensó en fundar "un grupo de autodefensa formado por blancos, por blancos dispuestos a defender su raza y a no seguir siendo la víctima del odio negro (...). Los negros defienden el separatismo y la creación de su propio Estado, pero a la vez predican la destrucción de la raza blanca, el proyecto de follarse a todas las mujeres blancas para que sus hijos sean de color".
Y no sigo. Pepper hizo uno de sus mejores discos, en 1957, con la sección rítmica de Miles y, hasta el final de sus días, giró y grabó con sidemen negros. Pero cualquier broma, dentro o fuera del escenario, le ponía belicoso. Por el contrario, mantenía relaciones óptimas con los chicanos. Algunos desempeñaban funciones esenciales en el ecosistema de los yonquis californianos: vendían la mejor heroína y aceptaban cómplices para robos.
No daba la talla como delincuente: terminó birlando herramientas de albañiles y mecánicos. Se ponía límites: rechazó ejercer de proxeneta o camello. Aparte, se mantuvo inquebrantable: rechazó ser un chivato y se comió duras condenas. Hablamos de los años cuarenta, cincuenta y primeros sesenta, cuando Harry J. Anslinger, primer zar antidrogas, mantenía la consigna de mano dura con los jazzmen: su visibilidad y su oficio itinerante les convertía en blancos infalibles. Además, los meros indicios -pinchazos en los brazos- te llevaban a una celda.
Como otro desdichado coetáneo, Chet Baker, Pepper era un hombre apuesto, un imán para las mujeres. La infinita variedad de drogas que consumió no afectó a su libido. En la Segunda Guerra Mundial, durante un permiso, liga con una londinense. El día pasa entre botellas de whiskey pero llega la noche y la chica no quiere consumar. Lo que sigue es prácticamente una violación. Art tarda poco en descubrir las razones de tan británica reticencia: ella tenía gonorrea.
Una vida ejemplar es fruto de la intuición de su tercera esposa, Laurie. Se conocieron en Synanon, un centro de rehabilitación, donde no escaseaban las historias truculentas. Pero Laurie se quedó prendada del carisma, la vulnerabilidad, la pillería de Art. Inspirada por Los hijos de Sánchez, el libro del antropólogo Oscar Lewis, concibió una biografía oral de su marido. Y aplicó técnicas similares a las de un productor con acceso a abundante material sonoro.
Durante varios años, Laurie sentó a Art frente a una grabadora. Las historias se repetían con cambios, que ella incorporaba a una transcripción master, que solo recibía la aprobación tras una lectura en voz alta. Laurie añadió otras percepciones: las de socios musicales, compañeros de adicciones y una devota fan. Para fijarle históricamente, reprodujo material extraído de Down Beat: entrevistas, críticas y hasta editoriales sobre el binomio jazz-drogas. Es, en el mejor sentido, literatura jazz.
En Una vida ejemplar convergen varias narrativas. Primero, su odisea sexual: inicialmente, la revista Penthouse quería publicar esas páginas pero, ay, tienden hacia lo sórdido. Luego, la épica del adicto irreductible, que superó cuatro estancias en prisión. Y finalmente, la expresión creativa de un músico tan dotado como misántropo, desubicado por las revoluciones del be bop, el cool y la new thing de Coltrane.
Resulta lamentable que la versión española prescinda de la minuciosa discografía, que ocupaba cuarenta páginas. Aunque estuviera desfasada, evidencia lo fragmentario que hubiera sido su legado de no haber contado con la confianza de dos disqueros visionarios, Les Koenig (fundador de Contemporary Records) y Ralph Kaffel (presidente de Fantasy). Pepper, fogueado en las big bands, adquirió voz propia en tiempos profesionalmente tan inciertos como los actuales, con la implantación del soporte elepé y la hegemonía de la música juvenil; mala época para solistas con hábitos peligrosos.
Una vida ejemplar concluye con un fugaz triunfo íntimo. A lo largo del texto, aparece el nombre de Sonny Stitt, un vigoroso alumno (negro) de Charlie Parker que grabó en abundancia, sin los dramas y dudas de Pepper. Coinciden en San Francisco y se retan a un duelo: improvisar sobre Cherokee. Cuenta Pepper: "Arrancó a tocar a toda velocidad. Tocamos el principio, la melodía, y Sonny se embarcó en el primer solo. Y tocó por lo menos cuarenta chorus. Estuvo tocando quizá una hora seguida, hizo todo lo que podía hacerse con un saxofón. Y de pronto se detuvo. Y me miró como diciendo: 'Para que aprendas. Ahora te toca a ti".
Art se siente mal, muy mal. Ha abusado del alcohol y las drogas. Sospecha que hay estupas al acecho y le preocupa su segunda esposa, que nuevamente amenaza con suicidarse. Pero se lanza:
"Toqué como nunca en la vida. Rebusqué en mi mente y encontré mi forma personal, y lo que expresé le llegó al público. Toqué y toqué, y cuando finalmente acabé estaba temblando de pies a cabeza. Tenía el corazón desbocado. Estaba empapado en sudor, y la gente aplaudía y vitoreaba. Miré a Sonny; me contenté con hacerle un pequeño gesto con la cabeza.
-¡Muy bueno!, dijo él.
Y eso fue lo que pasó. Y eso es lo que importa en la vida".
http://www.elpais.com/articulo/portada/romantico/maldito/elpepuculbab/20110618elpbabpor_7/Tes
Una vida ejemplar. Memorias de Art Pepper por Art y Laurie Pepper
Art Pepper fue protagonista de una de las grandes historias de redención del jazz. Su extraordinaria autobiografía profundiza en sus miserias y revela que su rehabilitación no fue completa
DIEGO A. MANRIQUE 18/06/2011
En una encuesta de Internet, preguntaban cuál era la mejor autobiografía del jazz. Art Pepper (1925-1982) hubiera estado encantado de saber que la suya quedó la tercera, solo superada en votos por las de Miles Davis y Charlie Mingus. Una de las preocupaciones subyacentes en Una vida ejemplar es su incierto lugar en la jerarquía de una música dominada por creadores afroamericanos.
Arthur Pepper creció en un medio jazzístico -Central Avenue, en Los Ángeles-, abierto a músicos de todos los colores. Sus modelos fueron saxofonistas negros: Charlie Parker, Lester Young, John Coltrane. Sin embargo, las experiencias carcelarias le convirtieron en un racista: detestaba la arrogancia de los presos negros; esencialmente apolítico, no podía entender la estrategia del black power. Tras abandonar San Quintín, pensó en fundar "un grupo de autodefensa formado por blancos, por blancos dispuestos a defender su raza y a no seguir siendo la víctima del odio negro (...). Los negros defienden el separatismo y la creación de su propio Estado, pero a la vez predican la destrucción de la raza blanca, el proyecto de follarse a todas las mujeres blancas para que sus hijos sean de color".
Y no sigo. Pepper hizo uno de sus mejores discos, en 1957, con la sección rítmica de Miles y, hasta el final de sus días, giró y grabó con sidemen negros. Pero cualquier broma, dentro o fuera del escenario, le ponía belicoso. Por el contrario, mantenía relaciones óptimas con los chicanos. Algunos desempeñaban funciones esenciales en el ecosistema de los yonquis californianos: vendían la mejor heroína y aceptaban cómplices para robos.
No daba la talla como delincuente: terminó birlando herramientas de albañiles y mecánicos. Se ponía límites: rechazó ejercer de proxeneta o camello. Aparte, se mantuvo inquebrantable: rechazó ser un chivato y se comió duras condenas. Hablamos de los años cuarenta, cincuenta y primeros sesenta, cuando Harry J. Anslinger, primer zar antidrogas, mantenía la consigna de mano dura con los jazzmen: su visibilidad y su oficio itinerante les convertía en blancos infalibles. Además, los meros indicios -pinchazos en los brazos- te llevaban a una celda.
Como otro desdichado coetáneo, Chet Baker, Pepper era un hombre apuesto, un imán para las mujeres. La infinita variedad de drogas que consumió no afectó a su libido. En la Segunda Guerra Mundial, durante un permiso, liga con una londinense. El día pasa entre botellas de whiskey pero llega la noche y la chica no quiere consumar. Lo que sigue es prácticamente una violación. Art tarda poco en descubrir las razones de tan británica reticencia: ella tenía gonorrea.
Una vida ejemplar es fruto de la intuición de su tercera esposa, Laurie. Se conocieron en Synanon, un centro de rehabilitación, donde no escaseaban las historias truculentas. Pero Laurie se quedó prendada del carisma, la vulnerabilidad, la pillería de Art. Inspirada por Los hijos de Sánchez, el libro del antropólogo Oscar Lewis, concibió una biografía oral de su marido. Y aplicó técnicas similares a las de un productor con acceso a abundante material sonoro.
Durante varios años, Laurie sentó a Art frente a una grabadora. Las historias se repetían con cambios, que ella incorporaba a una transcripción master, que solo recibía la aprobación tras una lectura en voz alta. Laurie añadió otras percepciones: las de socios musicales, compañeros de adicciones y una devota fan. Para fijarle históricamente, reprodujo material extraído de Down Beat: entrevistas, críticas y hasta editoriales sobre el binomio jazz-drogas. Es, en el mejor sentido, literatura jazz.
En Una vida ejemplar convergen varias narrativas. Primero, su odisea sexual: inicialmente, la revista Penthouse quería publicar esas páginas pero, ay, tienden hacia lo sórdido. Luego, la épica del adicto irreductible, que superó cuatro estancias en prisión. Y finalmente, la expresión creativa de un músico tan dotado como misántropo, desubicado por las revoluciones del be bop, el cool y la new thing de Coltrane.
Resulta lamentable que la versión española prescinda de la minuciosa discografía, que ocupaba cuarenta páginas. Aunque estuviera desfasada, evidencia lo fragmentario que hubiera sido su legado de no haber contado con la confianza de dos disqueros visionarios, Les Koenig (fundador de Contemporary Records) y Ralph Kaffel (presidente de Fantasy). Pepper, fogueado en las big bands, adquirió voz propia en tiempos profesionalmente tan inciertos como los actuales, con la implantación del soporte elepé y la hegemonía de la música juvenil; mala época para solistas con hábitos peligrosos.
Una vida ejemplar concluye con un fugaz triunfo íntimo. A lo largo del texto, aparece el nombre de Sonny Stitt, un vigoroso alumno (negro) de Charlie Parker que grabó en abundancia, sin los dramas y dudas de Pepper. Coinciden en San Francisco y se retan a un duelo: improvisar sobre Cherokee. Cuenta Pepper: "Arrancó a tocar a toda velocidad. Tocamos el principio, la melodía, y Sonny se embarcó en el primer solo. Y tocó por lo menos cuarenta chorus. Estuvo tocando quizá una hora seguida, hizo todo lo que podía hacerse con un saxofón. Y de pronto se detuvo. Y me miró como diciendo: 'Para que aprendas. Ahora te toca a ti".
Art se siente mal, muy mal. Ha abusado del alcohol y las drogas. Sospecha que hay estupas al acecho y le preocupa su segunda esposa, que nuevamente amenaza con suicidarse. Pero se lanza:
"Toqué como nunca en la vida. Rebusqué en mi mente y encontré mi forma personal, y lo que expresé le llegó al público. Toqué y toqué, y cuando finalmente acabé estaba temblando de pies a cabeza. Tenía el corazón desbocado. Estaba empapado en sudor, y la gente aplaudía y vitoreaba. Miré a Sonny; me contenté con hacerle un pequeño gesto con la cabeza.
-¡Muy bueno!, dijo él.
Y eso fue lo que pasó. Y eso es lo que importa en la vida".
http://www.elpais.com/articulo/portada/romantico/maldito/elpepuculbab/20110618elpbabpor_7/Tes
Art Pepper - The Summer Knows (1976)