miércoles, 3 de noviembre de 2010

Wayne Shorter / La Incógnita Develada


Los pájaros de otro mundo

IKER SEISDEDOS - Madrid - 03/11/2010


Como una bandada de pájaros migratorios incontrolables del más precioso plumaje, los cuatro miembros de la banda de la leyenda del saxofón Wayne Shorter volaron anoche sobre el escenario del Teatro Fernán Gómez en el memorable concierto inaugural del Festival de Jazz de Madrid. Dibujaban círculos y espirales, caían despreocupadamente en picado y se acercaban hasta casi tocarse las alas para después separarse en nerviosa desbandada.


Por todo repertorio se presentaron con un tema de 80 minutos (y un bis de otros 20) aparentemente inspirados por el caos, pero fuertemente sujetos en las partituras de Shorter, acaso el mejor compositor del jazz contemporáneo. En realidad, fueron muchas canciones y muy pocas notas (en el mejor de los casos tres o cuatro), empleadas como trampolines para la improvisación y enlazadas con descaro y relajación por una banda que lleva diez años funcionando y suena rabiosamente actual. Y eso, pese a que su líder, budista convencido, que acaba de cumplir 77 años y ya firmaba brillantes capítulos como parte del glorioso segundo quinteto de Miles Davis (1965-1968), ese milagro que algunos llamaban algo rácanamente una banda de jazz y que cambiaría la historia de esa música.


Shorter alternó saxofón tenor y un soprano que más bien pareció un arma blanca. Acatarrado, en precario equilibro, en permanente persecución de sí mismo y siempre peleado con las cuerdas del piano de Danilo Pérez, se mostró brillantísimo, relajado, como un general que confía plenamente en sus huestes. Quizá fuera porque Pérez, pianista panameño extraordinario, pareció empujar a la banda con la misma sutileza con la que Herbie Hancock alentaba a Miles en los buenos tiempos. Como solo los grandes son capaces de hacer, su mano izquierda (cerebral, hipnótica) raramente supo lo que hacía la derecha (torrencial, exuberante).

En incansable coqueteo con Stravinski, Andrew Hill, Chick Corea y con su propio arte, Pérez lanzaba miradas oblicuas con mensajes ocultos a John Patitucci, quien, en el otro extremo de una alfombra oriental que a ratos parecía a punto de emprender el vuelo, tocó virtuosamente el contrabajo con la solidez del hormigón y la predisposición para el juego de un niño travieso e hiperactivo.

Aunque la sorpresa de la noche, por la pura novedad, resultó Terri Lyne Carrington. La baterista sustituía al otro miembro permanente del cuarteto, Brian Blade. Elegante percusionista, Blade forma parte de la banda desde aquel día de principios de siglo en que Shorter escogió a tres de los mejores jóvenes leones de la escena para un viaje que ha quedado registrado soberbiamente en los álbumes en directo Footprints Live! (2002) y Beyond the sound barrier (2005) y en el disco en estudio Alegría (2003).

La banda quizá suene con Carrington más agresiva y escueta. Y aunque aún se la veía perdida en muchos de los chistes privados del resto de los miembros, ya entiende perfectamente la misión para la que se le ha convocado. Lo demostró al atajar de un par de golpes secos de caja el tímido intento de la audiencia de prorrumpir en aplausos a la hora del inicio, lo cual, claramente, hubiera interrumpido también el torrente de conciencia musical. Shorter le reconoció el esfuerzo al final, cuando por todo parlamento pronunció con respeto su nombre en un susurro rasposo como una lija.

El público, que abarrotó el teatro, se dejó zarandear a gusto por la exigente propuesta del cuarteto. El aroma de las ocasiones únicas se sentía con fuerza ya solo al repasar las caras de los asistentes en el vestíbulo: al recital asistieron músicos como Jorge Pardo, Pepe Rivero o Joe Lovano, estrella post bop llegada de Nueva York para ofrecer esta noche el segundo de los conciertos del ciclo madrileño.


Es difícil saber con qué presencia de ánimo afronta Lovano el reto de igualar hoy sobre el mismo escenario un concierto tan absolutamente brillante como el de anoche. Lo cierto es que el resto del público aplaudió a gusto cuando al fin pudo y abandonó la sala como en trance, pasmado y un tanto escaso de palabras.


http://www.elpais.com/articulo/madrid/pajaros/mundo/elpepuespmad/20101103elpmad_13/Tes