Albert Ayler, el artísta maldito del jazz
Por Jorge H. Andrés
21 de febrero de 2005
Cuando, a fines de 1970, Albert Ayler apareció flotando en el East River de Nueva York como si se hubiera ahogado la noche anterior, llevaba desaparecido veinte días. Tenía treinta y cuatro años y nadie lo conocía fuera del gueto de los vanguardistas, donde, luego de varias temporadas en Europa y seis álbumes grabados para el mismo sello de John Coltrane, su protector, se había hecho temer pero no respetar. Por eso, a pesar de tan extraña muerte y de una obra única por su contenido místico y expresión rabiosa, no hicieron de él un mártir o una leyenda.
Albert Ayler fue el más grande artista maldito del jazz, no en el sentido romántico que ha adquirido la categoría, sino en un extremo trágico, con todo el dolor que implica haber sido tomado a risa, expulsado a gritos en medio de un solo -que no eran tan largos ni incoherentes como se ha dicho-, acusado de analfabetismo musical y de ser un bárbaro del saxofón, algo así como la encarnación de todos los excesos atribuibles al free jazz.
Lo cierto es que no era culpable de nada de eso; su música sonaba elemental, primitiva, fervorosa y descontrolada, al servicio de un discurso sin restricciones, pero no caótico, y aunque nunca hubo lugar para otra propuesta espiritual que la de Coltrane, las composiciones de Ayler -mezcla de marchas fúnebres y militares, clarinadas, himnos gospel y residuos del jazz antiguo, con títulos como "Espíritus", "Fantasmas", "Brujas y demonios" o "La verdad viene marchando"- tenían estructura clara, extensión más lógica, un desarrollo atropellado, pero coherente, y lograban transmitir una convicción religiosa realmente conmovedora.
Lo que ofendió a fondo fue la técnica que había creado para buscar a Dios tocando el saxo tenor, lo que él llamaba "el grito silencioso" y era en realidad un alarido que metía miedo por su potencia, la falta de relación con cualquier gentileza musical y una intensidad como nunca se volvió a lograr en el jazz. Un sonido inolvidable hasta para quienes lo toleraban por unos pocos segundos y que obtenía soplando desde el fondo de la garganta las cañas más duras que se podían encontrar.
Albert Ayler y sus pocos álbumes, junto con todo el jazz free de los años sesenta, han permanecido intencionalmente olvidados, y si su nombre vuelve a cobrar actualidad periodística no es porque haya surgido algún interés por ese esplendoroso período, sino gracias a la edición de "Espíritu Santo", un cofre cuadrado que contiene un libro de doscientas páginas, reproducciones facsimilares de la revista Cricket y otros panfletos de época, una fotografía ajada del músico en la niñez, su caligrafía en papel con membrete del hotel Esplanaden, una nomeolvides seca y, bien en el fondo, como significando que no es lo principal de este excepcional tributo, diez discos compactos de los cuales sólo ocho contienen fragmentos de música.
La descripción podría corresponder a otra de esas incómodas extravagancias discográficas que terminan olvidadas en algún rincón, pero basta su apariencia de caja negra tallada, con información clave de la catástrofe Ayler -no la explicación de su muerte, pero sí muchos secretos de su vida- para volverla atractiva y, por el libro y las dos horas y media de conversaciones, imprescindible para cualquier interesado en la personalidad de este renegado genial.
Los discos con música -toda inédita, a veces trunca y de sonido imperfecto- no agregan nada que supere las grandezas conocidas, pero completan conciertos publicados en forma parcial, permite escuchar formaciones que nunca grabaron y registra momentos cruciales, como fueron su fugaz participación en un cuarteto de Cecil Taylor y los seis minutos y medio que a fines de julio de 1967 tocó en el funeral de John Coltrane, que lo había dejado programado como último deseo. Un respaldo póstumo que no consagró a Albert Ayler como su sucesor, porque ésa era la idea.
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=681329
Albert Ayler - Ghost
Albert Ayler: Muerto como un perro.
Albert no encuentra su sitio en Estados Unidos, por lo que pasará gran tiempo en Europa, donde, a parte de desarrollar su estilo singular, servirá de padre e influencia para una gran hornada de jóvenes músicos que encontrarán en su sonido desgarrador y quebrado una fuente de arte fresco y potente. Uno de esos músicos que harán de su saxo un modo a seguir será Peter Brötzmann, el que, no contento con homenajear a Ayler en cualquiera de sus soplidos, creará la ensamble DIE LIKE A DOG, en honor a su figura.
Tocará con músicos de la talla de Sonny Rollins, Don Cherry, Cecil Taylor,...y uno de los colosos del momento se fijará en él por la originalidad de su estilo. Este incansable buscador de nuevas energías que aplicar a su música es John Coltrane, quien apadrinará a Ayler dado que su propuesta no era del agrado del movimiento discográfico de la época. Se dice que Coltrane grabó ciertos trabajos alejados de su búsqueda innovadora y vanguardista (oígase "Ballads") a cambio de que los productores apuesten por Albert Ayler y su banda, ya con su hermano Donald a la trompeta como fijo, y una ristra de músicos, entre violinistas, violoncellistas, bateristas, contrabajistas, entre los que se encuentra Sunny Murray, Mildford Graves, Alan Silva,...
John Coltrane se dejará impregnar por el sonido original de Ayler, hecho que se deja ver en su última etapa, en la que el avantgardismo es la seña de identidad, y hasta el punto de que pedirá que en su funeral Albert Ayler y Ornette Coleman toquen juntos el himno de Ayler "La llamada de los espiritus". Y así fue.
Escasos años después de la muerte del que fuera su padrino y amigo, el arte más inquieto perderá otra de sus figuras icónicas, otro de sus puntos clave de innovación y búsqueda. En 1970 aparece flotando sin vida en el New York´s East River el cuerpo de Albert Ayler. El pequeño pájaro ha muerto como un perro.
Ayler me enseñó muchas cosas, entre ellas me enseñó que ningún sonido es irreconciliable. El fue un alquimista de la música, llevando a un mismo terreno la música de marcha militar, el gospel, el jazz, la libre improvisación y los tonos religioso-cristianos y creando una mezcla bajo la única tutela del "todo es posible" y un poderoso aire espiritual. Una carrera contra reloj en unos tiempos, que como estos, no podían asimilar que un artista tuviera un alcance tan basto y peculiar, obligándole a realizar otros trabajos fuera de su estilo para poder tener sustento.
En esta web se encuentra reseñado el doble disco de grabaciones en directo del sello Impulse! "Live at Greenwich Village", obra que me parece imprescindible para conocer la figura de uno de los artistas mas conmovedores, controvertidos y vivos del panorama musical jazzístico de los últimos 40 años cuya influencia llegará hasta el punto de servir de nombre a uno de los sellos discográficos más arriesgado y respetable que se encuentra activo en este momento, apostando siempre por la vanguardia y el buen gusto: AYLER RECORDS (Made in Europa).
My name is Albert Ayler : Un documental de Kasper Collin.
Por Julio Cortés.
El movimiento del free jazz comenzó hacia fines de los años 50, cuando Cecil Taylor y Ornette Coleman comenzaron a explorar una dirección musical nueva, construyendo sobre lo que el jazz y el blues habían sido hasta ese momento pero haciendo saltar por los aires muchas reglas, y posibilitando una verdadera revolución en el plano estético. El carácter “nuevo” de esa música era al mismo tiempo, de manera muy dialéctica, un “salto de tigre hacia el pasado” (Benjamin) de la conciencia africana y las lucha de clases, y por eso la “new thing” estuvo profundamente ligada a las luchas sociales y políticas que se empezaron a encender en esos años para llegar a su momento más álgido en la década de los 60. Los pioneros del “avantgarde”, Cecil y Ornette, siguen vivos y en bastante buena forma. Pero hubo otras dos figuras emblemáticas que encarnaron el polo más puro y radical, Coltrane y Ayler, muertos justo en el momento cumbre del movimiento -en 1967 y 1970, respectivamente- y que en cierta forma han quedado como mártires del mismo.
“My name is Albert Ayler”, un documental realizado por el director sueco Kasper Collin y que ha sido exhibido en distintos festivales desde el 2006 (por ejemplo, fue mostrado en In-Edit en Buenos Aires), es un documento dedicado a rescatar del olvido la figura del saxofonista Ayler, uno de los músicos de jazz que más indiferencia y hostilidad generó en vida pero cuya influencia y apreciación ha ido creciendo sostenidamente en el tiempo. Alberto tenía bastante confianza en que ese reconocimiento iba a tardar pero llegaría. La frase de Ayler que se reproduce en la portada dice: “If people don´t like it now, they will” (que vendría siendo algo así como: “Si a la gente no le gusta ahora, le va a gustar después”). Gracias a artefactos como la caja de 10 CDs editada hace unos pocos años por Revenant records y esta película, el tremendo y hermoso legado que Ayler regaló al mundo comienza a tener la difusión que merecía. Pues si bien el rechazo del público, la industria y los críticos oficiales afectó por mucho tiempo a Ornette y Cecil antes de ser “reconocidos”, y la intensidad máxima del período final de Coltrane generó acusaciones de grueso calibre en el mismo campo, las opciones estéticas revolucionarias de Ayler lo llevaron además a un entorno de depresión, crisis nerviosa, pobreza extrema, y finalmente la muerte (su cuerpo fue encontrado en el río Hudson, y nunca se ha logrado determinar muy bien si se trató de suicidio, accidente, o algo más oscuro. No olvidemos que tanto Hendrix como Eric Dolphy murieron en esos mismos años por una mala atención suministrada por personal médico que en su mierda de cabecita alojaba prejuicios racistas).
El documental cubre los años iniciales de Ayler en Escandinavia. Habiendo aprendido a tocar desde muy pequeño, y luego de tocar con el legendario bluesman Little Walter, al igual que varios músicos del free jazz Ayler estuvo un tiempo en el Ejército, donde se dedicó a tocar saxo todo el día estudiando la obra de los otros tres jinetes del Apocalipsis (Cecil, Trane y Ornette). De regreso a su Ohio natal, comenzó a radicalizar su programa y viajó a Suecia, donde grabó sus primeros álbumes (todavía acompañado de músicos más tradicionales) y terminó tocando en la banda de Cecil Taylor durante un breve tiempo (material que tan sólo hemos podido conocer gracias al box set de Revenant, “Holy Ghost”). De estas andanzas escandinavas la película entrega bastantes imágenes y entrevistas (entre ellas, aparecen amigos de esa época y hasta una ex-novia sueca de Ayler). El extraordinario baterista Sunny Murray cuenta en detalle como Ayler se les acercó a él y Jimmy Lyons (que en paz descanse) cuando estaban de gira por Suecia con Cecil Taylor, manifestando su intención de tocar. C.T. rechazó en principio la oferta, pero durante el set Lyons y Murray le hicieron una seña en un momento a Ayler para que se incorporara, y el Gran Jefe terminó por ceder a los encantos del inconfundible sonido ayleriano incorporándolo a la banda por un tiempo. A partir de ahí, la senda parece cada vez más clara e intensa y conducía a donde nadie estuvo antes y muy pocos han seguido habitando (entre ellos, los más grandes podrían ser el Reverendo Frank Wright, Kaoru Abe y Charles Gayle).
De regreso a los Estados Unidos Alberto se rodeó de músicos adecuados, entre ellos su primo Charles Tyler y el hermano menor Donald. Don se estuvo entrenando por unos meses, tocando 9 horas al día, y luego los hermanos se establecieron en Nueva York, donde según declara Don, solían recibir como pago “5 dólares por 6 horas de trabajo”. En ese punto el apoyo de Coltrane se volvió fundamental (desde aportes en dinero efectivo hasta la incorporación de los hermanos en ciertos proyectos musicales y su fichaje por el sello Impulse). Pero además, el maestro tenía una calidad humana tal que no tuvo ningún problema en abrirse a recibir la influencia de la nueva generación de músicos al frente del movimiento. Cuando la enfermedad se llevó a Coltrane de este mundo en 1967, se cumplió su petición expresa de que en el funeral tocaran las bandas de Ornette y Ayler. El registro histórico de esa presentación es uno de los momentos más emotivos del documental…Ayler con terno blanco encabeza a los suyos interpretando tres temas (Love Cry/Truth is marching in/Our Prayer –esta última una de las pocas composiciones de Donald Ayler) unidas en una mega composición que culmina con el canto/llanto de Albert despidiéndose a gritos de Coltrane. Un momento impresionante, que tal vez anuncia el cambio de época sesentayochista que finalmente terminó bastante mal.
Además de entrevistas muy valiosas con Edward Ayler (el padre, que aparece en una parte buscando la tumba de su hijo en el cementerio, y tan sólo la encuentra cuando un conocido mucho más joven se la señala) y con Donald (el fiel hermano, de sonido inconfundible en la trompeta, cuyo estado mental se deterioró severamente hacia 1968, dejando un sentimiento de culpa terrible en Albert. Según acabo de enterarme, Don murió el 21 de octubre del año pasado), aparecen el ya citado Sunny Murray, Gary Peacock (el contrabajista virtuoso de uno de los mejores momentos musicales de nuestro héroe, tal como consta en el impresionante álbum “Spiritual Unity” -en formación de trío, con Murray reinventando la batería en el jazz-), Michael Sampson (un violinista holandés de formación académica clásica que se escapó durante una gira con una orquesta para ir a ver a Ayler y dedicarse a tocar por unos meses con la tropa aylerista en el período inmortalizado por las legendarias grabaciones en el Slug Saloon. En 1965 Sampson había ido a ver terminado tocando con el trío de Ornette en Amsterdam) y varios otros testigos que nos entregan montones de anécdotas y permiten mantener la memoria histórica del movimiento del free jazz.
También se alcanza a mostrar en estos 79 minutos algo de la polémica deriva de Ayler hacia una especie de blues rock libre cuasi-psicodélico que casi se podría confundir con una forma de new age si no fuera porque conocemos bien todo el resto de la obra de nuestro querido Albert, época que nos suministró albums tan raros como “Music is the healing force of the Universe” y “New Grass”. Su “Yoko Ono”, Mary Maria, asumía polémicamente de vocalista en esa época y fue criticada por varios amigotes que la responsabilizaron de haber aislado a Ayler del resto del mundo antes de morir (pese a estas acusaciones no se pueden menospreciar las potencialidades del free jazz hecho por matrimonios, como demuestran Linda y Sonny Sharrock en “Black Woman” y John y Alice Coltrane en “Cosmic music” y varias otras colaboraciones). Por cierto, fue mi novia quien me consiguió hace un año este indispensable y hermoso artefacto, que aún no estaba en el mercado, mediante intensas gestiones por Internet y traslados varios de un lado a otro del océano atlántico. Pero según se anuncia en www.mynameisalbertayler.com, a partir del otoño gringo (o sea, nuestra primavera) se podrá ir y comprar directamente en las mejores tiendas de nuestra ciudad, o sea...no sé si llegaremos a verlo por estos lados disfrazado de mercancía. Tampoco creo que la veamos en la pared del cine arte alameda. Pero podría estar equivocado. Ojalá.
http://www.especial35.net/Reportajes/WXYZ/122008-MyNameIsAlbertAyler.htm
Dentro de (exactamente) un mes, se cumplen 40 años de la muerte de Albert Ayler, por algun motivo que desconozco, prefiero recordarlo hoy. MAN