John Lennon: Entre el Genio y la Locura
Por Sonia Aparicio
Se sabía especial. “En el jardín de infancia yo ya tenía algo. Era distinto a los demás, toda la vida he sido distinto», decía. Ese era el secreto. Que se parecía muy poco al común de los mortales («Me pasa algo malo porque veo cosas que las otras personas no ven»). Y que era consciente de ello («O soy un genio o estoy loco. No puedo estar loco porque no me han encerrado, luego, soy un genio»).
Cuenta la leyenda que John Winston Lennon nació en la maternidad de Liverpool —la de Oxford Street— el 9 de octubre de 1940, mientras aviones alemanes bombardeaban la ciudad y tía Mimi corría arriesgando su vida por las calles para llegar a tiempo junto a su parturienta hermana. Mitología “beatle”, nada más. El estudio de las fechas demuestra que ese día no hubo bombardeos, pero el dato sirve para seguir alimentando el mito.
Por Sonia Aparicio
Se sabía especial. “En el jardín de infancia yo ya tenía algo. Era distinto a los demás, toda la vida he sido distinto», decía. Ese era el secreto. Que se parecía muy poco al común de los mortales («Me pasa algo malo porque veo cosas que las otras personas no ven»). Y que era consciente de ello («O soy un genio o estoy loco. No puedo estar loco porque no me han encerrado, luego, soy un genio»).
Cuenta la leyenda que John Winston Lennon nació en la maternidad de Liverpool —la de Oxford Street— el 9 de octubre de 1940, mientras aviones alemanes bombardeaban la ciudad y tía Mimi corría arriesgando su vida por las calles para llegar a tiempo junto a su parturienta hermana. Mitología “beatle”, nada más. El estudio de las fechas demuestra que ese día no hubo bombardeos, pero el dato sirve para seguir alimentando el mito.
Lennon, como los otros “beatles”, pertenece a la generación de “niños de la guerra” que crecieron en una Europa deprimida tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. El chico creció desde los cinco años a las faldas de su tía Mimi, después de que el divorcio de sus padres pusiera fin a una relación inexistente marcada por las continuas ausencias de él, marino. Tía Mimi intentaba poner en su vida el orden y la disciplina que requería la época, regañándole por encaramarse al muro del orfanato Strawberry Field para observar a las chicas; tirando a la papelera las poesías que escribía e intentando quitarle de la cabeza la idea de dedicarse a la música («la guitarra está bien John, pero nunca te ganarás la vida con ella»), porque la profesión de jugador de rugby o químico le parecía más apropiada y seria para el muchacho.
Su madre, Julia, fue como una tía que le visitaba con frecuencia. Fue ella quien le enseñó a amar la música de Elvis y quien le enseñó a tocar el banjo. Tambien quien le compró su primera guitarra. Estaba escrito en el destino que el pequeño Lennon no sentiría demasiada simpatía por la autoridad: Julia murió atropellada por un policía borracho cuando él tenía 17 años. Para entonces, hacía poco más de un año que había conocido a un tal Paul McCartney, un chico que le presentaron, el 6 de julio de 1957, en un concierto de The Quarrymen en Woolton, y que consiguió un hueco en el grupo porque su talento con la guitarra enseguida impresionó a John. También Paul había perdido a su madre poco antes (1956), víctima de un cáncer, y los dos chicos aunaron su sensibilidad y sus dones para la música como vía de escape a su mundo interior. Hasta que el choque de los egos de ambos genios resultó insoportable. Ni contigo ni sin ti.
Fueron esos primeros años de niñez y juventud los que marcaron profundamente la personalidad del rebelde e inconformista que fue Lennon. El que tras actuar ante la reina en el Teatro Príncipe de Gales de Londres se atrevió a decir: «Los que estén en los asientos más baratos aplaudan, los que estén en los más caros simplemente hagan sonar sus joyas»; el que no se sentía cómodo embutido en el “look” trajeado que les diseñó Brian Epstein; el que provocó la locura de la quema de discos en EEUU cuando se atrevió a decir que los Beatles eran «más famosos que Jesucristo»; el que escribió, cantó y se desnudó en contra de la guerra de Vietnam; el que se entregó a Yoko Ono, a las drogas, al arte, a la poesía, a la protesta, a la imaginación...
Tres décadas después de su asesinato continúan vivas las especulaciones sobre lo que habría sido o habría podido ser si John Lennon no hubiera muerto aquel 8 de diciembre de 1980. Cuentan en Liverpool que, una semana antes de morir, John llamó a Tía Mimi y le dijo: «Ya está. Pronto volveré a casa. Y todo volverá a ser como siempre».
Su madre, Julia, fue como una tía que le visitaba con frecuencia. Fue ella quien le enseñó a amar la música de Elvis y quien le enseñó a tocar el banjo. Tambien quien le compró su primera guitarra. Estaba escrito en el destino que el pequeño Lennon no sentiría demasiada simpatía por la autoridad: Julia murió atropellada por un policía borracho cuando él tenía 17 años. Para entonces, hacía poco más de un año que había conocido a un tal Paul McCartney, un chico que le presentaron, el 6 de julio de 1957, en un concierto de The Quarrymen en Woolton, y que consiguió un hueco en el grupo porque su talento con la guitarra enseguida impresionó a John. También Paul había perdido a su madre poco antes (1956), víctima de un cáncer, y los dos chicos aunaron su sensibilidad y sus dones para la música como vía de escape a su mundo interior. Hasta que el choque de los egos de ambos genios resultó insoportable. Ni contigo ni sin ti.
Fueron esos primeros años de niñez y juventud los que marcaron profundamente la personalidad del rebelde e inconformista que fue Lennon. El que tras actuar ante la reina en el Teatro Príncipe de Gales de Londres se atrevió a decir: «Los que estén en los asientos más baratos aplaudan, los que estén en los más caros simplemente hagan sonar sus joyas»; el que no se sentía cómodo embutido en el “look” trajeado que les diseñó Brian Epstein; el que provocó la locura de la quema de discos en EEUU cuando se atrevió a decir que los Beatles eran «más famosos que Jesucristo»; el que escribió, cantó y se desnudó en contra de la guerra de Vietnam; el que se entregó a Yoko Ono, a las drogas, al arte, a la poesía, a la protesta, a la imaginación...
Tres décadas después de su asesinato continúan vivas las especulaciones sobre lo que habría sido o habría podido ser si John Lennon no hubiera muerto aquel 8 de diciembre de 1980. Cuentan en Liverpool que, una semana antes de morir, John llamó a Tía Mimi y le dijo: «Ya está. Pronto volveré a casa. Y todo volverá a ser como siempre».
En 1991 se le otorgó un Grammy póstumo por su contribución a la música.
http://www.lostiempos.com/lecturas/varios/varios/20101205/john-lennon-el-genio-inmortal_102263_199201.html
http://www.lostiempos.com/lecturas/varios/varios/20101205/john-lennon-el-genio-inmortal_102263_199201.html
John Lennon - Mind Games