martes, 23 de mayo de 2017

Atahualpa Yupanqui / Mayor Figura de la Historia de la Música Popular Argentina



A 25 Años de la Partida de Don Ata. El Filósofo de la Tierra

23/05/2017

Por Esteban Raies

De su tío Gabriel aprendió que un amigo era uno mismo en el cuero de otro. En un campo de Agustín Roca, en Buenos Aires, escuchó de boca de Romualda, la esposa del capataz, las vidalas que le alegraron la oscuridad que lo envolvía cuando tenía ocho años. De Bautista Almirón, cuando ya estaba en Junín, aprendió los rudimentos de la guitarra, donde sí pudo usar la izquierda que una maestra le prohibió para escribir. Aprendió a ahuecarse para tocarla y supo que existían Bach, Granados, Albéniz. Leyó Arthur Schopenhauer, José Hernández, Miguel de Cervantes, Friedrich Nietzsche. “Leía hasta aquello que me hacía daño. Leía, sin sistema ni mucho orden, lo que el mundo iba escribiendo”, decía. Pero fue el camino la verdadera universidad de Atahualpa Yupanqui, de quien el 23 de mayo se cumplen 25 años de su muerte. 

Le puso el oído al paisano, le dio voz al indio y soltura a sus pies caminantes. Ya en el comienzo de su senda sabía que el canto no era para portarlo sin compromiso. A los 12 años, descubrió la existencia de un ritmo para cada narración. Para los asuntos del corazón o la soledad la milonga era el mejor vehículo. No imaginaba que alguna vez iba a cantarle varias milongas a los asombrados franceses, desde donde su canto de exilio y militancia iba a brotar como una flor en el desierto.

La intemperie le curtió el cuero a Héctor Roberto Chavero y el sol le sacó lustre a su cara india, cultura a la que homenajeó con dos nombres que formaron al compositor insignia del folklore argentino: Atahualpa Yupanqui. En Tucumán, adonde llegó gratis porque los hijos de los empleados ferroviarios no pagaban pasaje, se anotó en el alma el paisaje. Conoció la zamba, el cañaveral, los helechos; sintió el golpe del legüero y supo que esa percusión era la respiración de la tierra, a la que sólo había que oir. “Los que cantan ritmos de otros países no se han hecho amigos del viento y han de pasar por la tierra sin haberla traducido”, dijo alguna vez.

Temprano aprendió a traducirla. Escribió su primera canción en Junín, en 1926, cuando se enteró de que había muerto Don Anselmo, un tucumano con quien sabía andar las sendas pedregosas. Así nació “Camino del indio”. Pero Atahualpa no se hacía cargo del invento: le echaba la culpa al cielo, el más azul que hasta entonces había visto.

Hecho de Miel y Pesares

Hijo de madre vasca y criollo santiagueño, decía tener en la sangre el silencio del mestizo y la tenacidad del vasco. Desde su voraz inteligencia no paró de aprender. En Frederick Nietzsche leyó: “Los acontecimientos más grandes no son los más ruidosos, sino nuestras horas más silenciosas”. Aunque leía con fruición, el camino lo marcó desde la primera ver que a sus ojos le dieron la luz de este mundo. 

El 8 de enero de 1908 se desató una lluvia apocalíptica. Como Campo de la Cruz, el paraje donde vivía la familia, estaba a 25 kilómetros de la bonaerense Colón, su padre pensó en ir a anotarlo al bebé allí. Pero el camino embarrado lo hizo cambiar de parecer. Entonces, inscribió a Héctor Roberto Chavero en Pergamino, a 30 kilómetros.

Yupanqui, La Obra

El 23 de mayo de 1992 su silencio se hizo golondrina y enseguida empezaron los análisis de una obra con diferentes momentos, con un horizonte firme y una clara vocación: contar las vivencias del paisano que él mismo era. Cantaba las penas para no llorarlas, mientras se atragantaba con las coplas de sus hermanos o caminaba por senderos de piedra y soledad.

“El primer deber del hombre es definirse, ubicarse como enemigo de un viejo pleito entre la mentira y la verdad”, se había impuesto. Por eso, en su primera canción marcó su camino. “En 1928 su poesía ya despuntaba filosófica (´el camino lamenta ser culpable de la distancia´, escribió). En esos primeros años unía amor y camino, lo que en su destino (de paisano, viajero y cantor) será característico”, dice Carlos Molinero en el extraordinario ensayo “Militancia de la canción”.

Otro rasgo filosófico de su obra era el espacio que le daba al silencio. “No hay nada mejor que el silencio”, decía. “El escuchado es el hombre que tiene muchos silencios, que se maneja con 200 ideas y 20 palabras. No habla más por día. Tiene espacios de silencios infinitos, cargados de cosas. Son profetas”. Intentó encerrarlo en su guitarra al silencio: probó con las bordonas, con las cuerdas gruesas, en tono mayor, en tono menor, con dos cuerdas, con tres, con una, en acorde, en arpegio. “Largué a tiempo, sino iba a parar al manicomio”, dijo. 

Tal vez sin saberlo, Yupanqui resumió el silencio en una melodía, con la zurda acurrucada en la boca de la encordada, con la que acompañaba su manera de cantar, pausada, como contando un secreto. “Yo no sé cantar, converso en re menor”, juraba con sinceridad. Su objetivo no era ser reconocido como un cantor sino como un argentino. “Como un paisano, que es aquel que tiene el país adentro”.

Tierra y Filosofía

El camino le hizo parir una filosofía ligada a la contemplación, a la observación de la naturaleza, a la sabiduría que el andar, el ver y el sentir, le dieron. “El camino se compone de infinitas llegadas: eso es lo bueno del camino. Yo anduve 18 años en el lomo del caballo. Conocí el norte argentino, Bolivia: fue la gran universidad, distinto de si uno toma un micro o un avión. Ese andar rápido no ayuda al fruto. Nada madura en un camino corto como no sean las ganas de llegar. Si usted camina llega a una flor, a una piedra, a un amigo. La soledad acompaña al caminante. El que camina anda dolido de un adiós que no se le ha dado. De ahí la nostalgia por lo perdido. El hombre que camina siempre pierde algo, aunque a la larga algo haya ganado”.

Decía que como no pudo doctorarse en medicina se recibió de doctor en soledades. En ese estado de contemplación que transparenta en muchas de sus canciones, en sus poemas y en muchos de sus dichos, descansa otra aseveración filosófica. Como en ésta en la que habla de Dios: “Tal vez otro habrá rodao como he rodao yo y le juro, creameló, que he visto tanta pobreza que yo pensé con tristeza Dios por aquí no pasó”.

Las canciones salían del único lugar posible para él: del alma. Como la zamba. Para Yupanqui, ese ritmo era una ceremonia rural. “No es un elemento para farritas. Ahora se puso al servicio de lo frívolo, de lo insustancial. Es una graciosa manera de perder el tiempo haciéndose el criollo”, se quejaba. Para él, como para García Morente, cantar era rezar dos veces, a Dios y al pueblo. “Por eso no creo que ningún rezo deba ser gritado. El que reza algo gritando porque tiene decibeles, no tiene nada que hablar con Dios. No se le puede decir a una mujer ´te amo´ a los alaridos. Lo mismo pasa con la tierra. O baja la voz o no es cierto”.

Yupanqui tuvo mucho de poeta y de músico, de narrador y de cronista de su tiempo, pero también de filósofo. Ese camino que andaba para ser eso que diseñó. Ser canto y camino, ser copla y guitarra, ser viento y canción. Y no tener nombre; perderse en los pliegues eternos del saber popular, el espacio que la historia le tiene reservado a los verdaderos grandes.

http://www.folkloreclub.com.ar/nota.asp?idnota=3006


Homenaje a Atahualpa Yupanqui - Televisión Pública Argentina (2017) (Fragmento)



Atahualpa Yupanqui - El Alazán (1954)


sábado, 20 de mayo de 2017

John Fante / A.K.A Arturo Bandini




John Fante

Descubierto al gran público por Charles Bukowski, John Fante compuso una obra autobiográfica centrada en la historia de un hijo de inmigrantes que trata de hacerse escritor en un mundo adverso. La publicación –en un solo tomo– de las cuatro novelas de su álter ego (Bandini) permite atesorar a un animal narrativo de talento sobrenatural.

25|09|16
Juan Arabia

Es probable que muchos lectores todavía no conozcan a John Fante (Denver, Colorado, 1909- LA, California 1983), el chico malo ítalo-americano, el chico católico de Mencken, que terminó escribiendo para Hollywood como un bulldog encadenado. Sin embargo, es posible que reconozcan el nombre del poeta y novelista Charles Bukowski. Lo cierto es que Bukowski, una vez que encontró el reconocimiento masivo, no quiso otorgarle crédito alguno a ninguna escuela ni formación literaria: “Fante fue para mí como un dios”, escribió en el prólogo de la reedición de Pregúntale al polvo, de 1979; y en Mujeres, su novela más conocida, dijo que Fante era su escritor favorito. Esto alcanzó para que muchos pusieran los ojos sobre la obra del escritor descendiente de inmigrantes pobres de Italia.  

Si bien Fante había publicado un buen número de novelas en vida, sobrevivió en el anonimato escribiendo guiones de cine para Hollywood. La fama, para el autor, llegó de manera póstuma: la experiencia real lo dejó ciego, primero; más tarde le amputó las dos piernas. Solo y con los suyos, Fante –uno de los talentos más extraordinarios y radicales de la narrativa estadounidense– se retiró del mundo como un escritor casi desconocido.

La obra de John Fante podría ser diferenciada en dos períodos: la primera, su obra de juventud, donde Fante se identificó con su álter ego Arturo Bandini, y la inauguración de su universo literario; la segunda, el período maduro del escritor, en el que trabajaba para Paramount Pictures y en el que ya había perdido gran parte de sus sueños literarios.

El nuevo Compendium de Anagrama incluye, en su integridad, las cuatro novelas de la saga de  Bandini: Camino de Los Angeles, Espera a la primavera, Bandini, Pregúntale al polvo y Sueños de Bunker Hill. Aunque este recorrido es sólo cronológico, nunca experiencial: el primer título, escrito en 1936, fue rechazado por Knopf (según el mismo autor era “capaz de poner de punta los pelos del culo de un lobo”) y publicado luego de su muerte; el segundo y el tercero (1938-1939) no captaron la atención del público en el momento en el que fueron publicados. El último de ellos, Sueños de Bunker Hill (1982), se lo dictó a su esposa, ya anciano y ciego, un año antes de su muerte. 

Presentadas en esta edición por Billy Childish y Kiko Amat, todas estas novelas están protagonizadas por una suerte de álter ego de John Fante: “Arturo Bandini podía luchar contra todo, contra todos”, decía su hijo Dan Fante; de la misma forma que Billy Childish señala en el prólogo de esta nueva edición “El joven artístico, intenso, en combate contra el mundo”.

El joven Bandini –un Holden Caufield más enojado y, por cierto, más divertido–, inserto en las más sórdidas de las pobrezas, insistió con su carrera literaria por más que la realidad lo había condenado a las más desafortunadas labores y profesiones: cavar zanjas, lavar platos o incluso trabajar en una empresa de conservas. Bandini era un artista, un indudable creador de belleza, un “outsider muerto de hambre, angry young man desencajado por el deseo y el ansia de triunfar como escritor”, como especifica Kiko Amat. Sólo que por haber nacido pobre debía dejar sus sueños para convertirse en otro eslabón obrero de la burguesía, clase de la que odiaba sus ropas, su modo de comportarse, la manera en la que hablaban, los estúpidos libros que leían. El talentoso chico que pasaba sus tardes enteras en la biblioteca, inmerso en lo mejor de la literatura y de la filosofía (Schopenhauer, Nietzsche, Spengler), debía, entretanto, ganarse la vida con los trabajos más insufribles y marginales: “Esa es la grandeza y el encanto de Fante. Su personaje es completamente tridimensional, tiene todas esas contradicciones y daños. Bandini es así. Y huelga decir que así es como somos la mayoría de los seres humanos”, concluye Billy Childish tras presentar este Compendium. 

Retrato autobiográfico y experiencial del autor, todas estas novelas tienen algo en común: están planteadas a partir de un momento crítico de la existencia, momento en el que el Bandini no sabe, verdaderamente no sabe, qué es lo que va a suceder. 

Sobreviviendo con naranjas en un altillo de Long Beach, sin trabajo y lejos de su familia, un joven muchacho tramó la historia de un escritor inmortal. Se encontró solo y sin destino, pero sin saber aún que aquello sería el argumento de una de las sagas más hermosas de la narrativa universal, ahora reunidas en un solo volumen.

Fante habló con voz propia, con su verdad, con su eminente pobreza y con los gusanos debajo del puño en un momento en el que pocos lo hacían. Siempre utilizó la literatura como una forma de representar su verdad, sin mediaciones o consideraciones previas: “Los he visto salir haciendo eses de sus palacios de cine, entornar sus ojos vacíos ante la realidad de todos los días, volver a casa tambaleándose por leer el Times, para saber qué pasa en el mundo. He vomitado al leer su prensa, he leído sus libros, observado sus costumbres, deseado a sus mujeres, abierto la boca ante el arte que producen. Pero soy pobre, mi apellido termina en vocal, me odian a mí y a mi padre, y si por ellos fuera, me sacarían la sangre, me sacrificarían, pero ya son viejos, agonizan al sol (…), y yo soy joven y estoy lleno de esperanzas”. 

Uno de sus gestos más valiosos fue dejar hablar por medio de su literatura a su origen obrero ítalo-americano, posiblemente una de las causales que no ayudaron a divulgar su trabajo en el momento mismo de su emisión. “Su origen ítalo-americano y de clase condicionó el entendimiento de su obra”, señala Allen Berlinski, editor de Sun Dog Press (Northville, Michigan) y que publicó trabajos de Billy Childish, Dan Fante y Charles Bukowski; opinión que comparte con otros editores de la obra de John Fante, como Francisco Durante, y escritores como Alessandro Baricco. Incluso el poeta y novelista Dan Fante, célebre hijo del autor, decía al respecto: “Mi padre es estadounidense, pero al ser descendiente directo de un italiano también puede ser considerado ítalo-americano. Su origen étnico es por lo menos una de las claves para comprender su punto de vista (…) El escribió siempre sobre lo que conocía. El escribió desde su experiencia de vida”.

Pese a esta restricción o conjetura, sin embargo, en cada una de estas novelas centellea cada nivel del hombre y de la sociedad norteamericana. “Mi padre escribió ficción moderna. Hoy en día nosotros escribimos ficción posmoderna. Pero la ficción moderna tenía limitaciones: un escritor podía aludir sólo a algunas situaciones y circunstancias. En la ficción posmoderna, en cambio, un escritor puede decir lo que quiera cada vez que se le ocurra”, decía su hijo Dan. Y es que John Fante no temió enfrentarse con la promesa del norte, destruir el sueño típicamente digerido y divulgado por los norteamericanos: el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad; búsquedas idealizadas y proclamadas por Jefferson desde 1776, y más tarde enaltecidas por críticos y poetas como Ralph W. Emerson y Walt Whitman.

“Los escritores como mi padre hablan desde su corazón y no desde sus máquinas de escribir”, me había confesado Dan Fante hace apenas unos años. Aunque nunca hay que olvidar que un corazón sólo vive por la sangre que pasa por él. Fante escribió desde el corazón mismo del sistema, desde sus contradicciones, desde el inevitable cruel desenlace de la Gran Depresión de los años 30. Sus páginas, cargadas de polvo y niebla, anticipan el decaimiento del sueño norteamericano: “¡Son borregos, ay de mí! Víctimas de la santa inquisición americana y del sistema americano, hijos de puta esclavos de los especuladores capitalistas (…). Trabaja en ese sistema y perderás el alma. ¿Y de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”. Ultimo fragmento extraído de Camino de Los Angeles –la primera de las novelas que reúne este Compendium– en la que Arturo Bandini trabajaba en una fábrica de conservas obstruida por empleados filipinos y mexicanos: “Eres un idiota. Perteneces a la dinastía de esclavos. Con la bota de la clase dominante en la entrepierna (…). ¡Idiota librecambista! ¿Por qué no destrozas la fábrica y exiges tus derechos? (…) ¡Exige leche! ¡Imagínatelos muriendo de hambre mientras los  niños de los ricos nadan en litros de leche! (…). No me dirijas la palabra, burgués proletario capitalista”. 

Premiado póstumamente con el PEN Lifetime Achievement Award, entre otros reconocimientos, fue bautizado años más tarde por el Times como el nuevo tesoro nacional de la literatura. Aunque ya era demasiado tarde. 

Dan Fante cuenta que John se rindió ciego, en una sala de hospital espantosa donde los chicos de mantenimiento le robaban la radio. Una pésima manera de morir, sin dudas, para un hombre que una vez tuvo tanto poder, cuyas palabras celebraron tanta belleza que el mismo cielo se incrementó con un billón de estrellas. 


http://www.perfil.com/cultura/john-fante.phtml

jueves, 18 de mayo de 2017

Chris Cornell / A Founding Father Of Grunge




Chris Cornell: La Voz De Una Generación.

Cantante, guitarrista y compositor, el músico, que murió a los 52 años fue uno de los protagonistas principales del grunge junto a Kurt Cobain de Nirvana y Eddie Vedder de Pearl Jam.

Jueves 18 de Mayo de 2017
Por Sebastián Espósito

"Cantar y tocar con el alma, la más pura verdad de Chris Cornell ". Así titulamos la crítica de uno de los grandes conciertos del año pasado. Sobre el epílogo de 2016, la voz del grunge se presentó en en Teatro Colón con un concierto exquisito. Despojado de los ropajes de una banda de rock, pero con la esencia misma de sus canciones, demostró y "se" demostró que la energía que un músico y su público pueden manifestar en una noche perfecta es una de las más grandes experiencias en este mundo. Aún sin saber si decidió quitarse o no la vida a sus 52 años, ya lo había hecho una y otra vez sobre un escenario. Ahora queda en su público el recuerdo de esa noche, de su paso con Soundgarden por Lollapalooza Argentina o en el advenimiento de esa gran explosión que se generó en los años 90 y que nos marcó definitivamente.

El grunge tal vez haya sido la última gran revolución que produjo el rock. Kurt Cobain (Nirvana) fue el alma en pena; Eddie Vedder (Pearl Jam), el gran motor del movimiento que supo reinventarse a con los años y Cornell, esa voz que podía alcanzar el clímax en segundos. Calma y temporal en un solo cuerpo. Poetas malditos los tres.

Tras esa última visita a Buenos Aires (con anterioridad había venido con Soundgarden, con Audioslave y como solista), el hombre que vino al mundo en Seattle, el 20 de julio de 1964, se mantuvo muy activo. Se reencontró en Los Angeles con sus compañeros de Audioslave, a once años del último show de la banda, para ser uno de los actos centrales de una protesta en contra de la asunción de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos.

Como solista, hace un mes había estrenado "The Promise". La canción es el tema principal de la película homónima, dirigida por Terry George y protagonizada por Christian Bale, una típica balada cornelliana, de esas que esencialmente pueden reducirse a su voz, su guitarra y sus palabras. El mismo Cornell había comentado que se trataba de un homenaje a los caídos en el genocidio armenio. "Si no tuviera nada propio, excepto fotos tuyas rescatadas de las llamas, eso sería todo lo que necesitaría; mientras pueda leer lo que está escrito en tu rostro, la fuerza que brilla detrás de tus ojos, la esperanza y la luz, eso nunca morirá ... Ahora mi alma se estira a través de las raíces hacia tus recuerdos, de regreso a través del tiempo y el espacio para llevar a casa los rostros y los nombres y tus fotografías rescatadas de las llamas".

Cornell fue uno de los seis hijos que tuvieron el farmacéutico Ed Boyle y la contadora Karen Cornell. De su madre tomó el apellido para completar su nombre artístico a los 14 años, cuando se divorciaron sus padres, y así dejó de usar el Christopher John Boyle que traía de la cuna. Como Kurt Cobain, que comentó que fue feliz hasta los 8 años, momento en el que sus padres decidieron separarse, Chris sufrió una gran depresión en los días en que se convertía en un adolescente. Por aquellos días dejó el piano, instrumento que tocaba y estudiaba desde los 7 años, y se concentró en la batería primero y en la guitarra después.

The Jones Street Band fue su primera banda y, como tal, los covers eran el material que le daban de comer. Canciones de Rush, AC/DC, Sex Pistols y The Ramones se encontraban en el amplio menú que manejaba el grupo y en el que Cornell ya se destacaba con su voz de barítono.

En 1982, a los 18 años, se sumó a The Shemps, germen de Soundgarden. Allí tocaba la batería y cantaba. Los fundadores del grupo fueron el guitarrista Kim Thayil y el bajista Hiro Yamamoto. Desmembrado el grupo, en 1984, los tres se mantuvieron unidos y pasaron a llamarse Soundgarden. Luego, con la llegada del baterista Scott Sundquist, Cornell se concentró en la voz y en la guitarra rítmica. Dos años más tarde la batería pasaría a manos de Matt Cameron (futuro Pearl Jam) y, tras un puñado de EP, el grupo lanzaría su primer álbum, Ultramega OK, recientemente reeditado.

Tras Louder Than Love, en 1989, la banda alcanzaría mucha popularidad con Badmotorfinger (1991; de allí se desprenden clásicos como "Rusty Cage" y "Outshined"). Claro que el gran protagonista de ese año señero para el grounge no sería Soundgarden sino Nirvana, con su Nevermind. Ese año Pearl Jam también editaba su seminal Ten. Alice in Chains, en tanto, venía de debutar un año antes con Facelift.

El siguente -y más trascendente- paso de Soundgarden sería alejarse del sonido que los emparentaba con el hard rock de los años 70 y volar hacia una psicodelia grungera. Y vaya si lo conseguirían con Superunknown. De allí se desprendieron "Black Hole Sun" y "Spoonman", pero también "Fell on Black Days" y "My Wave".

Down on the Upside (que contiene "Pretty Noose", "Blow Up the Outside World" y "Burden in my Hand") sería el último álbum de la banda antes de su separación. Salió en 1996 y, ya durante su grabación, las diferencias entre los miembros de la banda se hicieron notorias, en especial entre Cornell y Thayil. En 1997 anunciaron su ruptura: se reunirían 12 años después. El resultado discográfico de ese reencuentro se llamaría King Animal. A Buenos Aires vendrían para tocar principalmente sus clásicos dos temporadas más tarde, en el Lollapalooza de 2014.

La vida artística de Cornell fue mucho más rica que lo creado con Soundgarden aunque, claro está, la banda lo marcaría a fuego hasta su último día. Al fugaz supergrupo Temple of the Dog, que formara en 1990 con los Pearl Jam Eddie Vedder, Stone Gossard, Mike McCready, Jeff Ament y Matt Cameron (también de Soundgarden, claro está) se le sumaría Audioslave (la unión de su voz con los músicos de Rage Against The Machine Tom Morello, Tim Commerford y Brad Wilk y un período solista que cosecharía discos como Euphoria Morning (1999), Carry On (2007), Scream (2009), Songbook y Higher Truth (2015). Dispares, con distintos resultados y recibimiento de la crítica, en ellos Cornell exploró, mayormente, la veta de la canción de autor, la primera persona y el retrato. El último peldaño, Higher Truth, quizás haya sido el más alto de su tramo en solitario.

"De lo que me arrepiento cuando tocaba en Soundgarden o de todo lo que hice musicalmente en los 80 y 90 fue que bebía un montón. Lo que recuerdo más allá de beber es una resaca que no me dejaba ser feliz. Esto se convirtió en un obstáculo para crear", señaló en una ocasión el músico. Como sus compañeros generacionales, Cornell vivió a tiempo completo la vida del héroe del rock and roll. En los últimos años comentó en varias ocasiones que esos días habían quedado atrás. Desde la adolescencia, las depresiones lo acompañaron en diversos momentos de su vida. Dejó una esposa, tres hijos y un legado artístico que resistirá al paso del tiempo.

http://www.lanacion.com.ar/2025000-chris-cornell-la-voz-de-una-generacion


Chris Cornell - Sweet Euphoria -Euphoria Morning (1999)


Christopher John Boyle (Seattle July 20 1964 - Detroit May 17 2017) RIP Chris.

jueves, 4 de mayo de 2017

Escalandrum / Sesiones ION. Obras de Mozart y Ginastera




Ese apasionante deporte del riesgo

Sesiones ION. Obras de Mozart y Ginastera, lo nuevo de Escalandrum.El ejercicio realizado por el sexteto en los legendarios estudios de Hipólito Yrigoyen ofrece un material muy disfrutable.

22 de febrero de 2017 
Por Santiago Giordano

Desde el encargo de Ptolomeo II a los 70 sabios de Alejandría para que el Antiguo Testamento pudiese leerse en griego, la traducción de textos es una discusión en perpetuo movimiento. No se habían inventado las mesas de café, las academias ni las cátedras universitarias y ya había agarradas acerca de las proporciones entre obediencia, libertad y creatividad que podrían estimular y legitimar una traducción. Hablando de música, la traducción y sus posibilidades –con más propiedad, la transcripción– ha sido fuente pródiga de nuevas obras. Los vihuelistas españoles del Renacimiento tomando a los polifonistas flamencos, Bach transcribiendo a Bach y, más acá en el tiempo, los estatutos de las tradiciones oral y escrita que se entreveran, podrían ser ejemplo de las maneras en que la idea de obra se balancea entre la certeza del texto y los azares de la interpretación. Idea que se ha tensado hasta llevar a pensar que interpretar ya es traducir, y en todo caso la literalidad no es sino una invención. 

Sobre algunas de estas ideas, Escalandrum acaba de publicar Sesiones ION. Obras de Mozart y Ginastera, un disco con estimulantes lecturas de obras del genio de Salzburgo y el maestro argentino. Se trata del resultado de dos sesiones en el mítico estudio de la calle Hipólito Irigoyen, con la dirección técnica del también mítico Osvaldo Acedo, que utilizó dos micrófonos de cinta Royer 121 según la técnica de Alan Blumlein, precursor en la década de 1930 de lo que más tarde se llamó “estéreo”.  

¿Quiénes son Mozart y Ginastera para Escalandrum? En principio una fuente, claro, que Daniel Pipi Piazzolla (batería), Nicolás Guerschberg (piano y arreglos), Damián Fogiel (saxo tenor), Martín Pantyrer (clarinete bajo), Gustavo Musso (saxo alto y soprano) y Mariano Sívori (contrabajo) proyectan más allá de las notas traducidas o, hablando de jazz, de lo que podía ser el Rhythm changes para los músicos del bebop.

En la equilibrada combinación entre individualidad y grupo, Escalandrum logra una obra sobre la obra, se desprende con personalidad de las fuentes que no dejan de ser evidentes. Así, en una “traducción poética”, la música de Mozart y Ginastera son poco más que los planos que conducen a la música de Escalandrum.

Dos momentos del Concierto para piano y orquesta en La mayor K488, el tercer movimiento de la Sonata para piano N°11 en La mayor K331 –el conocido Rondó alla turca–, el Lacrimosa del Requiem K626 y el primer movimiento de la Sinfonía n°40 en Sol menor K550, son las piezas elegidas de Mozart. En general abordadas con una contención por momentos demasiado respetuosa –como si de la tradición escrita se hubiese transcripto también el proverbial “miedo al error” que el jazz no conoce–, en el Mozart de Escalandrum los pasajes más interesantes podrían encontrarse en las excursiones solistas. Así es como en el momento más irreverente de esta parte del disco, el Rondó alla Turca, los ritmos irregulares y el amplio espacio para solos se acercan maravillosamente al aura mozartiana sin renunciar a la identidad de una formidable banda de jazz de estos tiempos. 

En este sentido, el encuentro con Ginastera, con su producción más temprana, la del nacionalismo objetivo, resulta más franco. Las adaptaciones del Malambo del ballet Estancia Op.8, la encantadora Danza de la moza donosa –la segunda de las Danzas argentinas Op.2–, el Malambo para piano Op.7 y Canción del árbol del olvido Op.3, funcionan mejor, traducen con propiedad los humores de la música de Ginastera, sus honduras y ligerezas y en la ejecución dejan su propio sello.

La música del disco deriva de trabajos que habían sido oportunamente encargados a Escalandrum –que ya había realizado una operación similar sobre la música de Astor Piazzolla–, y que fueron presentados por el sexteto el año pasado. Lo de Mozart fue para Segundo Festival de Música Clásica de la Fundación Konex y lo de Ginastera fue un encargo del Ministerio de Cultura de la Nación, como parte de la conmemoración del centenario de su nacimiento. Son estos los desafíos que caracterizan a Escalandrum, y que más allá de gramáticas y estilos hacen propio un rasgo esencial de cualquier música que aspire a la trascendencia: el riesgo.



Escalandrum - Sesiones ION. Obras de Mozart y Ginastera (2016)



Elena Roger & Escalandrum / 3001 Proyecto Piazzolla




Renacer en Astor Piazzolla

11 de noviembre de 2016 

La cantante y el sexteto jazzero se conocieron en Nueva York y surgió la idea de un show, que más tarde desembocó en la grabación de un álbum con piezas emblema del bandoneonista como “Balada para un loco” y “Vuelvo al sur”.

Los siete son argentinos, pero se juntaron en Nueva York. Ellos, los seis Escalandrum, estaban tocando en el emblemático club de jazz Birdland, mientras ella, Elena Roger, andaba por ahí presentando Evita en Broadway, cuando los invitó a verla. “A partir de entonces, hubo una excelente onda entre no- sotros”, se adentra Daniel “Pipi” Piazzolla sobre el amor musical a primera vista que nació hace cuatro años. “Al único que conocía era a Martín Pantyrer (clarinetista de la banda) con quien habíamos hecho Jazz, swing, tap, una obra por Alejandro Romay. Obvio que en ese entonces (2003) ya sabía que existía Escalandrum, pero nunca los había escuchado en vivo, hasta ese día en el Birdland”, se extiende Roger, sobre el minuto cero de un partido que empezaron a jugar con Astor Piazzolla como 10 imaginario. El primer concierto juntos lo dieron causalmente en Mar del Plata, la ciudad natal del formidable bandoneonista, y ahí mismo surgió la idea de meter el primer gol con el disco conjunto, que presentarán esta noche a las 21, en el teatro Coliseo (M.T. de Alvear 1125). “Ellos ensayaron en Buenos Aires, yo en Ushuaia, y nos encontramos el día del show. Fue mágico, en la prueba de sonido tocamos los temas y sonaron espectaculares. Después los hicimos en vivo a la noche y fue increíble… Ahí mismo tomamos la decisión de hacer proyectos juntos. Y así surgió 3001”, detalla la cantante.

Sólido resultado de la juntada, 3001 contiene piezas emblema de Astor (“Balada para un loco”, “Los pájaros perdidos”, “La bicicleta blanca” y “Vuelvo al sur”, entre ellas) arregladas por Nicolás Guerschberg, dirigidas por el tándem Roger-Piazzolla y tocadas por el resto de los Escalandrum: Mariano Sívori en contrabajo, Damián Fogiel en saxo tenor, Gustavo Musso en saxo alto y soprano y el mencionado Pantyrer en clarinete bajo. “El grupo ya tiene experiencia haciendo Piazzolla. Lo moderno o actual parte de mantener nuestro ensamble y sonido, y tratar de que la articulación sea la adecuada para interpretar esta música, manteniendo nuestra formación. Además, la incorporación de Elena le suma mucho a este sonido actual. Ella es una de las mejores voces del momento y así lo demuestra en este disco”, señala el nieto de don Astor sobre el tenor actualizado de las versiones. “No hay un bandoneón pero el sonido está, existe igual. Y esos tres excelentes músicos que son Musso, Fogiel y Pantyrer tocan como uno, se ensamblan perfectamente, y hacen del disco algo súper exquisito”, alaba Roger, ducha también en comedias musicales, incursiones en cine y arremetidas solistas a través de discos como Vientos del Sur y Tiempo Mariposa. 
–El título 3001 es otra forma de decir que Piazzolla es atemporal.

Pipi Piazzolla: El “es” la música del futuro. Además, 3001 es parte del nombre de Preludio para el año 3001 y nos pareció acorde con lo que estábamos grabando: nuevos arreglos, nuevas orquestaciones, nuevas generaciones, nuevas interpretaciones y hasta incluso abrir la puerta a la improvisación.

Elena Roger: Siento que Piazzolla se transforma en un clásico, que es universal porque su música se ha escuchado en todo el mundo. Musicalmente, él hizo evolucionar al tango de una manera muy poderosa, muy exquisita. En este disco, lo que tratamos de hacer, o por lo menos lo que siento que hacemos, es renacer en su propia sangre. Es algo que se siente al tocar cuando está Pipi en el medio y todos lo acompañamos en ese viaje.

Un viaje que se originó hace quince años, cuando Escalandrum nacía bajo un buen signo. Tiempo suficiente como para moverse por cuarenta países, publicar siete discos, y recibir varios premios, entre ellos un Gardel de Oro en 2012. “Yo era chico y presencié los ensayos donde se gestó la música que versionamos en 3001, y queríamos probar con este ensamble. Son temas hermosos”, sentencia Pipi y se la deja picando en la línea a Elena, para que hable en nombres propios: “‘Vuelvo al Sur’, en particular, tiene esa manera tan jazzera, tan tranquila al principio para luego subir mucho al final, pero manteniendo, a la vez... Súper íntimo, muy bello”, ensalza la cantante, sobre el clásico del film Sur, de Pino Solanas. “Con ‘Los pájaros perdidos’ me subo a la moto de ellos facilísimo y en “La bicicleta blanca” siento que trato de poner mi impronta en el recitado, en la transmisión de la historia. Es un tema en el que Pipi también quiso romper un poco con la polka y hacerlo de otra manera”.

Respecto del concierto, hay prevista una puesta especial a cargo de la escenógrafa y vestuarista Renata Schussheim, a la sazón, directora artística del espectáculo. “Seguramente, ella embellecerá más aún la música en el sentido de lo visual, para que la gente tenga todos los sentidos atentos y pueda sentir y ver un acompañamiento muy bello para que el espectáculo termine de ser redondo. También va a haber alguna sorpresa en cuanto al repertorio, cosas que no están en el disco”, adelanta la cantante, que también prevé un 2017 ligada a Escalandrum y alguna actividad en cine. Respecto del sexteto, hay un futuro inmediato (marzo del año que viene) vinculado a la presentación de un disco sobre piezas de Mozart y Ginastera, que acaba de grabar en ION “a dos micrófonos” y, por supuesto, la subsistencia de anclajes piazzollianos entremezclados con músicas propias.




Elena Roger & Escalandrum - Lanzamiento 3001 - Ateneo Grand Splendid  - Buenos Aires (2016)





Elena Roger & Escalandrum - Oblivion - Teatro Coliseo - Buenos Aires (2016)