miércoles, 25 de febrero de 2015

Pappo Napolitano / El Más Grande Guitarrista Argentino de Blues & Rock / 10 Años Sin El Carpo




El día en que la guitarra indomable dejó de sonar . 

A diez años de la muerte de Norberto “Pappo” Napolitano.

El más grande guitarrista de blues y rock de la Argentina falleció en un accidente con su moto, pero la estela de su música y su personalidad están todavía presentes.

Miércoles, 25 de febrero de 2015

Por Cristian Vitale

“No hay hechos, hay interpretaciones”, dijo alguna vez Friedrich Nietzsche. La frase, aplicable a una buena cantidad de situaciones mundanas, es menos bella pero tan eficaz, aprovechable y contundente como otra de las suyas: “La vida sin música sería un error”. Ambas vienen al caso cuando se habla de Pappo. Sí, se concatenan en torno de don Norberto Aníbal Napolitano, de La Paternal. La primera, con el objeto de hacerle un dribling burlón al morbo necrofílico. El del cruce entre las versiones encontradas sobre su muerte, ocurrida hace exactos diez años, en el kilómetro 71 de la Ruta 5. El hecho puro indica que el más grande guitarrista de blues y rock que ha dado este suelo se cayó de su Harley 1200 y lo atropelló un auto. Las “interpretaciones” –léase especulaciones, más bien–, que él y su hijo Luciano estaban drogados, o no. O mucho más no que sí, según el examen toxicológico que consta en la causa. Que estaban borrachos, o no. O más no que sí, aunque algo de alcohol en sangre había, según las pericias toxicológicas... “Una jarra de vino entre ambos”, en palabras de su hijo. Que estaban corriendo carreras, o no. Que Pappo desaceleró bruscamente su moto, viró sorpresivamente, rozó la de su hijo, cayó y lo agarró el auto. O no. O qué importa, ya. O a quién le importa, más allá del morbo, la especulación o el interés contumaz del después de ciertas muertes, si lo que duele –y dolerá siempre– es que esa guitarra indomable dejó de sonar.

Que la vida sin ella, para muchos, se transformó en un error. Que el vacío se siente. Que no son pocos los que, tras su muerte y la de otro gigante (Luis Alberto Spinetta), le giraron en curva cerrada al rock. O a la esencia de buena parte del rock argentino que se encontraba en ellos, algo así como dos caras de una misma moneda. Por una obvia asimetría en los tiempos, claro, uno no pudo evocar al otro, pero el otro sí. Y logró sanar ciertas heridas. El jueves 10 de marzo de 2005, catorce días después del accidente final de Pappo y el mismo en que éste hubiese cumplido 55 años, llegaron sentidas palabras de Spinetta a Página/12. “Pappo era todo garra y swing (...) Me quedo con lo más lindo de él, con el ángel de su guitarra (...) Te hacía reír antes de saludarte, un constante payaso loco. Norberto era una persona genial. Angel y demonio a la vez, y así será siempre. Cuando se es así, cosas como las violas eléctricas se convierten en esclavas de tus instintos... tocar o cantar con Pappo siempre era bueno. Acá o en el más allá, siempre voy a estar haciéndole la base”, escribió Spinetta aquella vez. Y así merece ser recordado.

O como lo habían hecho, días antes, varios músicos en el bar de Belgrano y Chacabuco, esquina de la vieja redacción de este diario. Machi Rufino, bajista del maravilloso Pappo’s Blues III, por caso, y Pomo Lorenzo, baterista de tal trío en tal disco –y también en los primeros Abuelos de la Nada–, que vuelven a recordarlo hoy (ver aparte). Héctor Starc, también. U Oscar Moro, que había compartido con el Carpo su paso por Los Gatos del Rock de la mujer perdida y Fuera de la Ley, que había repetido la yunta en Riff VII, y que lo inmortalizó –en aquella inolvidable ronda de amigos– como “un buen tipo, a quien había que controlar”. O Nicolás Bereciartúa, reemplazante de Boff en la última formación de Riff. “Para mí fue como haber sido amigo de Hendrix. A los 16 años me hizo tocar ‘Ruta 66’ ante 15 mil personas y cuando se enteró de que me gustaban las Les Paul me trajo una de Estados Unidos y me la regaló”, decía el hoy guitarrista de Viticus.

La vida habría sido un error, también, si no hubiesen existido “Sucio y desprolijo”, “El viejo”, “Fiesta cervezal”, la increíble “Gato de la calle negra”, “El hombre suburbano”, “Descortés”, la enigmática “¿Qué es un tulipán?” o “La dama del lago”. Si no se le hubiesen ocurrido “No obstante lo cual” y “Sándwiches de miga”. Si su guitarra, personalidad e impronta no se hubiesen metido en barrios de suburbio para llevar –y traer– blues y rock and roll hacia –y desde– las clases trabajadoras. O si el Cosquín Rock 2005, unos pocos días antes del maldito accidente de Luján, no lo hubiese tenido en su esplendor, como reza esta crónica publicada en su momento por Página/12: “Habían hecho juntos dos versiones sencillamente descomunales de ‘Desconfío’ y ‘Popotitos’. Pappo lo despidió con un frío cumplido –‘Gracias, Charly’–, pero García no se fue. Le gritó ‘¡Sucio...!’, cómodamente sentado en su pequeño teclado rockero, y hubo dos segundos de desconcierto. ¿Sucio...? ‘Hagamos Sucio, dale’, aclaró Charly cuando empezaba a oscurecer, con una pipa en la boca. Recién ahí, Pappo se ablandó. Y entonces, la versión que ambos hicieron del clásico ‘Sucio y desprolijo’ fue, sin exagerar, de antología”, reza el recuerdo de aquella noche de febrero, en la hermosa y salvaje comuna San Roque, donde se realizaba el festival por entonces.

La misma en que el genuino y desopilante Carpo, al frente de su eterno Pappo’s Blues, hizo esperar a Molotov quince minutos para que el Bolsa González ¡hiciera un solo de batería!; que pronunció una frase inolvidable mirando a la gente y las estrellas (“Hay que agradecerles a los dioses que se haya podido armar este sistema”), y que compartió día y lugar con el mismo Luis Alberto, que había ofrecido cuarenta minutos de etéreas músicas a la hora del crepúsculo. La misma en que pasó todo eso, al cabo (Gieco, incluido) y una antes de la que se despidió del mundo con Riff, cuya crónica del día, el último de esa banda ante su gente, va de suyo: “‘1980-2005, Las ruedas de metal no detienen su motor’. Con esa bandera negra como marco, Riff transformó en música el mandato de la historia y conmovió pese al exceso –o gracias a él– de clásicos. Pappo trocó el jean blusero que se había calzado en la noche previa por el típico de cuero negro y ajustado, y rockeó subido a un repertorio del que nadie, literalmente nadie, se quejó: ‘Ruedas de metal’, ‘Susy Cadillac’ y ‘No detenga su motor’, entre otros. Con el aporte de Vitico e hijo –más Peyronel, claro– el nuevo Riff no tiene nada que envidiarle a la formación que incluía a Boff. Que no quepan dudas: quedó demostrado a pura música”.

Veinte días después de ese sábado 4 de febrero, la luz de Pappo se apagó, pero generó estelas, efectos, juegos, azares. Instancias aptas para resignificar, al cabo, otra sentencia del bravo filósofo alemán que viene como en bandeja: “Dios ha muerto”. Fue hace diez años, don Friedrich. Y en una maldita ruta del oeste suburbano.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-34811-2015-02-25.html



Pappo - Quizas Mañana  - Buscando Un Amor (2003)


martes, 24 de febrero de 2015

Joan Manuel Serrat / Fa 50 Anys, Entró Serrat





Fa 50 Anys

Tot va començar el matí del 18 de febrer del 1965, a 'Radioscope'

Miquel Jurado 27 Oct 2014 - 19:35 CET

Tot va començar el matí del 18 de febrer del 1965. Radioscope era un dels programes més populars de la ràdio catalana, es retransmetia cada dia i en directe des de l'estudi Toresky de Ràdio Barcelona. Aquell matí Salvador Escamilla, el seu creador, va presentar un jove del Poble Sec barceloní que havia escrit algunes cançons en català. I no només li va obrir les ones de la ràdio més escoltada del moment sinó que el va recomanar a la discogràfica Edigsa, la que tallava el bacallà en coses de cançó catalana. Així, en qüestió de poques setmanes un Joan Manuel Serrat encara desconegut va passar a gravar el seu primer disc, i incorporar-se, després de fer un examen, a Els Setze Jutges (en va ser el membre número tretze) i iniciar els seus primers concerts públics (el primer el maig d'aquell any a Esplugues de Llobregat).

Aquest va ser el principi de tot, però la història havia començat una mica abans, exactament el 27 de desembre del 1943. Aquell dia, al segon fill d'en Josep i l'Ángeles li van posar per nom Joan Manuel. Un nen espavilat que més tard va estudiar per a perit agrícola mentre aprenia a tocar la guitarra i es deixava impressionar tant per la cançó francesa com per la cobla, la sarsuela o el tango. D'aquesta impressió va sorgir El mocador, la seva primera cançó, i l'inici d'una de les carreres artístiques més importants del segle XX. Una carrera que ja va començar com a tal. Serrat no va entrar a Els Setze Jutges amb una idea de reivindicació de la llengua i la cultura o com una afició complementària a una feina "més seriosa". Serrat volia ser cantant i estava disposat a aconseguir-ho, probablement per això va ser el primer Jutge que es va professionalitzar i l'únic dels tretze inicials que va edificar una carrera de continuïtat que el portarà a celebrar el febrer vinent els primers cinquanta anys en la professió (una xifra que es diu ràpid però de la qual molt pocs a la Península poden presumir).

A aquell primer mocador, que figurava també al seu primer disc, van seguir algunes cançons que van marcar indefectiblemente el panorama català (i el deixant encara dura): Ara que tinc vint anys, Cançó de matinada, Paraules d'amor o La tieta. Ja el 1967 Serrat va fer els seus primers concerts en solitari al barceloní Palau de la Música Catalana, la meca somiada de qualsevol músic, i immediatament després va protagonitzar el seu primer especial televisiu cantant en català per a tot l'Estat.

El pas següent era lògic i coherent: cantar en castellà, malgrat l'oposició de molts dels seus companys de la cançó, i d'allà a Eurovisió, que encara era un festival seriós, un simple sospir. Però tot es va embolicar al voltant d'aquest festival, al final Serrat va declinar de participar-hi (hi va anar Massiel i va guanyar) però va deixar la cançó gravada en diversos idiomes per demostrar la seva obertura de mires. El seu públic ja no era només el català o l'espanyol, el seu públic estava a tot el món i es va llançar a demostrar-ho.

Mentre l'Amèrica Llatina li obria les portes de bat a bat, a Espanya la censura franquista maltractava alguna de les seves cançons i encara més després que es tanqués a Montserrat per protestar contra el judici de Burgos el 1970 o, el 1975, les seves declaracions contra els afusellaments del règim espanyol. La continuació va ser un any d'exili, un retorn apoteòsic i la seva imatge convertida en una de les icones de la transició donant suport a Felipe González.

A partir d'aquí Serrat ha viscut amb un peu a la Península i un altre al continent americà i seria difícil afirmar en quin costat de l'Atlàntic és més estimat i respectat. A l'Argentina o a Xile el senten tan seu com al mateix Poble Sec barceloní. I, en realitat, així és perquè Serrat ha aconseguit convertir-se en un sentiment col·lectiu fàcilment compartible més enllà de senyals geogràfics. Els Cantares o la Saeta d'Antonio Machado, el Para la libertad de Miguel Hernández o les seves pròpies Mediterráneo, Hoy puede ser un gran día, Pare o Tu nombre me sabe a yerba ja són cançons populars en tot el sentit de la paraula, d'aquestes (poques) que se seguiran cantant fins i tot quan el seu autor hagi desaparegut de la memòria col·lectiva perquè són cançons que formen part d'aquesta memòria col·lectiva independentment de qui n'hagi estat l'autor.

De la guitarra solitària a l'orquestra simfònica, de les cançons pròpies a les versions de la nova cançó o del cançoner llatinoamericà, de la música tradicional a la poesia amb majúscules (de Machado a Salvat-Papasseit), de la democràcia a l'ecologia, de l'amor al desamor... Tot té un lloc en l'univers serratià, el de tots, i escoltant-lo en qualsevol d'aquests contextos es comprèn que no és casual que ja faci (el galimaties és seu) més de vint anys que diu que fa vint anys que diu que té vint anys, que encara té força, que no té l'ànima morta i sent bullir la sang. I els que queden.

http://cat.elpais.com/cat/2014/10/22/cultura/1413993312_395914.html



Entró Serrat



Por Mariano del Mazo

Domingo, 15 de Febrero de 2015

Entró tímidamente al estudio Toreski de Radio Barcelona, temprano a la mañana. Inauguraba la peregrina idea de que eso de tocar la guitarra y balbucear algunas canciones sentimentales demasiado influidas por Charles Aznavour y por Jacques Brel podía ser algo serio. Hasta ese momento, Joan Manuel Serrat no era más que un abúlico estudiante universitario con ínfulas intelectuales. Un charnego –mestizo, sangre catalana y aragonesa– con deseos de asomarse a los techos bajos del barrio. Estaba devorando todo lo que le ponían frente a sus narices: El extranjero de Camus, Anna Karenina de Tolstoi. Escuchaba lo que pasaba en la esquina de su casa y en Liverpool, en París, en Roma, en San Francisco, en Nueva York, en Buenos Aires: lo atravesaban Conchita Piquer, Los Beatles, Brassens, Paco Ibáñez, Gino Paoli, Elvis y Dylan, Manzi y Yupanqui. Y la Nova Canço, que el valenciano Raimon había elevado a una categoría más artística que contestataria hacia toda España. Aún imberbe, Serrat ya estaba blindado de un sentimiento antifranquista muy parecido al odio. Cuatro años antes de nacer, las fuerzas del Generalísimo habían desfilado delante de la casa familiar de Poble Sec, ante la indignación callada de su padre, un plomero anarquista que mordía insultos en su boca cerrada. Su madre, aragonesa, también los detestaba y maldecía en castellano.

Entró tímido al estudio Toreski y lo recibió Salvador Escamilla, un conductor rapidísimo que a instancias del director de la radio Manuel Terín Iglesias se dedicaba a promocionar los nuevos valores de la canción en catalán. El programa se llamaba Radioscope y Serrat estrenó cuatro temas: “Una guitarra”, “La mort de l’avi”, “El drapaire” y “Ara que tinc 20 anys”. No tenía muchos más. Escamilla vislumbró el diamante que estaba sentado frente al micrófono. Eran canciones de una solidez extraordinaria. Si es cierto que el primer párrafo de una novela define el ritmo y el tono del texto, en estas cuatro canciones quedaban desnudas las influencias, pero también se podían advertir las fundamentos de lo que vendría después. Los cimientos. Fue un póquer servido. El big bang del universo serratiano, un universo que expandió fronteras hacia el infinito para configurar un zeitgeist poético, musical y político que hizo crujir las estructuras de la canción en español hasta por lo menos En tránsito, editado en 1981. Que es como decir: 16 años en el Everest.

“Una guitarra” tiene la desolación que deja entrever los rastros del tango argentino que escuchaba su padre: “Juntos crecimos, yo me hice un hombre / ella se fue estropeando a mi lado. / Ahora que la veo sucia y rota, / me doy cuenta de lo mucho que la he querido. (...) Ahora el amor llega. / Después el amor se va. / Sólo queda una guitarra y el llanto de su canto”. La reflexión no es ajena a la cosmogonía de Atahualpa, hecha de motivos que subrayan la soledad: la guitarra, el caballo, la luna, el monte.

“El drapaire” es un vals a lo Brel o a lo Vian que fue traducido al castellano como “El trapero”, y que con lápiz fino y atento cuenta la rutina callejera de un ciruja cartonero. La sencillez encuentra anclaje tanto en la chanson como en los certeros relatos dylanianos a la manera de “Hurricane”. “Siempre de mañana hiciera sol o lloviera, a pesar del frío o la niebla, de calle en calle, sentíamos gritar: ‘Mujeres, ¡que llega el trapero!’. Como cada mañana, te veíamos venir... Llevabas un saco a la espalda, un puro apagado, un traje roto, la boina y las alpargatas. Siempre seguido por un rebaño de niños. (...) ‘Ya me están jorobando demasiado. ¿No les dijo su madre que soy el hombre de la bolsa?’. Y así hasta la noche, de calle en calle, y de taberna en taberna. Con tus diarios y el cuerpo lleno de vino regresarás a tu casa. Regresas feliz, porque tienes todo: pescado, vino y una vela. Y un poco de amor que te ha debido dar alguna vieja furcia...”

Entró Serrat, cantó estas cosas, y los teléfonos de la radio colapsaron. ¿De dónde salió esa voz pequeña, esa dicción, esos textos, esa manera de decir? Al día siguiente, Escamilla lo puso en contacto con el sello discográfico Edigsa. El momento social de la región pedía autores catalanes como combustible, como carbón de una locomotora que desafiaba a la autoridad. Serrat grabaría un EP en 1965 con cuatro canciones (“La mort de l’avi”, “Una guitarra”, “Ella em deixa” y “El mocador”) e ingresaría instantáneamente al pequeño movimiento Els setze jutges (Los dieciséis jueces). El hecho de cantar en catalán era una declaración de rebeldía, y Barcelona debía sumar voces.

Entró Joan Manuel Serrat a la radio aquella mañana y cantó por primera vez en público. Fue el 18 de febrero de 1965, hace 50 años. A partir de ese instante se dedicó a construir ladrillo por ladrillo la catedral más sofisticada y noble de la canción hispana.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-10390-2015-02-18.html



Joan Manuel Serrat - Canta Les Seves Cançons - EP 1965