domingo, 19 de julio de 2009

Billie Holiday / 50 años sin Lady Day




A 50 AÑOS DE LA MUERTE DE UNA VOZ LEGENDARIA

Billie Holiday canta el blues


Por Roberto Espinoza


Nueva York, 17 de julio de 1959. Golpes de luz. Parpadeos. El pasado dilata sus pupilas. Imágenes tartamudean en su alma. Voces que entran. Salen. Gritos. Dolor que aúlla en esa sala de guardia, donde aguarda que el sol se convierta en esperanza. "Cuando eres pobre, creces de prisa", le dice la sombra que se ha apoyado en la angustia de su corazón. Débil. Cansada. Un empujón de droga y el alcohol la abisman.


La perturban. Los 44 años le pesan en las pestañas que resucitan entre diálogos de saxos y trompetas. El olor a cárcel y a burdel le trae rumores del Baltimore natal, de Welfare Island... Lady mira hacia la nada y dice: "Creo que engancharme mató a mi madre. Al menos contribuyó, sin duda. Y pienso que si un hijo mío se enganchara, me mataría. No tengo coraje para ver a otro soportar las torturas que soporté para curarme y mantenerme sana. Lo único que la droga puede hacer por ti es matarte... lenta y duramente. Y al mismo tiempo puede matar a la gente que quieres. Esta es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad".


La sombra incuba un gesto de reproche. (Se oye la voz melancólica de un saxo tocando "Solitude"). Lady Day encorva el silencio de sus manos. "Mamá y papá eran un par de criaturas cuando se casaron. El tenía dieciocho años, ella, dieciséis y yo, tres. Aquel miércoles 15 de abril de 1915, cuando nací en Baltimore, mamá tenía trece años... Luego, mi padre, Clarence Holiday, se enroló la orquesta de Fletcher Henderson y borró todo paradero; mi madre, Sadie Fagan, que trabajaba como sirvienta, me dejaba por temporadas con su prima Ida, que me castigaba hasta por sonreír...


Mi bisabuela me quería de verdad. Había sido esclava en una gran plantación de Virginia. Tenía su casa propia, aunque pequeña en el fondo de la plantación. El señor Charles Fagan -el apuesto y elegante propietario irlandés de la plantación- tenía su esposa blanca y sus hijos en la casona. Y a mi bisabuela en la casita del fondo. Tuvo dieciséis hijos de él, ahora todos muertos con excepción del abuelo..."




Sobresalto. "¡Disculpe!", le dice por compromiso la mujer que acaba de empujarla. Las voces rebotan en su mente. Necesita urgentemente atención médica. Por lo menos, un gesto de amor. Levanta una mano izquierda suplicante. Palabras obnubiladas se amontonan en su garganta. La desesperación estalla en taquicardia. En las camillas atropelladas viaja la agonía... la tragedia del destino... "¡Eleanora Holiday, todavía no aprendiste que los negros son siempre furgón de cola!", le gritan los grotescos bigotes de una enfermera.


La sombra no la deja en paz. Se asienta en sus cejas. Los diez años la encuentran como mensajera en el burdel de Alice Dean. "Yo hacía recados para ella y sus chicas; incluso lavaba las palanganas, retiraba el jabón Lifebuoy y las toallas. Cuando llegaba el momento de pagarme, le decía a Alice que podía guardarse el dinero si me dejaba subir a su sala de estar para escuchar a Louis Armstrong y a Bessie Smith (una trompeta rumorea "Let’s Do It")... Supongo que no soy la única que oyó buen jazz por primera vez en un prostíbulo. Un burdel era casi el único lugar donde se encontraban blancos y negros de manera natural. No podían codearse en las iglesias..."


La sombra le remueve dolor. Un hombre, huésped de la pensión donde vive con su madre, aprovecha su ausencia y engatusa a la niña. "El señor Dick cayó sobre mí. Comencé a patalear y a gritar como una loca. Al oírme, la dueña de la casa entró y trató de sujetarme la cabeza y los brazos para que él pudiera hacerme eso. Les hice pasar un mal rato con patadas, rasguños y alaridos. Al instante, mi madre y un policía tiraron la puerta abajo. Nunca olvidaré esa noche. Aunque fueras prostituta no te gustaría que te violaran. Es lo peor que puede ocurrirle a una mujer y a mí, me estaba ocurriendo a los diez años".




El victimario va a parar a la cárcel y la víctima a un convento, donde la obligan a dormir durante una noche con el cadáver de una muchacha. Madre e hija comprenden que en Baltimore la vida les está negada. Parten a Nueva York. Como el dinero no alcanza, Billie se afilia sin vergüenza al oficio más viejo del mundo. 1931. Miseria. Hiriente frío. Una madre en el lecho. Billie, desabrigada, lanza su locura a las calles. Un poco de dinero. Llega a la calle 139. Entra al night club Pod’s and Jerry’s.

Se ofrece como bailarina. El hambre baila entre sus piernas. "Oye, chica, no me sirves". La desesperación le golpea el rostro al pianista. "¿Sabes, por lo menos, cantar?" Cierra los ojos y los ronroneos de Armstrong la marean. Una vieja melodía acuna el dolor en su garganta. Aplausos en todo el recinto. Ese es el camino. "No se me había ocurrido que podía cantar, aunque lo había hecho desde chica. Cuando finalicé, todos aullaron y levantaron sus vasos de cerveza. Recogí 38 dólares del suelo... Las chicas solían llamarme ’Duquesa’ y me decían: ’Mírala, se cree una lady’. Aún no me habían dado el título de Lady Day, pero fue así como la gente comenzó a llamarme Lady".

Un borracho tropieza con ella y le asusta el pasado en la sala de guardia. Piensa que si cada persona tuviera por nombre una canción que resumiera su vida, ella se llamaría Night and Day. "Si descubres una melodía y tiene algo que ver contigo, no hay nada que desarrollar. Sencillamente la sientes y cuando la cantas los que te escuchan también sienten algo. En mi caso, no tiene nada que ver con el trabajo, los arreglos o los ensayos. Dame una canción que me llegue y nunca significará trabajo. No puedes copiar a alguien con la esperanza de funcionar mejor. Si copias, trabajarás sin verdaderos sentimientos. Y sin sentimientos, todo lo que hagas equivaldrá a nada". (La guitarra toca unos acordes de "Night and Day").

La sombra la acorrala nuevamente. Le arrima el amor melodioso de Benny Goodman, quien le abre las ventanas a su primer disco. Ahora, un eco tenor en saxo inaugura una sonrisa en la oscuridad. "Ese mismo día que conocí a Lester Young supe cuánto me gustaba que fuera a escucharme e interpretara solos acompañándome... Lester cantaba con su saxo: lo escuchabas y casi oías las palabras. Pasamos hambre juntos y siempre lo adoraré, lo mismo que a su saxo... El nombre de Lady perduró. Lester lo emparejó con las tres últimas letras de Holiday y empezó a llamarme Lady Day".

Los huesos duelen. Sed. El sudor navega su negritud. Abre los ojos. Guardapolvos con sangre. Enfermeras con jeringas y sondas driblean las camillas. La soledad golpea sus pupilas, cuando la sombra se le sienta a la par. (El bordoneo de una guitarra escapa un "Solitude" en Nueva York).

Mira de reojo y casi con naturalidad a través el vidrio del restaurante. Sus compañeros engullen vertiginosamente un sabroso menú. La sonrisa de un trompetista de Artie Shaw se dibuja en la ventana. Un color los separaba. En la vereda, sentada en un banco, ella, la cantante de la banda, muerde con urgencia una hamburguesa y agita la gaseosa entre sus pensamientos. Está acostumbrada. "Soy mujer, soy negra. Hay cosas de las cuales no quiero acordarme. Llevo pegado en la frente un cartel con la inscripción Por la puerta de atrás".

Grabaciones. Debut cinematográfico en un corto con Duke Ellington. Contratos. Un portazo a la pobreza. La fama se cobija en su nuevo nombre: Billie Holiday. Una gardenia perfuma por poco tiempo su alma. La llaman Lady Day. Con Strange fruit se gana los corazones. "La primera vez que la canté, pensé que había cometido un error. El poema expresaba todas las cosas que habían matado a papá... No hubo ni siquiera un amago de aplauso cuando terminé. Luego una sola persona comenzó a batir palmas y de pronto, estos estallaron en una salva atronadora de aplausos".


La sombra dibuja la silueta de Sadie. Su madre, la vigila, la protege. Sufre. También muere. Lady se casa dos veces. Pese a todo, es inútil gambetear la segregación. Siempre en problemas. Urgencias económicas. Tropieza en la droga. Los agentes federales la olfatean a donde va. 1947. "Si Su Señoría me permite, este es un caso de drogadicción, aunque más grave.




La señorita Holiday es una artista profesional y se encuentra entre las de mayor categoría en lo que a ingresos se refiere. Nuestros agentes de Chicago informaron que es adicta a la heroína. En los últimos tres años ha ganado casi un cuarto de millón de dólares, de los que no le queda nada". "Estoy dispuesta a ingresar al hospital, Su Señoría. Quiero curarme..." "Este tribunal la condena a presidio durante un año y un día".

La suben a una camilla. Una máscara de oxígeno. La sombra lanza flashes de su salida de la cárcel. El Carnegie Hall. Holiday on Broadway es un éxito. 1954. Ovaciones en Dinamarca, Suecia, Noruega, Alemania, Holanda, Suiza, Italia, Francia, Inglaterra... "Para mí, Night and Day es la canción más difícil del mundo.

Jamás olvidaré la primera nota ni la segunda ni especialmente la tercera cuando tuve que decir day..." La droga la vapulea nuevamente.
17 de julio de 1959. Su corazón da arcadas de desesperación. Demasiado tarde. Agonía. Los agentes federales irrumpen torpemente en el hospital. Le ponen en la mano una nueva acusación por tenencia de drogas. (La voz de un saxo la acaricia con "Solitude").

"Un cantante no es como un saxo. Si no suenas bien, no puedes salir a comprar unas lengüetas nuevas, darles forma y colocarlas. Un cantante es sólo una voz, y una voz depende exclusivamente del cuerpo que Dios te ha dado.

Cuando abres la boca, nunca sabes lo que ocurrirá". La sombra se arropa en la soledad. En la tristeza. Antes de caer la eternidad, en un parpadeo, Billie Holiday divisa la noche y el día de su vida: "Me han dicho que nadie canta la palabra hambre como yo... ni la palabra amor".



© LA GACETA
Roberto Espinosa -
Escritor y periodista de LA GACETA.
Es autor de "El caracol de los sueños" y del Diccionario de la Cultura en el Tucumán del Siglo XX.