El abuelo salvaje
A 50 años de "El almuerzo desnudo", un libro y una película resucitan a un prócer de la contracultura.
Por: Nicolás Artusi
Todo el odio todo el dolor todo el miedo toda la lujuria están contenidos en la palabra": con la urgencia que explica la ausencia de comas, el autor maldito escupe su sentencia sobre la palabra divina. Más que escritor, William S. Burroughs (1914-1997) se confirmó como profeta hereje: si hace casi cuatro décadas deliró con un ejército secreto de jóvenes cabezaborradoras ocultando grabadores de cinta en sus sacos, hoy esos jóvenes ya no imaginan la revolución pero esconden en sus bolsillos teléfonos que registran todo lo que sucede: la palabra se vuelve virus y la imagen se multiplica, hasta el infinito y más allá.
Después de Timothy Leary y Hunter S. Thompson (con las películas El hombre que encendió América y Gonzo), vuelve a la vida otro padre de la contracultura: a cincuenta años de la publicación de su novela-hito El almuerzo desnudo, un libro (La revolución electrónica) y un documental (A Man Within) resucitan a Burroughs, el pesimista total, el puto consumado, el amante escatológico, el socio/ídolo intelectual de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, el abuelo no reconocido de la Generación Beat, el panadicto a la droga, sea morfina-heroína-dilaudid-eucodal-pantopón-diccodid-diosane-opio-demerol-dolofina-palfium, a la que ha fumado-comido-aspirado-introducido-inyectado.
Una teoría de la liberación y la dependencia: la obsesión de Burroughs fueron todas las formas posibles de la adicción (a las drogas, el sexo o la guita) y, si en el origen está la palabra, ésta no sería más que un virus que invadió al hombre desde el principio de los tiempos. ¿Cómo liberarse, entonces? Señores, que se haga la revolución, se hunda la palabra en el caos o se persiga el silencio, ése que pueda dar sosiego al espíritu y se alcance después de la práctica del yoga o de una devastación nuclear. "La revolución electrónica no es otra cosa que un manual de instrucciones para guerrilleros urbanos, una versión tecno de La guerra de guerrillas, de Ernesto Guevara", escribe Carlos Gamerro en el prólogo del libro: "Hay momentos en que no estamos muy seguros de si estamos leyendo un manual para jóvenes revolucionarios o para agentes de la CIA, una serie de instrucciones para resistir al poder o para ejercerlo".
Obsesionado con la vigilancia y los sistemas de control, el venerable viejo mira a cámara y se lo percibe taimado, ajustado en el traje clásico que lo sitúa como un hijo no reconocido de Heming-way con cualquier beatnik. El documental A Man Within, que se estrena en los Estados Unidos, resucita para las cámaras su figura de dandy maltrecho, reproduce un soundtrack de Sonic Youth y reúne para la entrevista a una legión de cercanos, desde Iggy Pop, Laurie Anderson, Jello Biafra y Gus Van Sant hasta Dean Ripa, el mayor coleccionista de veneno de serpientes en el mundo (¡!). Tan cerca del escándalo como del fenómeno, las imágenes sepias muestran a un señor Burns colérico con una escopeta en la mano, años después de haber despachado a su esposa por jugar a Guillermo Tell (el tiro no pegó en la manzana sino entre los ojos), y exasperado por un capricho: "¡Quiero algo a lo que disparar!".
Mientras se suceden los homenajes, él se retuerce en la tumba. La época hipervigilada tendrá nostalgia de los años que vivimos en peligro y, ahora multiplicado en libros y biopics, el maldito ofrecerá su Palabra como ráfaga de lucidez o paranoia, para ese momento helado del almuerzo en el que descubrimos qué hay en la punta de nuestros tenedores.
A 50 años de "El almuerzo desnudo", un libro y una película resucitan a un prócer de la contracultura.
Por: Nicolás Artusi
Todo el odio todo el dolor todo el miedo toda la lujuria están contenidos en la palabra": con la urgencia que explica la ausencia de comas, el autor maldito escupe su sentencia sobre la palabra divina. Más que escritor, William S. Burroughs (1914-1997) se confirmó como profeta hereje: si hace casi cuatro décadas deliró con un ejército secreto de jóvenes cabezaborradoras ocultando grabadores de cinta en sus sacos, hoy esos jóvenes ya no imaginan la revolución pero esconden en sus bolsillos teléfonos que registran todo lo que sucede: la palabra se vuelve virus y la imagen se multiplica, hasta el infinito y más allá.
Después de Timothy Leary y Hunter S. Thompson (con las películas El hombre que encendió América y Gonzo), vuelve a la vida otro padre de la contracultura: a cincuenta años de la publicación de su novela-hito El almuerzo desnudo, un libro (La revolución electrónica) y un documental (A Man Within) resucitan a Burroughs, el pesimista total, el puto consumado, el amante escatológico, el socio/ídolo intelectual de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, el abuelo no reconocido de la Generación Beat, el panadicto a la droga, sea morfina-heroína-dilaudid-eucodal-pantopón-diccodid-diosane-opio-demerol-dolofina-palfium, a la que ha fumado-comido-aspirado-introducido-inyectado.
Una teoría de la liberación y la dependencia: la obsesión de Burroughs fueron todas las formas posibles de la adicción (a las drogas, el sexo o la guita) y, si en el origen está la palabra, ésta no sería más que un virus que invadió al hombre desde el principio de los tiempos. ¿Cómo liberarse, entonces? Señores, que se haga la revolución, se hunda la palabra en el caos o se persiga el silencio, ése que pueda dar sosiego al espíritu y se alcance después de la práctica del yoga o de una devastación nuclear. "La revolución electrónica no es otra cosa que un manual de instrucciones para guerrilleros urbanos, una versión tecno de La guerra de guerrillas, de Ernesto Guevara", escribe Carlos Gamerro en el prólogo del libro: "Hay momentos en que no estamos muy seguros de si estamos leyendo un manual para jóvenes revolucionarios o para agentes de la CIA, una serie de instrucciones para resistir al poder o para ejercerlo".
Obsesionado con la vigilancia y los sistemas de control, el venerable viejo mira a cámara y se lo percibe taimado, ajustado en el traje clásico que lo sitúa como un hijo no reconocido de Heming-way con cualquier beatnik. El documental A Man Within, que se estrena en los Estados Unidos, resucita para las cámaras su figura de dandy maltrecho, reproduce un soundtrack de Sonic Youth y reúne para la entrevista a una legión de cercanos, desde Iggy Pop, Laurie Anderson, Jello Biafra y Gus Van Sant hasta Dean Ripa, el mayor coleccionista de veneno de serpientes en el mundo (¡!). Tan cerca del escándalo como del fenómeno, las imágenes sepias muestran a un señor Burns colérico con una escopeta en la mano, años después de haber despachado a su esposa por jugar a Guillermo Tell (el tiro no pegó en la manzana sino entre los ojos), y exasperado por un capricho: "¡Quiero algo a lo que disparar!".
Mientras se suceden los homenajes, él se retuerce en la tumba. La época hipervigilada tendrá nostalgia de los años que vivimos en peligro y, ahora multiplicado en libros y biopics, el maldito ofrecerá su Palabra como ráfaga de lucidez o paranoia, para ese momento helado del almuerzo en el que descubrimos qué hay en la punta de nuestros tenedores.
William S. Burroughs: A Man Within (Trailer)