martes, 11 de enero de 2011

Tato Bores / Vermouth, Papas Fritas & Good Show!



Quince años sin Tato Bores, el gran actor cómico de la Nación


Si Tato siguiera entre nosotros, solemos conjeturar de vez en cuando, como si en verdad se hubiera ido. En parte –esa parte fría e irrefutable de la vida que son los hechos– ya no está para festejar los 83 años que tendría hoy.

11.01.2011 09.01


Si Tato siguiera entre nosotros, solemos conjeturar de vez en cuando, como si en verdad se hubiera ido. En parte –esa parte fría e irrefutable de la vida que son los hechos– ya no está para festejar los 83 años que tendría hoy. Pero, por otro lado –allí donde habita la memoria, esa que ejerció literal y simbólicamente como bandera– su imagen está presente y su discurso –el de la coherencia, más allá de los textos que interpretaba– sigue vigente.


No cuesta mucho imaginar al pequeño gigante de icónica peluca, simpático frac y robusto habano, acomodándose los anteojos antes de hacer la pausa perfecta, hábil respiro antes del remate certero y después de párrafos kilométricos enunciados con prodigiosa y vertiginosa velocidad. No cuesta imaginarlo abordando la realidad política, social y cultural de la Argentina del siglo XXI con la misma ironía, lucidez y responsabilidad que lo hizo durante décadas. De ese modo es que instaló y modificó varios parámetros de la televisión.

Por empezar, su descripto estilo de oratoria. Pero lo más importante es que en un país en el que el deporte favorito siempre fue jugar al avestruz (esconder la cabeza, mirar hacia otro lado), Tato instaló de modo divertido el debate político que –sobre todo en los años que atravesó– despertaba más lágrimas y horror que risas. Su diferencia, de las tantas que marcó, residía en no hacerlo desde el chiste obvio o la trivialidad: dejaba muy en claro que “el good show” era su programa y no que la política debía convertirse en un show. Algo que sucedió y como tantas otras cosas, Tato supo anticipar. Allí su vigencia: su poder analítico y esa distancia necesaria que otorga el humor para contextualizar y entender con historicidad la cambiante (y no tanto) fábula política, lo erigió como una suerte de "visionario".


Nada de eso, hubiera dicho él, humilde y honesto. Usualmente se definía sólo como un actor y aclaraba que los monólogos no los escribía él. “El actor cómico de la Nación”, lo llamaban. Pero había en él un genio que podía lograr que esos textos y esos sketchs llegaran de un modo único. A veces, el decir es un acto tan poético y artístico como escribir.


Y es que era mucho más que un actor: era un tipo con clara conciencia democrática, pero también enorme autocrítica y un grado de respeto sin solemnidades (como el que profesa el creciente y tibio "moderadismo" de parte de la escena política).


Tato podía sentar a su mesa a personajes despreciables: pero en vez de jugar el juego de ellos, los sometía al suyo. Con elegancia y sutileza, entre tallarines y buena música, desenmascaraba a los idiotas de turno ávidos de caer simpáticos.


En 1957, Tato enfrentó por primera vez una cámara de television en el programa Caras y Caretas que se emitía por Canal 7. Empezó a hacer lo que sería su fuerte durante el resto de su carrera: los monólogos. En 1961, el cómico debutó con su programa Tato, siempre en domingo, por Canal 9, y duró casi una década, entre 1961 y 1970.


Entre 1970 y 1980, el programa fue cambiando de nombre y fue más intermitente la censura de aquellos años. A partir de 1988, Alejandro y Sebastian Borensztein, los hijos de Tato, se incorporaron a la producción de los programas. Las aperturas se realizaban como lujosas miniproducciones, como la de Tato de América (1992) o la de Good Show (1993), por Telefé.


Alguna vez su voz carrasposa y encendida interpretó un monólogo escrito por el notable Santiago Varela: ¿Quién tiene la culpa? "La culpa de todo la tiene el ministro de Economía dijo uno. ¡No señor!, dijo el ministro de Economía mientras buscaba un mango debajo del zócalo. La culpa de todo la tienen los evasores. ¡Mentiras!, dijeron los evasores mientras cobraban el 50 por ciento en negro y el otro 50 por ciento también en negro". Así se iban sucediendo distintos actores sociales y políticos como la DGI, la patria financiera, la patria contratista, los jóvenes, los curas, los policías, los ancianos, la Justicia, los periodistas.


Un largo etcétera de culpas hasta que concluía: "Yo sé quién tiene la culpa de todo. La culpa de todo la tiene El Otro. ¡El Otro siempre tiene la culpa! ¡Eso, eso! Exclamaron todos a coro. El señor tiene razón: la culpa de todo la tiene El Otro. Dicho lo cual, después de gritar un rato, romper algunas vidrieras y/o pagar alguna solicitada, y/o concurrir a algún programa de opinión en televisión (de acuerdo con cada estilo), nos marchamos a nuestras casas por ser ya la hora de cenar y porque el culpable ya había sido descubierto. Mientras nos íbamos no podíamos dejar de pensar: ¡Qué flor de guacho que resultó ser El Otro...!".


Tato fue el hombre que nos hizo ver lo que muchos tapaban. Lo otro. Tato fue el que nos hizo ver que nosotros somos ese otro culpable. Si Tato siguiera entre nosotros, volveríamos a pensarlo. Pero no. Y, al parecer, mientras la historia a veces se repite dolorosamente, nos conformamos con su recuerdo y su estilo único. Porque como él, precisamente, no hay otro.

Tato Bores - Good Show - Presentación 1993





Te extrañamos Tato





Hoy martes se cumplen quince años de la muerte del genial humorista que desnudó al poder como pocos. El recuerdo de santiago varela, uno de sus últimos guionistas, y una selección de sus monólogos que reflejan el menemismo.


Por Santiago Varela*
* Guionista de Tato entre 1988 y 1993


Este martes 11 de enero se van a cumplir 15 años de la desaparición física de Tato Bores. ¡Ya quince años, parece mentira!


Si hasta ayer no más se lo podía ver y escuchar todos los domingos -su día- interpretando a ese personaje entrañable del frac, anteojos y peluca que tenía la virtud de meterse en los recovecos del poder para hablar con todos y fundamentalmente, preguntarle a todos las cosas que su público -público atento, si los hubo- quería saber.


Gracias a Tato, el personaje tenía encarnadura y, fundamentalmente, era creíble. Más creíble que muchos políticos.


Personalmente tuve la suerte de que él me convocara para que le escribiera sus monólogos, lo que era casi su especialidad, su sello. Lo hice durante sus últimas seis temporadas, desde el ’88 hasta 1993.

Trabajar con él fue un placer, fundamentalmente porque era un gran tipo, lo que en ese medio no es moneda corriente. Además respetaba los textos, y al actuarlos como sólo él podía hacerlo, los llevaba a un nivel de excelencia, en la época en que la excelencia en televisión se buscaba por el lado del trabajo y del estudio.


Si bien el humor político es opositor -opositor al poder, que no siempre concuerda con el gobierno- con Tato siempre defendimos las instituciones de la democracia. Por un tema generacional ambos habíamos sufrido censuras y persecuciones y sabíamos, en carne propia, que podíamos señalar a diputados y funcionarios, pero rescatando siempre la función de los poderes del Estado. Tato nunca tuvo un discurso golpista o destituyente.


En los monólogos nos limitábamos a relatar lo que pasaba, lo que se podía leer en los diarios, lo que todos sabían. La diferencia es que lo decíamos en forma más llana, más clarita, sin tantas vueltas, llamando a las cosas por su nombre. Mejor dicho, por el nombre que le daban en el barrio y que todos entendían.


Gracias a la tecnología hoy es posible seguir viendo y escuchando a Tato a través de las repeticiones y, fundamentalmente, de Internet. Es entonces que mucha gente habla de la vigencia de las cosas que decíamos. Pero, la vigencia no es del discurso de Tato, sino de la persistencia de algunas malas costumbres de nuestra dirigencia, -políticos, empresarios, sindicalistas y del establishment en general- que se resisten a cambiar.

Aunque algunas cosas están cambiado. Por ejemplo, con Tato hablábamos mucho de los jubilados que en esos años pasaban por uno de sus peores momentos o de las ventas -en realidad regalo- de las empresas del Estado o de la deuda externa. En estos tiempos los temas serían otros, pero la lucha de fondo por ver qué modelo socio-económico prevalece, o quien corrompe a quien para lograr sus fines, es siempre la misma, desde Moreno y Castelli, hasta hoy, pasando por Tato Bores, inolvidable actor cómico de la Nación.


La opción es si los problemas de estos tiempos se quieren mostrar a través de los medios masivos de comunicación -con o sin humor-, o se prefiere esconderlos detrás de la cosa pasatista, como si esos programas no tuvieran, en esa negación, un fuerte componente ideológico.


¡Quince años, parece mentira!

Te extrañamos Tato.

http://www.elargentino.com/nota-121307-Te-extranamos-Tato.html