Jaco Pastorius: la revolución del bajo eléctrico
Miquel Jurado 03/11/2007
Leyenda del jazz, su vida de fama e infamia, de talento y tragedia, se recuerda con un concierto y la reedición del libro de Bill Milkowski sobre “el mejor bajista del mundo”.
Hola, me llamo Jaco Pastorius y soy el mejor bajista del mundo”.
Esta frase la repitió John Francis Pastorius III hasta la saciedad. Él sabía que era verdad y los que le conocían también pero, no nos engañemos, no era la frase ideal para abrir puertas en un mundo tan endiosado como el de la música. En el caso de Jaco, no era divismo, desde muy joven era conocedor de su realidad como músico y era el peso de esa realidad el que más le marcaba, la responsabilidad de ser el mejor bajista del mundo. Por encima, incluso, de su creatividad desbordante, volcánica en los años de plenitud, patética durante la decadencia.
Jaco Pastorius (1951-1987) marcó un antes y un después. Cualquier bajista eléctrico actual que niegue su influencia está engañando a su interlocutor o se engaña a sí mismo. Y lo increíble es que esa influencia se ejerció con muy pocos años de magisterio, de verdadera actividad profesional. Desde el primer momento, Jaco sabía lo que tenía que hacer con su instrumento, sabía adónde quería llegar y cómo enfilar el camino pero, una vez allí, todo se desmoronó.
Leyenda del jazz, su vida de fama e infamia, de talento y tragedia, se recuerda con un concierto y la reedición del libro de Bill Milkowski sobre “el mejor bajista del mundo”.
Hola, me llamo Jaco Pastorius y soy el mejor bajista del mundo”.
Esta frase la repitió John Francis Pastorius III hasta la saciedad. Él sabía que era verdad y los que le conocían también pero, no nos engañemos, no era la frase ideal para abrir puertas en un mundo tan endiosado como el de la música. En el caso de Jaco, no era divismo, desde muy joven era conocedor de su realidad como músico y era el peso de esa realidad el que más le marcaba, la responsabilidad de ser el mejor bajista del mundo. Por encima, incluso, de su creatividad desbordante, volcánica en los años de plenitud, patética durante la decadencia.
Jaco Pastorius (1951-1987) marcó un antes y un después. Cualquier bajista eléctrico actual que niegue su influencia está engañando a su interlocutor o se engaña a sí mismo. Y lo increíble es que esa influencia se ejerció con muy pocos años de magisterio, de verdadera actividad profesional. Desde el primer momento, Jaco sabía lo que tenía que hacer con su instrumento, sabía adónde quería llegar y cómo enfilar el camino pero, una vez allí, todo se desmoronó.
Muchos se han preguntado ¿qué estaría haciendo hoy Jaco de haber seguido vivo (el 1 de diciembre cumpliría 56 años) y en plenitud musical? ¿El mundo del jazz y de la música moderna hubiera dado otro vuelco o Jaco estaría, como muchos de sus compañeros de generación, haciendo smouth jazz para emisoras de FM destinadas a públicos adultos? No se sabrá nunca pero es fácil imaginar que tal vez Jaco se habría alineado en las filas de los experimentadores con ritmos urbanos, en el fondo siempre fue un perro callejero y murió en la calle como un chucho abandonado.
El pasado 21 de septiembre hizo veinte años que Jaco Pastorius dejó este mundo por la puerta de atrás. Después de haber estado en lo más alto, terminó sin casa, ni familia, ni trabajo, ni siquiera instrumento con el que tocar (dejaba su bajo tirado en la calle hasta que se lo robaron), viviendo al aire libre en una cancha de baloncesto, esperando junto a una cabina de teléfono que alguien le llamara para rehacer su carrera… Vetado en todos los clubes de Nueva York, se terminó estrellando contra la puerta de uno de ellos. El responsable de un club lo dejó en coma tras una brutal paliza; Jaco moriría días después.
No era la primera paliza, ni el primer desvanecimiento en la calle producto del alcohol y la cocaína. En su libro recientemente reeditado [Jaco Pastorius: la extraordinaria y trágica vida del mejor bajista del mundo. Editorial Alba], el periodista Bill Milkowski recoge una buena cantidad de testimonios de esa época trágica. Ricky Sebastian, que fue su batería durante una época, explica una de las más descorazonadoras: “Sabía que siempre andaba por la pista de baloncesto de la calle Cuatro con la Sexta Avenida, de manera que solía pasarme por allí patinando a media tarde y a la una de la noche para ver cómo estaba. (…) Un día lo encontré tendido en la acera, tenía muy mal aspecto. Le dije: ‘Pero ¿qué haces, tío? levántate’. Y me contestó: ‘Se acabó, tío. Nunca volveré a ser lo que era. Vivo a costa del pasado”.
Enfermedad mental (padecía un síndrome bipolar con frecuentes crisis maniacodepresivas), drogas o alcohol, o las tres cosas a la vez, pero la verdad es que se había acabado. El guitarrista Mike Stern compartió grupo con Jaco y también sus abundantes juergas cocainómanas hasta que decidió desintoxicarse definitivamente. “Su comportamiento era tremendamente autodestructivo y durante mi periodo de rehabilitación, simplemente no podía acercarme a él”, explicaba Stern. “Jaco estaba totalmente ido y yo, en cambio, intentaba estar limpio. Pero no le gustaba nada que yo me hubiese salido, porque era algo que él no podía conseguir”. Un par de ingresos en psiquiátricos o en prisiones no lo consiguieron.
Ricky Sebastian estaba con Jaco el día en que recibió la paliza final. Jaco había sido expulsado de un concierto de Santana. Posteriormente había intentado romper a puñetazos un escaparate y cayó al suelo llorando agarrado a los pies de Sebastian: “¡Nadie me entiende! ¡Nadie me entiende!”. Horas después le encontraron tirado a las puertas del Midnight Bottle Club, del que había sido expulsado, según explica el informe policial, “por provocar a los clientes, robar copas de las mesas y enfrentarse físicamente con algunos de ellos”. Al parecer Jaco abofeteó a un cliente y el responsable del local le pidió que se marchara, le acompañó a la puerta de salida y allí Jaco comenzó a dar puntapiés a la puerta. El resto forma ya parte de la tragedia. Días después Jaco fallecía sin haber recuperado el conocimiento. Luc Havan, su agresor, pasó dos meses en prisión condenado por homicidio involuntario.
El día del entierro seis personas llevaron a hombros el féretro. Entre ellas, Joe Zawinul y Wayne Shorter, dos músicos que habían vivido junto a Jaco sus mejores momentos y también el inicio de los peores. En 1976 Jaco se incorporó a Weather Report, el entonces sumamente popular grupo de Zawinul y Shorter. El acercamiento había comenzado dos años atrás cuando Zawinul oyó por primera vez aquello de “hola, soy el mejor bajista del mundo”. El vienés reaccionó ante la frase de presentación de aquel desconocido con sarcasmo: “¡Anda, largo de aquí!”. Pero el bajista tuvo tiempo de darle una cinta y alguien convenció al genial teclista de que la escuchara. A los primeros acordes, Zawinul aceptó que Jaco era el mejor bajista del mundo y, cuando tuvo oportunidad, le ofreció una plaza en Weather Report. Fue la época de plenitud de Jaco, cuando la responsabilidad del grupo no era eminentemente suya sino de Zawinul y de Shorter, cuando podía aportar composiciones, arreglos y hasta producir los discos sin ningún miedo.
El año 1976 fue el de su plenitud. Antes de incorporarse a Weather Report, pudo cumplir su sueño de grabar un disco apabullante que llevaba su propio nombre. En ese primer disco marcó ya los caminos por los que iba a caminar el bajo del futuro. Sólo oyendo el primer tema, una versión del Donna Lee de Charlie Parker para bajo y congas (las de Don Alias), ya queda claro que algo está cambiando. Ese tema, Donna Lee, es, sin lugar a dudas, una de las grabaciones más importantes de la segunda mitad del siglo XX.
En el verano de 1976 aparecieron casi simultáneamente los discos Jaco Pastorius y su primera colaboración con Weather Report, Black Market. Y también inició una colaboración corta pero muy intensa con Joni Mitchell. Jaco mantuvo una relación amorosa con la cantante canadiense pero, sobre todo, grabó a su lado tres discos de estudio formidables y participó en 1979 en una gira que dio pie a otro disco y un DVD. “Cuando le conocí todavía no tenía problemas con las drogas”, recordaba Mitchell. “Si uno tiene un ego tan grande, apasionado y jugoso como el suyo y le añade drogas, el resultado no puede ser bueno. Jaco tenía una gran alma antes de su deterioro por los tóxicos. Creo que sus ojos eran preciosos antes de que su adicción los nublara (…) En mi opinión, Jaco poseía una preciosa sabiduría animal que yo no calificaría en absoluto de locura. Se comportaba de forma extraña, es verdad, pero no creo que estuviera loco. Aunque sé que al final perdió de verdad la cabeza. No se podía ni hablar con él. Fue trágico. La cocaína potenciaba su lado negativo”.
En sus cinco años con Weather Report ese genio evolucionó de lo más brillante a lo más oscuro. “Hacia finales de 1980, Jaco estaba siempre cabreado y borracho”, recuerda Zawinul. “Jaco llevaba todo eso al exceso. Y entonces su música empezó a resentirse. Todavía sonaba perfecta, pero había perdido frescura. Lo suyo se convirtió en un número de circo. Jaco confiaba demasiado en sus trucos del pasado”.
Tras dejar Weather Report (para la historia seis discos memorables), Jaco intentó la aventura en solitario al frente de una big band pero los desaguisados se fueron sucediendo uno tras otro. A sesiones de genialidad sorprendente seguían otras de desastre total. Poco a poco los músicos también le fueron dando la espalda, y las discográficas, y los clubes, y los festivales… Una cuesta abajo demasiado empinada para poder poner el freno. Recuerda Bobby Colomby, productor de su primer disco: “Había mucha gente que lo adoraba y le quería ayudar pero algo en su cabeza, algo en su interior, no le dejaba ser feliz”. El mismo Jaco lo había predicho en momentos de lucidez (lo recuerda Zawinul tras un concierto en Barcelona en 1977): “Soy como Jesús, no voy a llegar a los 35 años”. Murió con 35 años.