domingo, 24 de mayo de 2009

Thelonius Monk / El encanto de lo extraño.


Por Stefano Russomanno.

Thelonious Sphere Monk. El solo nombre sugiere excentricidad, rareza. Y Monk fue, en efecto, un personaje extraño donde los haya. Empezando por los gorros que solía llevar, a cada cual más extravagante. Algunos juran haberle visto con una hoja de lechuga en el bolsillo del traje. Y era capaz de estar días enteros sin proferir palabra, sumido en una especie de trance. Pero todavía más atípica era su música. Aquí Monk no se mostraba tan fiel a su segundo nombre. En efecto, su música resulta todo menos «esférica». Al contrario, evoca una sensación de angulosidad, hecha como está de saltos, rupturas imprevistas, desarticulaciones (de él se decía que, más que tocar un tema, lo descomponía), acentos irregulares y disonancias heterodoxas.

Thelonious Monk había nacido el 10 de octubre de 1917 en Rocky Mount (Carolina del Norte), aunque sus padres se trasladaron a Nueva York cuando él aún era un niño. Adolescente, empezó a tocar el piano en los rent parties de Harlem. Su primer contrato importante se remonta a 1941, cuando le llaman para actuar en el Minton´s Playhouse, uno de los locales en donde se gestaría la revolución del bebop, lo que le permite codearse con las mayores figuras del jazz de aquel entonces. También actúa con la orquesta de Coleman Hawkins. Mientras tanto, empieza a capitanear grupos propios, con los que realiza, a partir de 1947, una importante serie de grabaciones para el sello Blue Note.

Estilo propio. Ya en aquel entonces, Monk había elaborado un estilo propio, situado en la vanguardia del jazz, aunque siguiendo -como haría durante toda su vida- caminos solitarios, no siempre coincidentes con las directrices propugnadas por los nuevos maestros del bebop (género con el que sin embargo se le asoció). La de Monk es, paradójicamente, una modernidad intemporal, inclasificable y, sobre todo, inimitable. Su lenguaje emerge como una isla en el panorama jazzístico de aquella época y no producirá verdaderos discípulos. A finales de los cuarenta, Monk había desarrollado un lenguaje único que no se modificaría sustancialmente en los años siguientes y que se mantuvo impermeable a todos los cambios que el jazz experimentaría entre las décadas de los cincuenta y los setenta.

Hay un acontecimiento clave en la carrera de Monk. En 1951, la Policía encuentra droga en el coche en que iba junto a unos amigos. Es muy probable que la droga perteneciera a otra persona, pero Monk se negó a delatarla. Estuvo sesenta días en la cárcel y, lo que es más grave, se le retiró la cabaret card, el carnet que permitía tocar en los locales neoyorquinos donde se servían bebidas alcohólicas: es decir, todas las salas de jazz. Empezó para él un período de marginación y dificultades económicas, sólo interrumpido por la grabación de algunos discos (en el sello Riverside), actuaciones en teatros y giras esporádicas. En 1957 pudo recuperar la cabaret card, gracias a la intervención de la baronesa Nica de Koenigswarter, una excéntrica y millonaria aristócrata emparentada con los Rotschild y ferviente admiradora suya.

Por fin, el éxito. La posibilidad de volver a tocar en público le permitió por fin alcanzar el reconocimiento que merecía. Lo que entonces era una verdad compartida por unos pocos entendidos empieza a calar en la conciencia general: Monk es reconocido como uno de los maestros del jazz. En 1962, es contratado por la todopoderosa casa discográfica Columbia (la misma de Miles Davis) y dos años más tarde es portada de la revista Time. La nueva situación no parece afectarle mucho: sigue siendo el de siempre (a pesar de su más elevado nivel de vida, no abandona la modesta casa que sus padres ocuparon a su llegada en Nueva York) y persiste en sus modales taciturnos y excéntricos.

Tras una breve colaboración con John Coltrane en 1957, encuentra en el saxofonista Charles Rouse un fiel colaborador que le acompañará de 1958 a 1971. A mediados de los setenta, se retira de los escenarios y vive aislado del mundo, acogido junto a su mujer en la lujosa residencia de la baronesa Nica de Koenigswarter, quien se hace cargo del estado cada vez más precario de su salud mental. Tras sufrir una embolia, es ingresado en un hospital de Englewood (Nueva Jersey). Allí permanece doce días en estado de inconsciencia y muere el 17 de febrero de 1982.

Técnicamente, Monk fue todo menos un pianista brillante. Sus limitaciones eran evidentes en los pasajes veloces, donde sus dedos solían tropezar. Más de uno ha puesto en relación el gran número de disonancias de sus armonías con la errónea postura de sus manos, que le hacía tocar a menudo notas falsas. Sea como fuere, Monk convirtió sus defectos en un elemento de originalidad y distinción. Quizá uno de los aspectos más peculiares de su estilo era el «tono» de sus solos. El jazz de su época (el bebop más en concreto) era un estilo de fuerte carga existencial, que oscilaba entre la desesperación y el lirismo. Monk escoge en cambio un carácter irónico, a veces casi sarcástico. Con el distanciamiento de un cirujano, hunde su bisturí en los temas diseccionándolos y buscando en ellos nuevos giros armónicos.

Creador de temas. Monk ha sido además uno de los más prolíficos y geniales autores de temas de jazz, en los que basaba en gran medida su repertorio. Al conocidísimo Round Midnight hay que añadir al menos Monk´s Mood, Misterioso, Monk´s Dream, Ruby My Dear, Crepuscule with Nellie, Evidence, Bemsha Swing, Criss Cross y Reflections. Pero la lista es mucho más larga. Con sus asimetrías y sus sofisticadas armonías, esos temas resultan consustanciales a la manera de Monk de hacer música. No es casual que, aunque otros jazzistas se hayan apoderado de ellos, es en las manos de su autor cuando desvelan todo su sorprendente potencial.

«Cualquiera puede tocar una composición, utilizar acordes extraños y hacer que aquello suene mal. Lo difícil es hacer que suene bien». Maestro de la disonancia, Monk consiguió algo que sólo está al alcance de los genios: convertir en belleza lo extravagante, lo atípico y lo anómalo.