Robert Wyatt, (Robert Wyatt-Ellidge)
Nació el 28 de Enero de 1945 en Bristol, Inglaterra. A 65 años de su nacimiento, compartimos una entrevista a Wyatt, realizada en 2007 por el diario El País de España.
Iker Seisdedos 27/10/2007
El alcoholismo y otros fantasmas acechaban a Robert Wyatt, legendario batería de rock, durante la concepción de su último disco, Comic opera. En esta entrevista habla de la felicidad que halla en una silla de ruedas y de su incesante búsqueda de la belleza.
Mal que le pese a Gladys, la rubia oxigenada que atiende la oficina de turismo, no abundan las razones para venir a Louth, un pueblo del norte de Inglaterra donde las casas se organizan en filas de granate melancolía. Con la estación de tren más cercana a 45 kilómetros, el lugar es tan improbable como otro cualquiera para servir de hogar a una leyenda del rock en silla de ruedas. Robert Wyatt se mudó aquí a finales de los ochenta en busca del hábitat menos hostil posible que su poco dinero pudiese pagar. Los granjeros y comerciantes de Louth descubrirían con los años que el grandullón sonriente que se daba impulso con guantes de esquí por las aceras del pueblo fue en otra vida batería de Soft Machine, mítico grupo de la escena de Canterbury que hizo historia del rock, la psicodelia y el jazz a finales de los sesenta.
Lo que en su caso equivale a decir en otra vida; antes de aquella mala noche del muy ebrio 1973 en la que Wyatt creyó volar y cayó por la ventana de un cuarto piso en una fiesta de Pink Floyd. El médico que lo atendió de urgencia esa madrugada dijo que, de no haber estado tan sumamente borracho, el paciente habría opuesto alguna resistencia y el impacto hubiese resultado mortal. “Fue un buen movimiento para mi carrera”, explica en esta entrevista Wyatt con tanta distancia que casi parece un abismo.
Pero eso sucederá más tarde. El día del encuentro (el lunes 8 de octubre) fue también el del lanzamiento en el Reino Unido de Comic opera, otro de sus brillantes tratados de jazz pop confesional y el noveno disco de la carrera que inició en solitario sobre el alféizar de una ventana. Para celebrarlo, la pequeña tienda de discos local organizó una firma de álbumes y unas cien personas llegaron de toda Inglaterra a presentar sus respetos a Wyatt.
Al término del desfile de aficionados, el músico, de 62 años, recibe al periodista en su casa georgiana de ladrillo oscuro y una sola planta. Aquí vive entre discos, cuadros e instrumentos con su suegra y su mujer, Alfreda Benge, Alfie, una tímida y enérgica inglesa de ascendencia austropolaca. Alfie y Robert contrajeron matrimonio cuando, tras un año de convalecencia, él salió del hospital sobre ruedas, “en el primer día de primavera en un larguísimo invierno”.
Además de compañera, Alfie es autora de las letras originales de Comic opera, así como de las distinguidas ilustraciones de los discos de Wyatt desde el paisaje a lápiz de la portada de Rock bottom (1974), considerado su obra maestra. “De no haber existido ella, me habría dedicado a beber hasta morir escuchando a [el pianista de jazz] Thelonious Monk”, aclarará Wyatt después. “Soy un cocinero terrible, no soy capaz de vestirme solo, ni puedo administrar mi dinero. En nuestro contrato, a mí me toca hacer discos”.
De ese particular acuerdo nace una de las carreras más fascinantes del rock contemporáneo. Más que un tipo con un estilo propio, Robert Wyatt es un género en sí mismo. Podría ser su voz, ese lamento ahogado que Ryuichi Sakamoto definió como “el sonido más triste del mundo”. Podría ser esa intimidad agradable como el agua templada que brinda el fondo de la trompeta tocada por el propio Wyatt sin demasiada destreza. O quizá sea esa mezcla entre el jazz del que proviene y la melancolía del pop perfecto hacia la que camina.
La suma de todo esto hace de cualquiera de sus lanzamientos un acontecimiento raro pero siempre relevante. Si el último, Cuckooland (2003), fue escrito bajo los efectos del 11-S y recibido como una de las obras más singulares del año, Comic opera, que cuenta con una nómina de colaboradores similar a aquél (Brian Eno, Paul Weller o Phil Manzanera, entre otros), se mueve en terrenos más personales. Maneja, con todo, la misma descarnada sinceridad de siempre. Una virtud (o un defecto) que convierte una tarde con Wyatt —charlar, escuchar discos de jazz y bucear en el océano desmitificador de sus recuerdos— en una de las experiencias más singulares del periodismo musical.
La inusual franqueza está presente desde la bienvenida. “Estoy preocupado por la salud de Alfie. Nos han llamado del hospital por algo relacionado con el corazón. Peligroso para unos ancianos campeones del fumeque como nosotros”, es lo primero que suelta Wyatt tras las presentaciones. Después, en una entrevista que se prolongará durante más de cuatro horas, admitirá: “Gran parte de mi problema es decir siempre la verdad”.
PREGUNTA. No veo mucho de cómico, ni de operístico en su último disco.
RESPUESTA. Pues a mí me da risa. Y algunos pueden pensar que hoy meter una canción sobre el Che [Hasta siempre comandante] podría ser un chiste.
P. ¿Niega la cualidad melancólica que se atribuye a su obra?
R. Lo que digo es que nunca hago nada conscientemente triste. Ni siquiera Rock bottom, que se asume nacido del trauma de quedarme parapléjico [fue en parte concebido en su convalecencia]. Lo siento, no es cierto. Algo debe de haber, sin duda, cuando tanta gente lo ve así. Pero en aquellos días no me sentía especialmente triste.
P. ¿Y cómo se sentía?
R. Salir del hospital fue como abandonar la prisión. El estímulo físico del aire fresco y el tráfico en las calles después de meses de reclusión fue una experiencia casi psicodélica. ¡Vida! ¡Árboles! ¡Gente! ¡Música! Fue un día increíble. Por supuesto que había ansiedad, pero no sentí rabia. Todo era por mi culpa. Por borracho e idiota. Sólo teníamos 15 libras en este mundo, nos fuimos a un pub a celebrarlo. Pero hablábamos del disco, ¿no?
P. Claro. Lo ha dividido en tres actos, como ya es costumbre en usted.
R. Me gustan los episodios musicales de 20 minutos. Porque soy un tonto anacrónico. Adoro la vieja distribución de los elepés. No ordeno las canciones en términos musicales, sino de la secuencia de las letras. La primera parte va sobre el amor y la pérdida. La segunda, sobre sentirse incómodo como inglés. Y la tercera, sobre reconciliarse con las ideas políticas que siempre me conmovieron. Veo mis canciones como un jardín salvaje. Soy un jardinero que está enamorado de la belleza orgánica de lo que se trae entre manos. Por eso me siento fascinado a mis sesenta años con alguien como Nat King Cole. De joven no lo apreciaba porque no era lo suficiente crudo para mí. Ahora, en cambio, tras cuarenta años de tocar instrumentos y cantar, he acabado valorando lo difícil que es dar una nota correctamente. Sólo una bella nota. Escasean.
P. ¿De qué va Just as you are, el dueto con Mônica Vasconcelos, es una de las flores más conmovedoras de su último jardín?
R. No lo sé, se lo tendrás que preguntar a Alfie. Ella la escribió. Alfie…
“Vamos Robert, sabes perfectamente la respuesta”, responde ella misteriosa. La aclaración llegará más tarde, cuando, en un aparte, diga: “¿Quiere conocer el verdadero significado de la canción? Hace unos meses Robert estaba empezando a tener un serio problema con el alcohol. Y comenzó a mentirme. Este tema es un mensaje de mí para él. Estás bebiendo demasiado, amigo. Ya basta. Decir: mi amor, tras todos estos años, sigue siendo condicional”. Después, Wyatt corroborará la confidencia. Lleva un par de meses asistiendo a reuniones de Alcohólicos Anónimos y maneja la clase de dialéctica del rehabilitado. Cuando, a la hora de la cena, la entrevista continúe en un restaurante, Wyatt rechazará el ofrecimiento (“sólo un limoncello, Robert”) de una camarera algo ajada. “El trago que marca la diferencia no es el último”, dirá solemne. “El que lo cambia todo es el primero”.
P. El alcohol es una constante en sus letras desde aquel “eres maravillosa cuando estás borracha” que abría Rock bottom.
R. Ya entonces estaba camino de convertirse en un problema. Hay quien dice que si empiezas a saltar por las ventanas es un mensaje de que algo marcha mal. Como soy un poco retrasado, me cuesta llegar a las conclusiones. Hace 34 años de la ventana.
P. ¿Qué sucedió esa noche?
R. No lo voy a contar [largo silencio] aunque lo recuerdo perfectamente. Puedo revelar lo que pasó, pero no por qué.
P. Bien… ¿Qué pasó?
R. Me caí de una puta ventana porque estaba demasiado borracho [golpea su plato contra la mesa]. ¿Vale? Me pusieron sedantes durante seis meses. Luego estuve consciente en el hospital hasta cumplir un año.
P. Disculpe si le he irritado. ¿Escribe Alfie las letras porque usted prefiere no hacerlo?
R. Me es difícil. Tengo mucha más música que palabras. Escribí letras durante años, pero solían ser sonidos guturales .
P. O letras como aquella en la que se limitaba a describir lo que sucedía musicalmente. Éste es el primer verso, éste es el puente, sigue el estribillo…
R. En un momento pensé, oh, no sé lo que pensé… ¿Sabe qué? Siento haberme enfadado de ese modo antes. Si no puedo decir algo totalmente fresco sobre algo me crispo. Porque las entrevistas me parecen interesantes. No hay dos iguales. Y aquel episodio no es que sea doloroso o dramático, es sólo que no hay nada nuevo que decir. Aunque suene chocante, yo no contemplo aquel accidente como algo malo. Fue un nuevo comienzo. Puesto que mi vida es mejor después que aquello, mucho mejor, de hecho, no lo veo como una tragedia. Es sólo un cambio. Y en mi caso, a pesar de las dificultades obvias, soy una persona más feliz. La gente que no se ha roto nunca la espalda piensa: qué terrible vivir así. Pero es algo que sucede. ¡Bang! y a otra cosa. Parecido a un animal salvaje cuando está en la jungla. Llega un helicóptero, le atrapa con una red, y al poco está en una reserva en Tanzania. Y piensa: cojones, dónde están mis amigos, mis árboles… y al final se da cuenta de que está en un lugar más seguro. Si fuese religioso, diría que fue un don. Esto me recuerda la mejor mala crítica sobre mi trabajo que nunca leí. “Como mucho nos temíamos, Wyatt se cayó aquel día sobre su cabeza” risas].
P. ¿Cómo era antes de aquello?
R. Un batería borracho que aprendía trucos tan útiles como el método más rápido posible para acabar pedo: tequila y whisky a intervalos. Me lo enseñó Keith Moon [batería de The Who]. No sé… Debía de ser un cabrón porque me echaron de Soft Machine…
P. Fue por razones personales.
R. No lo sé, no dijeron nada. Somos ingleses. No expresamos sentimientos. Seguramente toda la conversación se redujo a: “Que te follen, tío”.
P. Aquella primera formación hacia 1967, con Mike Ratledge (teclados) y Kevin Ayers (bajo), siempre pareció más una reunión de individualidades…
R. Nunca fuimos un grupo normal. Pero en cierto sentido fue culpa mía. Yo conseguí que esos músicos que nunca habrían tocado juntos se pusiesen a ello. Mike dejó la universidad por mi insistencia. Incluso cuando Kevin abandonó el grupo y se fue con sus maravillosas canciones, metí a Hugh [Hopper, bajista]. No habría funcionado sin mis indicaciones. No era un líder. La batería no lidera, como tampoco el motor conduce el coche.
P. ¿Ha mantenido la amistad con ellos?
R. No siempre. Hace poco vi a Kevin Ayers. Estuvo muy bien. Aún siento nostalgia de aquellos días en Deià . Los dos solos. Éramos jóvenes, entusiastas, estábamos borrachos y era maravilloso.
Para entonces, Wyatt ya había coincidido en su infancia con varios de los miembros de Soft Machine en el colegio Langton, en Canterbury, un centro liberal que pareció la mejor opción de enseñanza a sus padres, un psicólogo aficionado al jazz y una periodista, ambos intelectuales progresistas. La primera mujer de su padre fue secretaria de Robert Graves en Mallorca y, cuando a los 16 años, Wyatt dejó la escuela para buscar la libertad en Deià, se instaló en la casa balear del escritor. Allí conoció a Ayers, futuro miembro de Soft Machine, y a Daevid Allen, que fue parte del grupo hasta que la negación de un visado le obligó a quedase en París, donde acabaría fundando Gong, otra banda seminal de la psicodelia británica. Ayers compartió las tareas vocales con Wyatt antes de abandonar el grupo tras el magistral debut, que titularon 1 a secas, en una costumbre, emplear los ordinales, que se mantendría como un sello de la banda.
El grupo se convirtió con su defensa del jazz-rock, el pop psicodélico y la patafísica en una institución de la boyante escena underground londinense. Fueron años de giras estadounidenses con Jimi Hendrix, de vivir la gran vida del rock y todo eso.
Cuando Wyatt fue despedido después de la intensa grabación del tercer álbum, bautizó su nuevo proyecto como Matching Mole (topos idénticos, en su traducción del inglés), un juego de palabras intencionadamente irónico que jugaba con la traducción francesa de Soft Machine.
Y entonces, llegarían el accidente y los años de la creatividad. Los discos de mediados de los setenta como Rock Bottom o Ruth is stranger than Richard y hasta el éxito. Su versión de I’m a believer, viejo tema de Neil Diamond, alcanzó el número uno de las listas británicas y convirtió a Wyatt en el único artista en la historia del célebre programa de la BBC Top of the pops que actuó en silla de ruedas.
No hay mucha explicación en las brumas de su memoria para el silencio que siguió a aquellos años, cuando la pareja se mudó a la Costa Brava e interrumpió la producción discográfica. De aquel limbo, Wyatt regresó a principios de los ochenta como un artista comprometido. Se afilió al partido comunista, repartió pasquines en las calles de Londres y adoptó el español como idioma de combate. También se abonó, una constante en su trabajo posterior, a las versiones. “Alfie siempre me compra ropa en las tiendas de beneficencia”, explica Wyatt. “Es lo mismo con las canciones. Voy al mercado de segunda mano y me quedo con las que me sientan bien”.
P. Tras la caída del muro de Berlín abandonó el partido. ¿Ya no le veía el sentido a la militancia?
R. Superé la etapa. Pero sigo creyendo que el comunista es el mejor de los partidos. Te unes al laborista, cosa que he hecho un par de veces, y no te dicen: “Pongámonos a discutir”, sino “apoya al candidato de tu distrito”. En el comunista te ponen a leer. Mis diez años en el partido fueron mi universidad.
P. Pero mantiene cierta liturgia de los gestos. Al final de Comic Opera renuncia a cantar en inglés por vergüenza.
R. Me avergüenzo de ser inglés. Estoy incómodo con que el idioma se haya convertido para los negocios en lo que el latín para la Iglesia. Es demasiado poder para una estúpida y pequeña isla.
P. ¿Son éstos los tiempos más nefastos que ha conocido?
R. Lo peor llegó con el triunvirato de Blair, Aznar y Berlusconi. Estuvimos frente al rostro del infierno. Lo único bueno que hizo Blair fue destruir con él a estos dos tipejos. Sólo me ha tocado una vida en el planeta y resulta que la tengo que vivir en esta mierda de situación. Moriré y todo seguirá igual. Eso me deprime.
P. ¿Teme a la muerte?
R. La espero con ganas. Si tuviese que vivir para siempre moriría [risas]. Estoy harto de luchar.
P. ¿Cuál es su mayor temor entonces?
R. Hacer daño a los demás por mi falta de tacto e insensatez. Cuando bebo hago daño a la gente. Física, no, pero sí mentalmente. No es adrede, es como tropezar con alguien sin querer. No soy bueno viviendo con cuidado. Mi mayor temor es ése: el miedo a la vergüenza.
http://www.elpais.com/articulo/arte/Sonido/Wyatt/elpepuculbab/20071027elpbabart_6/Tes
Robert Wyatt - "Sea Song"