jueves, 24 de enero de 2013

Owen Jones / Chavs: The Demonization Of The Working Class




Chavs: La demonización de la clase obrera por Owen Jones 

Traducción de Íñigo Jáuregui


En la Gran Bretaña actual, la clase trabajadora se ha convertido en objeto de miedo y escarnio. Desde la Vicky Pollard de Little Britain a la demonización de Jade Goody, los medios de comunicación y los políticos desechan por irresponsable, delincuente e ignorante a un vasto y desfavorecido sector de la sociedad cuyos miembros se han estereotipado en una sola palabra cargada de odio: Chavs.

En este aclamado estudio, Owen Jones analiza cómo la clase trabajadora ha pasado de ser «la sal de la tierra» a la «escoria de la tierra». Develando la ignorancia y el prejuicio que están en el centro de la caricatura chav, retrata una realidad mucho más compleja: el estereotipo Chav, dice, es utilizado por los gobiernos como pantalla para evitar comprometerse de verdad con los problemas sociales y económicos y justificar el aumento de la desigualdad. Basado en una investigación exhaustiva y original, este libro es una crítica irrefutable de los medios de comunicación y de la clase dirigente, y un retrato esclarecedor e inquietante de la desigualdad y el odio de clases en la Gran Bretaña actual. La edición incluye un nuevo capítulo que explora las causas y las consecuencias de los episodios de violencia que ocurrieron durante el verano de 2011 en Inglaterra.


http://www.capitanswinglibros.com/catalogo.php/chavs-la-demonizacion-de-la-clase-obrera




El pueblo contra el proletariado




Owen Jones denuncia en un exitoso ensayo la demonización interesada de la clase obrera. El autor es una de las promesas del pensamiento británico


Patricia Tubella Londres 16 ENE 2013 - 00:13 CET


Aunque la palabra chav resulta intraducible a otras lenguas, cualquier recién llegado a Reino Unido intuirá de inmediato que ese concepto tan recurrente en los medios de comunicación locales no significa nada bueno. El chav es una persona de clase baja y a menudo joven, adepta a la ropa deportiva de marca (real o de imitación). Un ser vulgar y rayano en el comportamiento antisocial, según los diccionarios ingleses que han incorporado el nuevo e informal vocablo. Los seguidores españoles de la serie humorística de la BBC Little Britain pueden identificarlo en el personaje de Vicky Pollard, madre soltera adolescente que viste un horrendo chándal rosa, roba chucherías en el supermercado y busca nuevos embarazos para seguir cobrando el cheque de ayuda social. El periodista y escritor Owen Jones (Sheffield, 1984) es probablemente uno de los pocos televidentes que no le ríen las gracias, porque ve en esa Vicky el estereotipo al que ha sido reducida la clase trabajadora por parte de una élite política y periodística: una especie irresponsable, indeseable y parásita en la que nadie se reconoce.


“La pobreza y el paro ya no son percibidos como problemas sociales, sino en relación con los defectos individuales: si la gente es pobre, es porque es vaga. ¿Para qué tener entonces un Estado del Bienestar?”, plantea Jones en el libro Chavs: La Demonización de la Clase Obrera (Capitán Swing Libros) que ha provocado muchos oleajes en el Reino Unido y lo ha convertido en un referente de la nueva izquierda británica. El autor de ese diagnóstico no es ningún veterano nostálgico de otros y mejores tiempos, sino el portador de un rostro angelical y aniñado que no hace justicia a sus 28 años. Un joven que transita por Londres en bicicleta y que fácilmente podría confundirse entre el grupo de estudiantes que visita la British Library, lugar que ha propuesto para la cita. Y, sin embargo, una primera obra lo ha convertido en una estrella mediática, indispensable en los debates de calado, y ha traspasado los confines nacionales hasta merecer la atención de medios tan influyentes como The New York Times y su traducción a varias lenguas, entre ellas la española. En la versión que llega a las librerías se añade un epílogo con un brillante análisis de las razones de los disturbios que asolaron Gran Bretaña en verano de 2011 y sobre los que los medios informaron estableciendo vínculos entre la devastación callejera y los tópicos chav, como la capucha o la influencia de los videojuegos.


Él mismo reconoce que, “de haberse publicado tres o cuatro años antes, cuando los estragos de la crisis económica no eran tan palpables, el libro quizá no habría suscitado el mismo interés”. “Los chavs son un fenómeno muy británico, pero por ejemplo España también es un país de clases, una sociedad desigual donde los brutales programas de austeridad se están cebando en la gente corriente”.


Lejos de un farragoso tratado, el libro de Jones es fácil de leer e ilustra con ejemplos actuales y bien conocidos del público su tesis sobre la demonización de la clase obrera: “Pretendo desmontar los mitos (asentados en más de tres lustros de bonanza económica) de que ‘ahora todos somos de clase media’, que la división de clases es anticuada y que la creciente desigualdad es producto de los fallos del individuo”.


La obra da saltos en el tiempo para reflexionar sobre el antiguo concepto de una clase obrera respetada como uno de los puntales de la economía hasta su conversión en esa “escoria que pretende el establishment neoliberal”. También es una diatriba contra los medios, transformados “en una élite encerrada en una burbuja de privilegios y desconectada de los problemas de la gente corriente”. Ellos han contribuido a forjar en el imaginario colectivo la perniciosa noción del chav. Jones describe en el libro el tratamiento desigual y sesgado que tuvieron en la prensa sendos secuestros de dos niñas inglesas, Madeleine McCann y Shannon Matthews. De la primera, la hija de una pareja de médicos cuyo caso mereció enorme cobertura también en España, llegó a escribirse: “Esto no suele sucederle a gente como nosotros” (léase clase media).


La madre de la segunda, una mujer que vive de los beneficios sociales, fue desde el primer momento estigmatizada como una chav incapaz de cuidar de su prole. Y, por extensión, lo fue toda la clase que encarna, mientras se obviaba la movilización de su comunidad para localizar a Shannon.


“Vivimos en una era de reacción y derrota”, se lamenta este activista cuyo objetivo esencial es “recuperar una voz para la clase obrera, aquella que hace tres décadas trabajaba en la mina, las fábricas y los muelles y que hoy lo hace en supermercados, call centers o cafés” por sueldos de risa. La mayoría pertenecen a su generación y ya no son un colectivo organizado como antaño. Si bien el movimiento de los indignados que ocupó la City, Wall Street y las calles españolas “llenó un vacío y ayudó a expresar la ira de la gente”, Jones considera que “no es una alternativa”. Ahí se manifiesta el hijo de un matrimonio de sindicalistas, con carné del Labour desde los 15 años, a pesar de la “traición” que ha supuesto el viraje de este partido hacia la derecha. ¿No cree que muchos jóvenes consideran a los sindicatos una antigualla de la era pretecnológica? Responde con otra pregunta: “¿Por qué es anticuado querer que los trabajadores se unan y se apoyen?”






Lumpen del siglo XXI





La obra de Owen Jones deconstruye con acierto los mitos de la revolución conservadora

Joaquín Estefanía 16 ENE 2013 - 00:29 CET

A mediados del siglo XIX, Marx definió la categoría de lumpemproletariado.Con la vibrante literatura que practica cuando ejerce de periodista, escribe en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “Se organizó el lumpemproletariado de París en secciones secretas (…) junto a roués arruinados con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra toda la masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème”.


Desde aquí se acuñó el concepto de lumpen, que ha evolucionado con la sociedad de cada tiempo pero que ha aglutinado siempre, como elementos constantes de sus componentes, los de ser la clase social más baja, sin conciencia de clase (la clase en sí frente a la clase para sí) y sin organización política ni sindical. Así, la estratificación social estaba formada por los andrajosos, la clase obrera y la clase alta. Un siglo y pico después, cuando la revolución conservadora que inició Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en EE UU se hizo hegemónica, irrumpieron con fuerza las hasta entonces incipientes clases medias, las sociedades de propietarios, a las que trataron de sumarse en el ejercicio del progreso social los proletarios y parte de los más abajo. El icono principal de esas clases medias era la vivienda en propiedad, para lo cual debían endeudarse para toda la vida y depender del crédito de los bancos.

Los efectos de la Gran Recesión inaugurada en el verano del año 2007, que se trata de la crisis más larga y profunda del capitalismo desde la Gran Depresión de los años treinta, suprimen la movilidad de las clases sociales y quiebran esa idea del progreso lineal. El empobrecimiento de las clases medias las está arrastrando, de nuevo, a la parte más baja de la escala social. Como el mito de Sísifo. Y ello en un contexto de desigualdad (de ingresos, de patrimonios, de oportunidades) brutal. Muchos analistas comienzan a hablar de una nueva estratificación social en esta segunda década del siglo XXI, cuyos extremos son los desafiliados (Robert Castel), aquellos que van quedándose al margen del progreso, y las elites que se rebelan (Christopher Lasch), abandonan al resto de las clases sociales a su albur y traicionan la idea de una democracia concebida por todos los ciudadanos. Estas élites, financieras, políticas o mediáticas, redistribuyen los estereotipos de la clase trabajadora a la que culpabilizan por haber vivido por encima de sus posibilidades, y los de las subespecies como la de los chavs de Owen Jones, parte del nuevo lumpemproletariado del siglo XXI: jóvenes que ni estudian ni trabajan, parados o con sueldos tan bajos que ser mileuristas es su utopía factible, poco reivindicativos pero con sensación de pertenencia a una tribu, y siempre con un teléfono móvil en su mano y ataviados con alguna prenda (original o copia) de marca. Con mucho acierto, Jones ha pretendido con su libro sobre la demonización de la clase obrera deconstruir los mitos de la revolución conservadora (todos somos clase media) y los efectos de la desigualdad extrema (como desigualdad natural) en la calidad de la democracia y en la cohesión social.