Edgar Varèse y la liberación del sonido
El ciclo de conciertos de música contemporánea del San Martín inauguró su decimoquinta edición en el Colón con un concierto impecable, que dejó encendido a un público con muchos jóvenes
Sábado, 5 de noviembre de 2011
Por Diego Fischerman
Maiakovsky hablaba de la poesía de los motores. Léger pintaba contrastando bloques. No había, ni en uno ni en otro –y tal vez fuera la propia época la que lo rechazaba–, difuminaciones. En apenas diez años, entre 1921 y 1931, Edgar Varèse, un ingeniero que se volvió músico y un francés que eligió ser estadounidense, compuso una serie de obras que cambió para siempre las reglas de lo que hasta ese momento se había llamado música. No se trataba de nuevas maneras para un viejo lenguaje, sino de un lenguaje estructurado sobre otras bases. Las alturas, que seguirían siendo rectoras en la modernidad vienesa encarnada por Schönberg, Webern y Berg, en Varèse serían detalles casi decorativos. No se trataba de escalas, melodías o acordes con mayor o menor grado de tensión, sino de masas sonoras liberando energía y colisionando entre sí.
Pocas obras tienen un poder de anticipación comparable. Y difícilmente puedan encontrarse otras composiciones que, con casi un siglo de antigüedad, sigan conservando tanto impacto. Fuente confesada de Frank Zappa, entre muchos otros, la música de Varèse tiene, además, un valor simbólico único. Su propia enunciación alcanza para poner en escena toda una idea acerca de la avidez de futuro en el arte. El ciclo de conciertos de música contemporánea del Teatro San Martín inauguró su decimoquinta edición con un concierto dedicado a esta obra.
Más allá de que se anunciara una integral que no era (concesión a la tentación provocada por el título de una de las obras, Integrales), en este concierto coproducido con el Colón y del que participó la Filarmónica de Buenos Aires, con una actuación memorable, se incluyó lo más significativo de ese revolucionario cuerpo estético: Hyperprism, de 1923, para nueve instrumentos de viento y nueve percusionistas; Octandre, de 1924, para cuatro maderas, tres bronces y contrabajo; Integrales, de 1925, para once instrumentos de viento y cuatro percusionistas; Ionisation, de 1931, para 37 instrumentos de percusión, y los dos monstruos para gran orquesta: Amériques, compuesta entre 1920 y 1921, y Arcana, escrita entre 1925 y 1927. Faltaban Déserts, Ecuatorial, Density 21.5 y el Poema electrónico, pero fue una recorrida significativa. Y en muchos aspectos, si se agrega a la calidad de las interpretaciones, conducidas por Alejo Pérez, la cantidad de público –y de público joven, además– que pobló el Colón y que incluyó gritos y chiflidos en su ovación final, se trató de un hecho histórico. Se trata de música casi centenaria pero muy pocas veces escuchada en esta ciudad y mucho menos toda junta.
A la Filarmónica, que fue eficaz en todas sus filas y que mostró un notable compromiso, se agregó el grupo uruguayo de percusión Perceum y un ensamble de cámara integrado por varios de los mejores instrumentistas argentinos, como la flautista Patricia Da Dalt y el cronista Fernando Chiappero. Con destacadísimas actuaciones de Horacio Massone en piccolo, Carla Dipp en oboe y los trombonistas Pablko Fenoglio, Jorge Ramírez y Enrique Schneebelli. el grupo ofreció interpretaciones ajustadas, ricas en matices. Pérez dirigió con concentración ejemplar y un equilibrio preciso entre la exactitud rítmica y dinámica y el sentido expresivo de los contrastes y disrupciones que, paradójicamente, funcionan como principio constructivo. En la segunda parte, Arcana y, después, Amériques mantuvieron en vilo a la audiencia. Varèse tituló a uno de sus escritos sobre estética La liberación del sonido. Eso, exactamente, fue lo que sucedió en el Teatro Colón
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-23405-2011-11-05.html
El ciclo de conciertos de música contemporánea del San Martín inauguró su decimoquinta edición en el Colón con un concierto impecable, que dejó encendido a un público con muchos jóvenes
Sábado, 5 de noviembre de 2011
Por Diego Fischerman
Maiakovsky hablaba de la poesía de los motores. Léger pintaba contrastando bloques. No había, ni en uno ni en otro –y tal vez fuera la propia época la que lo rechazaba–, difuminaciones. En apenas diez años, entre 1921 y 1931, Edgar Varèse, un ingeniero que se volvió músico y un francés que eligió ser estadounidense, compuso una serie de obras que cambió para siempre las reglas de lo que hasta ese momento se había llamado música. No se trataba de nuevas maneras para un viejo lenguaje, sino de un lenguaje estructurado sobre otras bases. Las alturas, que seguirían siendo rectoras en la modernidad vienesa encarnada por Schönberg, Webern y Berg, en Varèse serían detalles casi decorativos. No se trataba de escalas, melodías o acordes con mayor o menor grado de tensión, sino de masas sonoras liberando energía y colisionando entre sí.
Pocas obras tienen un poder de anticipación comparable. Y difícilmente puedan encontrarse otras composiciones que, con casi un siglo de antigüedad, sigan conservando tanto impacto. Fuente confesada de Frank Zappa, entre muchos otros, la música de Varèse tiene, además, un valor simbólico único. Su propia enunciación alcanza para poner en escena toda una idea acerca de la avidez de futuro en el arte. El ciclo de conciertos de música contemporánea del Teatro San Martín inauguró su decimoquinta edición con un concierto dedicado a esta obra.
Más allá de que se anunciara una integral que no era (concesión a la tentación provocada por el título de una de las obras, Integrales), en este concierto coproducido con el Colón y del que participó la Filarmónica de Buenos Aires, con una actuación memorable, se incluyó lo más significativo de ese revolucionario cuerpo estético: Hyperprism, de 1923, para nueve instrumentos de viento y nueve percusionistas; Octandre, de 1924, para cuatro maderas, tres bronces y contrabajo; Integrales, de 1925, para once instrumentos de viento y cuatro percusionistas; Ionisation, de 1931, para 37 instrumentos de percusión, y los dos monstruos para gran orquesta: Amériques, compuesta entre 1920 y 1921, y Arcana, escrita entre 1925 y 1927. Faltaban Déserts, Ecuatorial, Density 21.5 y el Poema electrónico, pero fue una recorrida significativa. Y en muchos aspectos, si se agrega a la calidad de las interpretaciones, conducidas por Alejo Pérez, la cantidad de público –y de público joven, además– que pobló el Colón y que incluyó gritos y chiflidos en su ovación final, se trató de un hecho histórico. Se trata de música casi centenaria pero muy pocas veces escuchada en esta ciudad y mucho menos toda junta.
A la Filarmónica, que fue eficaz en todas sus filas y que mostró un notable compromiso, se agregó el grupo uruguayo de percusión Perceum y un ensamble de cámara integrado por varios de los mejores instrumentistas argentinos, como la flautista Patricia Da Dalt y el cronista Fernando Chiappero. Con destacadísimas actuaciones de Horacio Massone en piccolo, Carla Dipp en oboe y los trombonistas Pablko Fenoglio, Jorge Ramírez y Enrique Schneebelli. el grupo ofreció interpretaciones ajustadas, ricas en matices. Pérez dirigió con concentración ejemplar y un equilibrio preciso entre la exactitud rítmica y dinámica y el sentido expresivo de los contrastes y disrupciones que, paradójicamente, funcionan como principio constructivo. En la segunda parte, Arcana y, después, Amériques mantuvieron en vilo a la audiencia. Varèse tituló a uno de sus escritos sobre estética La liberación del sonido. Eso, exactamente, fue lo que sucedió en el Teatro Colón
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-23405-2011-11-05.html
Edgar Varese: "Hyperprism" (1923)
Integral de Edgard Varèse
Gran debut del Ciclo de Música Contemporánea con un trabajo impecable de la Filarmónica
Sábado 05 de noviembre de 2011
Por Pablo Gianera
Fue la primera vez que el Ciclo de Música Contemporánea del Complejo Teatral de Buenos Aires, asociado inmediatamente con las salas del San Martín, entró en el Colón y el encuentro no podría haber resultado mejor. La elección del repertorio fue ya de por sí emblemática: un programa dedicado íntegramente a Edgard Varèse, justamente uno de los precursores más radicales de la música contemporánea.
Aunque no se trató de una verdadera integral (se excluyeron las obras que demandan voces o electrónica), la representatividad de este monográfico es de todos modos inapelable. Muy rara vez, si es que alguna, se pudieron escuchar juntas en Buenos Aires todas estas obras de Varèse. El efecto que deparó semejante concentración fue el de una doble rareza: la rareza casi arqueológica de aquello que viene del fondo del siglo XX y, curiosamente, la rareza de su aguda novedad. Tomemos los extremos del programa, que enmarcaron el concierto con dos de las obras más tempranas del compositor luego de su llegada a Estados Unidos: Hyperprism, de no más de cinco minutos, y Amériques, de casi media hora.
Aunque breve, Hyperprism, de 1923, marca ya la revolución copernicana de la poética de Varèse. Su orgánico (vientos de madera y metal, una sección de percusión de dieciséis instrumentos diferentes y sirena) toma distancia de la orquesta romántica. Por lo demás, el arco registral es enorme, desde el sobreagudo al grave extremo. Varèse no recurre a todos los instrumentos a la vez; más bien, pretende subrayar sus diferencias con una distribución en distintos planos tímbricos, algo que la dirección de Alejo Pérez realizó maravillosamente, con la colaboración imprescindible del Ensamble Perceum, revelando que la coherencia es aquí textural antes que temática. No menos logradas y delicadas fueron las versiones de Octandre, quizás la pieza más íntimamente original del compositor, y de la decisiva Ionisation.
De 1922, Amériques, en cambio, recupera plenamente la orquesta romántica. Varèse dijo más de una vez que el título era "puramente sentimental", un saludo a Nueva York, su ciudad de adopción y también, de manera más general, a la fuerza de lo nuevo. No hay aquí contornos melódicos y se renuncia a todo tematismo. No quedan rastros de las formas melódicas tal como se las concebía tradicionalmente ni existen progresiones evidentes de una idea musical a la siguiente. Más que por un lento devaneo, la obra parece progresar por aglomeraciones. Nuevamente el enfoque de Pérez no puedo ser más claro, fluido sin forzar continuidades, y con pasajes particularmente enérgicos y aun explosivos. Tanto aquí como en Arcana, la Filarmónica respondió admirablemente en todas sus filas, en especial en los exigidísimos metales. A su modo, Amériques paga tributo al poema sinfónico, una de las formas románticas por excelencia, pero Varèse cambia todo de signo. Nada romántico queda en los cornos y tubas, que se escuchan menos optimistas quizás que hace casi cien años, en la época del estreno de la obra: ahora parecen más bien el lamento de la sensibilidad moderna.
http://www.lanacion.com.ar/1420490-integral-de-edgard-varèse
Edgar Varèse: Amériques (1918-1921) (Photo: Edgar Varèse & Antonin Artaud)