Murió Amílcar Brusa, un grande que honró la palabra “maestro”
27 de Octubre - 20:23hs
El fallecimiento de Amílcar Brusa no es sólo el punto final para la vida del hacedor de Carlos Monzón y del entrenador más exitoso del boxeo argentino de todos los tiempos, sino también el paso a la inmortalidad del último de los grandes maestros del pugilismo nacional.
Y es que Brusa fue mucho más que el entrenador de 14 campeones mundiales, el Ciudadano Ilustre de Santa Fe o el reconocido maestro distinguido por su ingreso al Salón de la Fama del Boxeo.
Fue, sencillamente, un hombre que honró su profesión durante más de 60 años, una persona cabal que encaminó a sus boxeadores dentro y fuera del ring, y que hizo un culto del trabajo, la disciplina, imprescindibles en una actividad tan rigurosa.
En una época de elogio fácil y adjetivos superlativos, Brusa agota las posibilidades y minimiza las calificaciones porque su grandeza fue su obra, sostenida en la admiración que generó en los mejores testigos de su tarea: los boxeadores que dirigió, hayan sido campeones mundiales o no.
Brusa fue maestro sin proponérselo e hizo del perfil bajo un modo de vida porque no se dedicó al boxeo para tener un buen pasar o para recibir halagos.
El boxeo fue el amor de su vida, junto con su familia, y lo abrazó con pasión hasta el último de sus días como entrenador, tal como lo hizo como pugilista aficionado, un pesado con aptitudes que se calzó los guantes impulsado por su padre y por su admiración a otro grandote glorioso como Luis Angel Firpo.
El grandísimo Carlos Monzón, para muchos el mejor campeón mediano de la historia, fue su gran realización, pero lo suyo no se limitó a un único gran pupilo o a las fronteras de su país.
Un conflicto con Juan Carlos Lectoure lo obligó a tomar otros rumbos y dejó su huella en Colombia, Venezuela y Estados Unidos, donde siguió sumando gemas a su collar de campeones mundiales.
En total fueron catorce, de distintas nacionalidades y de variadas categorías, porque tuvo campeones nacidos en República Dominicana, Colombia, Venezuela y El Salvador, y más allá de orígenes y culturas diferentes, a todos les impuso la conducta de la preparación a conciencia.
No de casualidad una de sus frases predilectas era "en la vida te puede traicionar cualquiera, pero el único que no te traiciona es el gimnasio".
Y tampoco fue producto del azar que sus campeones mundiales abarcaran tantas categorías: fueron monarcas en divisiones tan diferentes como minimosca, mosca, supermosca, gallo, supergallo, pluma, superpluma, superligero, welter, mediano o mediopesado.
La respuesta es muy simple: trabajaba a sus boxeadores para que el desarrollo de la pelea agigantara sus virtudes y minimizara sus defectos, como se pudo presenciar en cada una de las defensas de Carlos Monzón, cualquiera fuera el escenario.
Amílcar Brusa perteneció a una generación de entrenadores artesanales, como fue Paco Bermúdez con Nicolino Locche, pero también supo adecuarse a los tiempos y trabajar en equipo, como un faro que iluminaba la tarea, lo que se vio en su última conquista con Carlos Baldomir hace pocos años.
Su legado es su obra, su trayectoria ejemplar, su pasión por el boxeo, porque al margen de los títulos y el prestigio, nunca perdió de vista que "esta es una disciplina deportiva que ofrece un futuro a un chico humilde, pobre, sin estudios, que está fuera del sistema" y consagró su vida a ello.
http://www.telam.com.ar/nota/5594/
27 de Octubre - 20:23hs
El fallecimiento de Amílcar Brusa no es sólo el punto final para la vida del hacedor de Carlos Monzón y del entrenador más exitoso del boxeo argentino de todos los tiempos, sino también el paso a la inmortalidad del último de los grandes maestros del pugilismo nacional.
Y es que Brusa fue mucho más que el entrenador de 14 campeones mundiales, el Ciudadano Ilustre de Santa Fe o el reconocido maestro distinguido por su ingreso al Salón de la Fama del Boxeo.
Fue, sencillamente, un hombre que honró su profesión durante más de 60 años, una persona cabal que encaminó a sus boxeadores dentro y fuera del ring, y que hizo un culto del trabajo, la disciplina, imprescindibles en una actividad tan rigurosa.
En una época de elogio fácil y adjetivos superlativos, Brusa agota las posibilidades y minimiza las calificaciones porque su grandeza fue su obra, sostenida en la admiración que generó en los mejores testigos de su tarea: los boxeadores que dirigió, hayan sido campeones mundiales o no.
Brusa fue maestro sin proponérselo e hizo del perfil bajo un modo de vida porque no se dedicó al boxeo para tener un buen pasar o para recibir halagos.
El boxeo fue el amor de su vida, junto con su familia, y lo abrazó con pasión hasta el último de sus días como entrenador, tal como lo hizo como pugilista aficionado, un pesado con aptitudes que se calzó los guantes impulsado por su padre y por su admiración a otro grandote glorioso como Luis Angel Firpo.
El grandísimo Carlos Monzón, para muchos el mejor campeón mediano de la historia, fue su gran realización, pero lo suyo no se limitó a un único gran pupilo o a las fronteras de su país.
Un conflicto con Juan Carlos Lectoure lo obligó a tomar otros rumbos y dejó su huella en Colombia, Venezuela y Estados Unidos, donde siguió sumando gemas a su collar de campeones mundiales.
En total fueron catorce, de distintas nacionalidades y de variadas categorías, porque tuvo campeones nacidos en República Dominicana, Colombia, Venezuela y El Salvador, y más allá de orígenes y culturas diferentes, a todos les impuso la conducta de la preparación a conciencia.
No de casualidad una de sus frases predilectas era "en la vida te puede traicionar cualquiera, pero el único que no te traiciona es el gimnasio".
Y tampoco fue producto del azar que sus campeones mundiales abarcaran tantas categorías: fueron monarcas en divisiones tan diferentes como minimosca, mosca, supermosca, gallo, supergallo, pluma, superpluma, superligero, welter, mediano o mediopesado.
La respuesta es muy simple: trabajaba a sus boxeadores para que el desarrollo de la pelea agigantara sus virtudes y minimizara sus defectos, como se pudo presenciar en cada una de las defensas de Carlos Monzón, cualquiera fuera el escenario.
Amílcar Brusa perteneció a una generación de entrenadores artesanales, como fue Paco Bermúdez con Nicolino Locche, pero también supo adecuarse a los tiempos y trabajar en equipo, como un faro que iluminaba la tarea, lo que se vio en su última conquista con Carlos Baldomir hace pocos años.
Su legado es su obra, su trayectoria ejemplar, su pasión por el boxeo, porque al margen de los títulos y el prestigio, nunca perdió de vista que "esta es una disciplina deportiva que ofrece un futuro a un chico humilde, pobre, sin estudios, que está fuera del sistema" y consagró su vida a ello.
http://www.telam.com.ar/nota/5594/
"El hombre de los guantes" Amilcar Brusa, retrato de una leyenda (Film Trailer)