lunes, 14 de marzo de 2011

Tokio Blues / 人生の痛みを伴う変態



Tokio Blues


ÁNGEL MACÍAS


Tokio Blues» es el título de una exitosa novela del japonés Haruki Murakami. Copié de algún crítico, que se convirtió en una novela de culto porque trasciende a su apariencia de novela generacional que narra el paso de la adolescencia a la juventud y se convierte en el retrato lúcido y sereno de las dolorosas metamorfosis de la vida.


Pero qué es la vida sino metamorfosis, no drástica y precipitada como en Kafka, sino fluida, continuada pero inevitable e irreversible. En uno de los primeros párrafos del libro, leemos «pensé en la infinidad de cosas que había perdido en el curso de mi vida. Pensé en el tiempo perdido, en las personas que habían muerto, en las que me habían abandonado, en los sentimientos que jamás volverían». Sobrecoge ver las imágenes del terremoto, más aún las del subsiguiente tsunami, que horas atrás arrasaban el norte de Japón. Largas lenguas de agua invasora, arrasando tierra adentro, convertían barcos en arietes, casas en barcos, coches en juguete, fuerza en destrucción, tierra en fango y civilización en escombros.

Muerte líquida. Agua que llega y se va, llevándose la vida con ella; tal vez a ritmo de «blues», esa música que era la tristeza y melancolía de los cánticos espirituales y de oración, de los afroamericanos de Estados Unidos y que empapó con sus acordes todos los géneros musicales modernos. Dantescas imágenes, agua y fuego, las que nos ofrece en tiempo real el avance tecnológico. Lo que allí es un remolino de agua, barro y enseres que absorbe y destruye todo cuanto alcanza, se convierte en plasma sólido en la pantalla de los televisores a miles de kilómetros de distancia. En el origen de las imágenes el tiempo se acelera, el espacio se transforma vertiginosamente. En la pantalla destino, el tiempo y el espacio se detienen mientras observamos la inmensidad de lo que no alcanzamos a comprender y nunca seremos capaces de asumir.


Dice uno de los personajes de la novela de Murakami: «Si continúas así, lo estropearás todo. Aunque sea duro, trata de ser fuerte. Crece, madura. He salido del sanatorio para decirte esto. He venido desde lejos, en aquel tren que parece un sarcófago...». Esta vez ha sido la fuerza incontrolable de la naturaleza la que nos ha puesto ante el espejo de nuestra gran contradicción. De lo grande que vemos al hombre y lo insignificante que en realidad es. Otras veces, más dramáticas e incomprensibles, en distintos puntos del planeta es la acción humana la que lleva a la tragedia, demostrando que la humanidad dejó atrás la infancia inocente pero no consigue escapar de la adolescencia.

Hay miles de muertos en Japón. Millones de historias de dolor reciente. Con cruda lucidez, el protagonista de «Tokio Blues» reflexiona, la madurez tal vez no es más que la comprobación de que el olvido existe, el dolor no se soluciona sino que se olvida.